Si hablamos de la creación de obras de arte bidimensionales o tridimensionales, fruto de la acción humana directa sobre una materia o soporte, lo hacemos de piezas únicas, que se pueden replicar o imitar, pero no multiplicar. Cuando no se busca crear un objeto, sino producir un molde que de origen a muchas composiciones iguales, los artistas recurren a sistemas de reproducción o impresión: ese molde se prensa (o imprime) sobre un material, normalmente papel, cuantas veces se quiera.
Así, el artista crea ese molde o matriz sobre un soporte y el impresor lleva a cabo las copias con medios mecánicos; el primero graba el molde y el segundo imprime, por tanto. El sistema de impresión, que se utiliza de forma generalizada desde el siglo XV, precisamente por permitir multiplicar imágenes y textos con la imprenta favoreció la diferenciación de la cultura medieval y la moderna (como la fotografía, un sistema de proyección, hará lo propio al marcar un punto y aparte entre la época moderna y la contemporánea).
Las técnicas del grabado responden, básicamente, a tres modalidades que, a su vez, tendrán subtipos: la impresión en altorrelieve, bajorrelieve y en plano, que, en función de su soporte, también podemos llamar xilografía (madera), calcografía (metal) y litografía (piedra).
Comenzaremos por la xilografía, procedimiento de grabado que permite llevar a cabo un molde en la madera (aunque la industria moderna ha producido también linóleo, en sustitución); la más adecuada será la dura, compacta y que menos vetas presente, como la de peral, cerezo o, sobre todo, la de boj, que es de color claro y se corta a contraveta o sin tenerla en cuenta. El dibujo se realiza sobre la superficie, plana y lijada, utilizando instrumentos como el cuchillo plano y las gubias, angulares o redondeadas; sobre el boj se puede trabajar también con buril o punzón. El corte ha de desarrollarse, en general, a hilo o a favor de veta, dado que a contraveta puede astillarse fácilmente cuando las maderas no son adecuadas.
El relieve alto es la parte que se imprime sobre el soporte; se entinta con rodillo para que la tinta quede en las partes altas, quedando el blanco o el color del soporte en las zonas bajas, que no reciben tinta. No es fácil efectuar correcciones en la xilografía, especialmente si se ha eliminado más material del necesario, y hay que tener en cuenta que con madera no se pueden hacer grabados de gran formato, salvo si se empalman tacos ensamblados con tornillos interiores. Al ser posible la talla a hilo y a contrahilo, los resultados pueden ser pictóricos ilustrativos, pero el coloreado a mano o con superposición de planchas no logró que esta modalidad alcanzara históricamente la difusión del bajorrelieve y el plano.
La xilografía se difundió en los primeros años del siglo XV, y solo unas décadas más tarde se iniciaron las prácticas del bajorrelieve o huecograbado sobre plancha metálica (calcografía). El artista lleva a cabo el grabado en negativo y este se imprime en el soporte en positivo y con cualidades que el procedimiento anterior no permitía, dado que el artista dibujaba, el artesano cortador grababa y el impresor estampaba; en este caso, el artista recupera la acción de grabar y la plancha metálica permite la consecución de tonos intermedios, grises y no solo negros, claroscuros, valoraciones de volumen y manchas, con la utilización de medios químicos.
La materia preferida es el cobre, por su dureza, maleabilidad, brillo y escaso coste, pero también se usan el zinc y el hierro; como instrumentos, se emplean punzones, buriles, medialunas y ruletas, así como ceras, barnices, resinas, tampones para entintar, tórculos y prensas.
Existen tres procedimientos diferentes para la realización de calcografías: el directo, cuando el grabado lo realiza directamente el artista; el indirecto, cuando es el ácido el que trabaja; y la adición, cuando se añaden elementos ajenos.
En cuanto al primero, el creador puede trabajar la plancha una vez pulida y biselados los cantos de manera directa; si el surco se efectúa con buril, suele llamarse de talla dulce y el corte es limpio; si se realiza con punzón, hablamos de punta seca y la forma cónica de esa herramienta araña más que corta la superficie del cobre. Ambos procedimientos son lineales, por eso, sobre todo en los siglos XVII y XVIII, se recurre a las mediatintas o manera negra, con efectos más pictóricos: consisten en preparar toda la plancha rayando la superficie con el graneador o medialuna, o con un peine de acero.
En el grabado indirecto, no es el artista quien actúa sobre la superficie del cobre, sino que trabaja sobre una capa de cera, resina y betún de Judea para oscurecer; se recubre la plancha totalmente y, una vez seca, se raya con la punta, dibujando el motivo deseado. El ácido muerde las líneas descubiertas, realizando el surco o bajorrelieve que ha de recibir la tinta; se puede controlar la calidad de las líneas con la temperatura del ácido, la concentración, el tiempo de mordedura, el tapado de unas zonas y la exposición de otras.
Respecto al grabado por adición, el deseo de conseguir muchas tonalidades intermedias conduce a la aguatinta: consiste en cubrir la superficie de la plancha de cobre con una capa uniforme de polvo de colofonia, que se calienta para que las partículas se adhieran a dicho cobre. Puesta la plancha en el ácido, este morderá en los espacios dejados entre las partículas de la resina, aislando el resto. Suele llamarse aguada a la aguatinta, pero en realidad la primera se logra pintando con el ácido directamente en la plancha, consiguiendo efectos lavados.
Por último, la invención de la litografía se atribuye a Senefelder, a fines del siglo XVIII y en Munich, aunque en su labor confluyeron muchos caminos previos. Se define como la configuración de un molde sobre la superficie de una piedra con tintas grasas, de modo que se pueda estampar en el soporte por contacto, más que por presión; esa piedra litográfica requiere una preparación previa: su graneado, lijando con agua y arena; el proceso de dibujar o pintar con tintas grasas con pincel, pluma o lápiz; el acidular el dibujo con polvos de colofonia, talco y goma arábiga con gotas de ácido nítrico; la limpieza de todo ello con aguarrás; y el entintado con rodillo y tinta grasa. Por último, se moja bien la piedra con agua y se imprime con la prensa.
Frente a la xilografía y la calcografía, este procedimiento implica rapidez y economía al preparar el molde, facilidad para obtener imágenes en la misma plancha, y la posible multiplicación de ejemplares (no hay desgaste del molde por presión); supone por eso un antecedente de la fotografía impresa.
También es una impresión plana la que se obtiene por medio de la tela de seda (seros), nilón o tergal, es decir, la serigrafía, practicada desde antiguo en China. Esta vez, la tinta pasa a través del tejido de la seda, llamado pantalla, previamente tapada o descubierta mediante un barniz obturante o una materia impermeable. Los resultados ofrecen colores planos, sin contrastes de claroscuros, aunque son posibles las superposiciones de color transparentándose esta por las tramas del tejido.
Hay que decir, por último, que los grabados normalmente se firman (cuando se destinan a la venta, debe haber un control); y que de ellos se producen tiradas o series, comercializables y separadas unas de otras en el tiempo, y numeradas por razones mercantiles. A veces las planchas quedan inutilizadas; en otras ocasiones, se endurecen o aceran mediante un sistema electrolítico para generar más ejemplares.
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BIBLIOGRAFÍA
José Fernández Arenas. Introducción a la conservación del patrimonio y técnicas artísticas. Ariel, 1996
Corrado Maltese. Las técnicas artísticas. Cátedra, 2012