El rebobinador

Isabel Quintanilla, lo cercano y universal

Isabel Quintanilla nació en 1938 y murió en 2017, en ambos casos en Madrid, y a su escuela realista se encuentra estrechamente unida, de ahí que hasta fechas recientes hayamos conocido su producción sobre todo en el marco de exposiciones colectivas. Sí tuvo un éxito individual importante en Alemania, especialmente en las décadas de los setenta y los ochenta.

En su obra, al igual que en la de sus compañeros y en la de artistas como Amalia Avia o María Moreno, los objetos personales y la atmósfera de intimidad característica de las viviendas y los talleres propios, o los de sus amigos, adquieren a menudo todo el protagonismo. Pero, aunque esos ambientes sean cotidianos para ella, forman parte, por su común presencia en los entornos de tantos en los años en que ella trabajó, del imaginario colectivo, de manera que apelan de manera clara a las emociones del espectador, un propósito que tuvo por relevante.

Con un simple desplazamiento de caballete en los espacios, Quintanilla conseguía multiplicar los motivos pictóricos posibles, al reproducir la misma estancia desde un punto de vista diferente. Los cambios de luz, o las variaciones entre iluminación natural y artificial, lograban el mismo efecto.

En sus telas se aprecia un dominio minucioso de la técnica pictórica, oficio pulido que adquirió en diferentes escuelas y, especialmente, como fruto de la constancia. Dio fe en sus palabras de la batalla continua que suponía para ella dar solución a los problemas que el ejercicio de la pintura suscitaba a todo autor que quería valerse de ese medio para experimentar la realidad de otro modo.

Isabel Quintanilla. Autorretrato, 1962. Colección privada. VEGAP, Madrid, 2024
Isabel Quintanilla. Autorretrato, 1962. Colección privada. VEGAP, Madrid, 2024

Quintanilla permaneció cerca de seis décadas activa. Su obra más temprana conservada es La lamparilla (1956) y la más tardía es Bodegón Siena (2017), la última que entregó a su galerista poco antes de fallecer. Entre medias llevó a cabo bodegones, interiores sin presencia humana (aunque con elementos que permitan intuir quién los habita), paisajes y jardines en complicidad con esa familia de artistas que vivieron y trabajaron en la capital desde mediados de la década de los cincuenta.

Los unían su formación, sus intereses y relaciones familiares y a veces amorosas, y sus nombres eran bien conocidos: Antonio López (1936), María Moreno (1933-2020), los hermanos Julio (1930-2018) y Francisco López Hernández (1932-2017), Esperanza Parada (1928-2011) y Amalia Avia (1930-2011).

Isabel Quintanilla. La lamparilla, 1956. Colección privada. VEGAP, Madrid, 2024
Isabel Quintanilla. La lamparilla, 1956. Colección privada. VEGAP, Madrid, 2024

Como todos ellos, nuestra pintora conoció las vanguardias, pero no tardó en inclinarse por un realismo enraizado en la tradición española, el que ella apreciaba como propio y cercano. Pinta su entorno: el espacial, el objetual y el botánico; los motivos cotidianos, aquello que tiene a mano, como tantas veces los vasos de cristal, los populares Duralex a los que dedicó decenas de obras que constituyen, igualmente, desafíos técnicos. En ocasiones, sus pinturas y dibujos descubren homenajes a su madre, que era modista, o a su marido escultor (el citado Francisco López), a través de una máquina de coser, unas tijeras de costura, un molde o un saco de escayola.

Es habitual que observemos en sus creaciones objetos pequeños y cotidianos desde un punto de vista frontal, levemente elevado y próximo, sobre fondos neutros, a menudo junto a ventanas.

