Tanto de la vida como de la obra de Hugo van der Goes no tenemos demasiados datos: nació en Gante hacia 1440, ingresó en su gremio de pintores en 1467 y sabemos también que fue su decano. Un año después, colaboró en Brujas en la ornamentación para la celebración de la boda de Carlos el Temerario, organizando en 1469 y 1472 las decoraciones para las entradas del palacio del duque en su ciudad natal. A partir de la única obra que puede atribuírsele con seguridad, La adoración de los pastores en el Tríptico Portinari, se han documentado, por razones estilísticas, otras composiciones que manifestarían la evolución del artista y la perfección de su estilo, como La muerte de la Virgen. A ambos trabajos vamos a referirnos.
El Tríptico Portinari, que se data hacia 1475 y se conserva en los Uffizi de Florencia, le fue encargado por el banquero Tommaso Portinari, italiano que durante más de cuatro décadas residió en Brujas. A él y a su esposa, María di Francesco Baroncelli, los encontramos, como comitentes, arrodillados en los paneles laterales, junto a tres de sus siete hijos: Antonio, Pigello y Margarita; todos, salvo Pigello, aparecen acompañados de su santo patrón con sus respectivos atributos, esto es, santo Tomás con su lanza, san Antonio con una campana, Margarita con libro y dragón, y María Magdalena con un tarro de ungüento.
En el panel central contemplamos a los pastores que han acudido a ver al Niño Jesús, al que adoran la Virgen, José y pequeños grupos de ángeles que o bien revolotean o bien se arrodillan. Al fondo queda el palacio vacío del rey David, que apunta a que Cristo, nacido en la ciudad de David, es el nuevo rey.
Esta composición cuenta con el realismo y el dramatismo de un misterio, entendiendo como tal las representaciones de episodios de los evangelios o de milagros, que cumplían una función importante en la vida religiosa de los fieles en la Edad Media y el Renacimiento: la mayoría de ellos extraían de esas imágenes sus conocimientos bíblicos. Los artistas tomaban referencias de dichos misterios para que sus pinturas fueran comprendidas por un público amplio: ese sería el origen de los ángeles vestidos de sacerdote.
Llamativamente, en la escena central, Cristo no reposa en un pesebre, sino en el suelo, rodeado junto a su madre de aquellos ángeles: así es como se describe esta escena en la visión de la influyente santa Brígida de Suecia. En cuanto a los tres pastores, son gente sencilla, y sus rostros y cuerpos curtidos manifiestan que su labor la realizan al aire libre; es posible que Van der Goes se inspirase para ellos en sus conciudadanos de Gante, que además interpretaban misterios y dramas pastoriles.
En torno a las figuras contemplamos naturalezas muertas y cada uno de los objetos presentes en ellas tiene un sentido especial: la gavilla de trigo anuncia la Última Cena, en la que Cristo partirá el pan; los lirios, como símbolo de pureza, apuntan a la virginidad de María; y esos hábitos sacerdotales que portan los ángeles de mayor categoría remiten a la misa como celebración del sacrificio de Jesús. Además, las siete aguileñas que hay en un vaso se refieren a los siete dolores, momentos de desgarro, de la vida de la Virgen, entre ellos la huida a Egipto y la Crucifixión.
Si llevamos nuestra vista al fondo, veremos que las escenas representadas en su paisaje están relacionadas con los primeros planos. A la izquierda, María y José huyen a Egipto; a la derecha, los Reyes Magos se dirigen al establo y en los camellos se aprecia el cansancio de la distancia. A la derecha del panel central, un ángel da la buena nueva a los pastores, sorprendidos.
Unos años después, hacia 1477-1482, trabajaría Van der Goes en La muerte de la Virgen, ahora en el Groeningemuseum de Brujas (1482 es el año de la muerte del artista en Oudergem). María, con la palidez de la muerte, yace en un lecho en un interior sobrio, rodeada por los doce discípulos de su hijo, tristes, tratando de encarar sus emociones (algunos ofrecen una pose teatral). Aunque este asunto era popular entre los pintores, no tiene origen bíblico, sino que se extendió a través de la Leyenda Aúrea, compilación de vidas de santos realizada en el siglo XIII por Jacopo da Voragine, quien tomó este relato de los evangelios apócrifos -hay que recordar que, cuando en el siglo XVI, la Iglesia rechazó los temas no bíblicos de este tipo, la muerte de la Virgen como motivo pictórico desapareció pronto-.
En la parte más elevada de la imagen, Cristo y un grupo de ángeles aparecen en una esfera celestial de luz, dispuestos a recoger el alma de María. Cristo abre los brazos, en actitud de recibirla, y enseña sus estigmas en las manos; forma parte de la visión de su madre, pues no hay en esta composición contacto entre los seres mortales y los celestiales.
Nos fijaremos ahora en los apóstoles: Andrés protege con la mano la llama de la vela; Juan Evangelista, vestido de rojo, se inclina hacia delante; y el que aparece en primer término es una de las dos únicas figuras del cuadro que miran directamente al espectador, como si Van der Goes estuviera pintando una escena de una obra teatral y quisiera atraparnos en ella. Es probable que nuestra mirada se dirija hacia los actores, más que hacia los detalles. En contraste con las figuras celestiales de Cristo y María, estos discípulos parecen gente común, como atisbamos en sus rostros, de nuevo curtidos, y en sus manos y pies ajados.
San Pedro, el principal entre los apóstoles, viste como un sacerdote del siglo XV, lo que vincula este acontecimiento con la realidad contemporánea al pintor. Viejo y cansado, porta una vela recién encendida que le ofrece uno de sus compañeros -era costumbre entregar velas ardiendo a los moribundos, simbolizando la llama su fe cristiana-.
Por último, el libro que sostiene el apóstol en primer término está cerrado y. en el ángulo inferior, a la izquierda, vemos en el suelo un rosario que nadie utiliza: se ha señalado que podría referirse ese detalle a la estrecha imbricación entre la vida de la Virgen y la de los seguidores de Cristo.
BIBLIOGRAFÍA
Patrick de Rynck. Cómo leer la pintura. Electa, 2004
Hugo van der Goes: Between Pain and Bliss. Hirmer, 2023