El rebobinador

Jacob van Ruisdael, un molino y un cementerio judío

El del paisaje se convirtió en un género floreciente en la Edad de oro holandesa, los tres primeros cuartos del siglo XVII, y Jacob van Ruisdael (1628-1682) fue uno de sus más versátiles cultivadores: sus trabajos nos seducen sobre todo por su iluminación muy cuidada, su punto de observación bajo, sus contrastes cromáticos, los cielos nublados y las figuras diminutas. Los suyos representan, de algún modo, la quintaesencia del paisaje de este país, con su muy particular nubosidad, la presencia fundamental del agua y una campiña llana. La luz del sol resalta algunos detalles.

En El molino de Wijk bij Duurstede (datado hacia 1670, en el Rijksmuseum de Ámsterdam), el molino en sí se encuentra en un lugar elevado para atrapar el viento, pero el mencionado punto de observación bajo del artista consigue que domine el conjunto de la composición. La luz solar hace que tenga un lado claro y otro oscuro y las aspas, cubiertas, parecen inmóviles. Es conocido que, en época de Ruisdael, en el siglo XVII, había en Wijk dos molinos muy próximos.

Sobre el horizonte bajo se aprecian nubes negras que el sol atraviesa y franjas de luz y sombra sobre las aguas, quietas. Otra señal de que no hay viento en ese momento la encontramos en las velas caídas del barco: podría tratarse de la calma que precede a la tormenta. Lo que sí sabemos es que el autor finalizó este cuadro en su estudio, a partir de los dibujos que previamente había realizado in situ con tinta. En cuanto a la torre sin aguja, correspondiente a la iglesia de San Martín, nos permite situar y datar la obra: según los archivos, la cara del reloj de la iglesia data de 1668 y, además, un castillo medieval que quedaba a la izquierda del molino no existe ya.

Bajo la luz del sol y en el punto donde se emplazaba la llamada, en tiempos de Ruisdael, Vrouwenpoort (Puerta de las mujeres) caminan tres de ellas vestidas a la manera tradicional holandesa. La razón de que esa arquitectura no aparezca se debería a que la puerta hubiera impedido al artista ver el molino, por lo que la habría omitido situando en su lugar esta referencia metafórica, y simpática, a su nombre.

Jacob van Ruisdael. El molino de Wijk bij Duurstede, hacia 1670. Rijksmuseum Ámsterdam
Jacob van Ruisdael. El molino de Wijk bij Duurstede, hacia 1670. Rijksmuseum Ámsterdam

Algo anterior (se data hacia 1660-1670) es El cementerio judío, custodiado en The Detroit Institute of Arts (la Gemäldegalerie de Dresde posee otra versión). Se ha localizado bien: se trata del cementerio Beth Haim de la comunidad portuguesojudía de Ámsterdam, que se encuentra en la cercana localidad de Ouderkerk-aan-de-Amstel desde 1616. De hecho, las tumbas que aquí vemos todavía existen, aunque el resto de la composición (arroyo, ruinas, paisaje ondulante) lo inventaría este artista para tratar de intensificar el simbolismo y la atmósfera dramática de ese entorno. Nubes amenazantes se ciernen sobre el conjunto, como es muy habitual en las creaciones de Ruisdael.

La luz del sol cae sobre una gran tumba de mármol blanco que contemplamos a la izquierda: hablamos de la sepultura de un tal doctor Eliahu Montalto, que falleció justamente ese año de 1616 en que se creó este cementerio. A su lado encontramos la tumba de mármol rojo de Isaak Uziel y la que se sitúa junto a los árboles, a la derecha, pertenece a Israel Abraham Méndez, muertos estos en la década de 1620. Como en el caso anterior, Ruisdael solamente elaboró dibujos de estas tumbas in situ.

En cuanto al edificio alto en ruinas que se recorta sobre las nubes de tormenta, podemos afirmar que es el elemento clave de esta composición, aunque nunca estuvo, en el terreno real, donde aquí aparece. Puede que el pintor tomase prestada una abadía románica en ruinas que queda a unos cuarenta kilómetros de aquí.

Tumbas y las ruinas constituyen referencias a la fugacidad de la vida, como el árbol muerto y roto en primer término y la luz del sol que atraviesa con potencia las nubes o el arcoíris de la izquierda, que parece concebido para atrapar al espectador. No es posible, sin embargo, juzgar del todo el sentido simbólico que esta obra tendría para el pintor o para su comitente: podría tratarse de una alegoría, y que cada motivo expresara un significado más hondo; el arcoíris, en este sentido, aludiría al pacto de Dios con la humanidad, después del diluvio, que se describe en el Génesis.

Otra vez, vemos diminutas figuras humanas: debemos fijarnos detenidamente junto al castillo.

Sabemos que el padre de Ruisdael fue comerciante de pintura y fabricante de marcos, circunstancia que tendría que ver en su implicación en esta disciplina desde su juventud temprana. Se formó con su él y con Salomon van Ruisdael y en 1648 ingresó en el Gremio de Pintores de San Lucas de Haarlem, su probable ciudad de nacimiento, lo que le relacionaría, a su vez, con los grandes paisajistas de entonces. En sus primeros trabajos se aprecia la influencia evidente de las pinturas de Cornelis ­Vroom en sus colores brillantes o en la armonía poética del conjunto; de paisajistas anteriores tomaría las composiciones clásicas y equilibradas y el empleo de una tonalidad dominante en el conjunto de la obra.

La versatilidad de Ruisdael en este género se advierte en su amplitud temática: pintó bosques, paisajes de montaña, fluviales, marinas, cascadas, paisajes invernales. Buscó describir, sobre todo tras un viaje a la frontera alemana, elementos naturales individualizados, como grandes árboles, y a su regreso a Ámsterdam, hacia 1656, se introdujo en el floreciente mercado artístico de la ciudad; realizaría desde entonces algunas de sus obras maestras, dedicadas a cascadas, campos de maíz o a esos tonos invernales. Llevó a cabo numerosas vistas de ciudades, especialmente de Haarlem, con originales aportaciones respecto a otros artistas, como el empleo de formatos verticales o de contrastes lumínicos. El reducido formato de estas creaciones hizo que fueran conocidas como ­Haarlempjes.

Paulatinamente tendió a la articulación de paisajes más ­idealizados, de formas más decorativas y menos elaboradas. En todo caso, la mayor novedad de su producción residió en la adopción de aquella creciente versatilidad en la representación de la naturaleza, con innovaciones técnicas y temáticas que dejarían huella en autores posteriores.

Jacob van Ruisdael. El cementerio judío, hacia 1660-1670. The Detroit Institute of Arts
Jacob van Ruisdael. El cementerio judío, hacia 1660-1670. The Detroit Institute of Arts

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Javier Maderuelo. Jacob van Ruisdael: El paisaje holandés. Abada Editores, 2021

Patrick de Rynck. Cómo leer la pintura. Electa, 2004

 

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