Hamish Fulton (Londres, 1946) describía con esta concisión el contenido y los límites de su producción, que tiene como eje sus tránsitos en el paisaje: Mi obra aborda la experiencia de caminar. La obra de arte enmarcada se refiere a un estado de ánimo y no puede transmitir la experiencia del paseo. El caminar tiene una vida propia, no necesita ser convertido en arte. Yo, como artista, decido crear mis obras a partir de experiencias vitales reales.
En tanto que artista caminante, no recurrió a la naturaleza ni documentó en fotografías las regiones por las que pasaba: sobre todo zonas vacías y más bien desoladas, como la ruta peregrina de Kent, las líneas peruanas de Nazca, los senderos de Escocia, las cordilleras de Nepal y el Tíbet o los páramos de Dakota del Sur. Caminar no era para Fulton únicamente un medio para conocerse a sí mismo, sino también un acto artístico en sí, y ha constituido una constante en su trayectoria.
Sus fotografías paisajísticas pueden resultar muy poco acogedoras, porque en la elección de motivos, que transmiten al espectador sensaciones inhóspitas, apenas podemos identificar momentos narrativos: Fulton se fotografía a sí mismo en un paisaje con una linterna dirigida a la cámara. También ha expuesto, paralelamente y sin comentario, dos instantáneas de un mismo lugar visitado durante sus peregrinajes en instantes distintos o en diferentes condiciones meteorológicas, y repetidas veces ha capturado con su cámara, asimismo, caminos y senderos por completo desiertos, que se pierden en el fondo sin un punto de fuga.
Ha explicado más de una vez que sus obras no pueden representar, en ningún caso, la experiencia de una caminata y que tampoco lo pretende: El flujo de experiencias debe transcurrir de la naturaleza hacia mí, no de mí hacia la naturaleza. Yo no reordeno directamente, no tomo, no vendo, no devuelvo, no cavo, no envuelvo ni corto con maquinaria estruendosa elemento alguno del entorno natural. Todas mis obras están hechas con materiales de fácil adquisición (marcos de madera y productos químicos fotográficos). No me valgo de elementos naturales encontrados, como huesos o guijarros. Sin embargo, la diferencia entre ambos procedimientos tiene un significado simbólico, pero no ecológico.
Tematizó Fulton con materiales sencillos la peregrinación que llevó a cabo, durante diez días de 1971, a lo largo de los casi doscientos kilómetros que separan las catedrales de Winchester y Canterbury: para The Pilgrims´Way 1971 se valió de la imagen de un profundo sendero en un bosque, empequeñecido por los árboles y la maleza. La imagen de este camino centenario trae a la memoria motivos más propios del romanticismo y, a su vez, captura su esencia; Fulton la contrasta con diversa información sobre el transcurso de la peregrinación.
La fotografía se montó junto con una escueta hoja de tipografía simple sobre un cartón blanco y enmarcada en un sencillo marco de madera marrón. En su libro Hollow Lane, el autor cita, en conexión con la imagen y el texto, cuatro versos de los Cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer, en los que se cita a toda persona como un peregrino.
El modo de contraponer fotografía y texto depende siempre del contexto mediático, pero el proyecto de Fulton sí transmite lo poco adecuado de ambos caminos para reflejar las experiencias físicas y espirituales de la peregrinación. Uno y otro, según palabras de Martha Rosler, son sistemas de descripción inadecuados.
Desde la década de los ochenta, comenzó el británico a exponer obras que pintaba sobre los muros de las salas. Planificaba y diseñaba sus textos sobre papel, redactándolos con instrucciones muy precisas en lo referente a tipografía, color y tamaño, y también en lo que al espaciado entre palabras se refiere. La realización práctica quedaba después en manos de trabajadores anónimos.
En esos textos, Fulton se negaba intencionadamente a emplear el pronombre yo, y el trabajo mural, gracias al vocabulario y la tipografía escogidos, resultaba tan impersonal como las indicaciones de un mojón fronterizo.
En 1996, tras una excursión por la península japonesa de Kii, presentó en la galería neoyorquina John Weber un trabajo mural formado solo por cinco palabras repetidas una y otra vez: sky (cielo), cloud (nube), tree (árbol), raven (cuervo) y sea (mar). Las filas horizontales y verticales de esos cinco términos rodean un texto en el que, a lo largo de varias líneas, se enumeran los datos y el itinerario del recorrido; podemos leer: Una excursión a pie de 21 días, de costa a costa, a través de caminos y senderos, iniciada el 1 de mayo en la desembocadura del río Kameno en Wakayama y concluida en la desembocadura del río Miya en Ise, que transcurrió a través de Shionomisaki, Kumanohongu, Shakagatake, Omine, Miwasan, el monte Hiei y Mune Yama en la península de Kii, Japón 1966.
Las informaciones sobre la excursión son tan escuetas que apenas transmiten una idea leve de la envergadura del trayecto, el choque cultural y las características del paisaje en la región, sobre todo en contraste con Nueva York, escenario de la exposición. No se incorporan referencias a los atractivos ni a los lugares sagrados sobre los que se cimenta la fama turística de Kii.
En la exposición, el texto fue pintado en varias gradaciones de negro y gris. Las cinco palabras rodean el texto central en hileras y grupos que componen dibujos abstractos y es posible interpretar un horizonte sobre la línea inmediatamente superior a la hilera horizontal inferior de la palabra sea. Por su parte, la palabra sky cierra por arriba el bloque simétrico de términos en el que se integran también las palabras cloud y raven. La palabra tree, por su parte, rodea el texto con un perfil que podría interpretarse como la silueta esquemática de una montaña o colina.
A su vez, el truncamiento de las líneas y la tipografía remiten a obras fototextuales de Fulton, con la diferencia de que aquí se renuncia al uso de imágenes. Así, las cinco palabras sueltas adquieren en el vacío un valor simbólico cuya interpretación, sin embargo, queda en manos del espectador; decía el artista: Los textos son hechos para el caminante, y ficción para todos los demás. Caminar en la distancia, más allá de la imaginación.
Fulton no permitía dudas: no era posible reproducir las múltiples experiencias visuales y el esfuerzo físico de una excursión. Las palabras sobre la pared deben entenderse como un rastro de esa excursión y la escueta superficie negra y gris traslada la lectura al ámbito de los signos y sirve como punto de partida para una “especie de oscilación visual, semejante quizá a la pérdida sensorial que en la filosofía zen se conoce como satori”, en palabras de Roland Barthes.