Isabel Quintanilla. Pensamientos sobre la nevera, 1972. Colección privada. Cortesía de Galería Leandro Navarro
Isabel Quintanilla. Pensamientos sobre la nevera, 1972. Colección privada. Cortesía de Galería Leandro Navarro

Aludimos antes a su formación. Con once años comenzó a acudir a clases en talleres particulares de artistas y con quince entró en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando. Fue allí donde conoció a Antonio López, a Julio y Francisco López y a María Moreno; ésta última estaba en su mismo curso. En 1959 obtuvo el título de profesora de Dibujo y Pintura y empezó a dar clases como ayudante en un instituto. Además, pudo exponer por primera vez en una exhibición colectiva organizada por la Fundación Rodríguez-Acosta de Granada.

Ya en 1960 contrajo matrimonio con Francisco López y se trasladaron a Roma para residir allí durante cuatro años, pues él había recibido el Gran Premio de Arte de la Academia de Bellas Artes para formarse en Italia. Entablaron contacto entonces con artistas, músicos y creadores y viajaron por Europa.

Sus composiciones del momento solían ser vistas urbanas cuya estructura pervivirá en sus paisajes: el punto de vista elevado y la línea del horizonte a mitad del lienzo.

Quintanilla, entretanto, continuó estudiando y ofreció su primera individual en Caltanissetta (Sicilia). Tras su vuelta a España, retomó la docencia, pero sin dejar de pintar, y en 1966 presentó otra exposición en la galería Edurne de Madrid. Se componía de obras realizadas en su mayor parte en Roma y pudo vender casi todas.

Al regresar a Madrid, Quintanilla deja a un lado los tonos oscuros, el soporte rugoso y la luz plana y sus telas se llenan de colores vibrantes y de luz moldeadora. Recreó naturalezas muertas con objetos personales que confieren a sus piezas una dimensión autobiográfica, como frutas y verduras, carnes y embutidos, guantes, un monedero o un pintauñas. Añadía, además, otros elementos reconocibles, como medicamentos y limpiadores de cocina, productos de alimentación o electrodomésticos de marcas de ese tiempo.

Isabel Quintanilla. Homenaje a mi madre, 1971. Pinakothek der Moderne, Münich
Isabel Quintanilla. Homenaje a mi madre, 1971. Pinakothek der Moderne, Münich
Isabel Quintanilla. La mesa azul, 1993. Colección privada. VEGA, Madrid, 2024
Isabel Quintanilla. La mesa azul, 1993. Colección privada. VEGA, Madrid, 2024

Algo más tarde, en 1970, Isabel conoció a Ernest Wuthenow, coleccionista y socio fundador de la Galería Juana Mordó de Madrid, encargado de la promoción de sus artistas en el extranjero. Junto a los galeristas Hans Brockstedt y Herbert Meyer-Ellinger, se esforzó por exponer su obra por toda Alemania en aquellas décadas de los setenta y los ochenta y dentro de muestras colectivas como “Arte después de la realidad: un nuevo realismo en América y Europa”, en Hanover (1974) o la Documenta 6 de Kassel (1977). También en individuales en Fráncfort, Hamburgo y Darmstadt, entre otras ciudades germanas: fue en ese país donde vendió buena parte de su producción.

Participó, además, en muestras en París, Nueva York, Helsinki, Róterdam, Múnich y, desde luego, en España, donde formó parte de la exhibición de la Fundación Marcelino Botín “Otra realidad: compañeros en Madrid” (1992). Expuso igualmente en el Museo de Bellas Artes de La Coruña junto a Amalia Avia y María Moreno (2005) y en una colectiva en el Museo del Prado (2007).

En 1996, el Centro Cultural Conde Duque le brindó una antológica y la madrileña Galería Leandro Navarro, una monográfica. Veinte años después, en 2016, su obra se integró en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza en la colectiva “Realistas de Madrid. Un año y medio después”. En octubre de 2017, la artista murió y, en 2024, este último centro volvió a dedicarle una retrospectiva.

Isabel Quintanilla. El teléfono, 1966. Colección privada. VEGAP, Madrid, 2024
Isabel Quintanilla. El teléfono, 1966. Colección privada. VEGAP, Madrid, 2024

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Isabel Quintanilla. Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, 2024

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