Frédéric Bazille procedía de Montpellier, donde nació en 1841, y su familia tenía previsto que estudiara medicina, pero tuvo apertura de miras y aceptó su decisión de dedicarse al arte a partir de 1864. Su carrera, sin embargo, sería más que breve: murió en 1870, durante su participación en la guerra franco-prusiana. Esa es la razón, la cronología, de que sus pinturas no llegaran a formar parte de las exposiciones impresionistas, aunque en su planteamiento estas muestras le deben mucho: la idea de organizar exhibiciones propias, para no depender así de jurados conservadores, era originalmente suya.
Retrato de una familia, que puede verse en Orsay, ocupa un lugar central en esa corta trayectoria y es también el mayor de sus lienzos conservados. En la década de 1860, fue buen amigo de Monet y Renoir y con el primero llegó a trabajar estrechamente, en obras como Playa de Sainte-Adresse y Costa de Sainte-Adresse; ambos se interesaban por la representación de la figura humana en el paisaje y juntos llevaron a cabo sus primeras incursiones en la pintura al aire libre.
En el marco de ellas, Bazille trabajó en este retrato familiar y Monet en Mujeres en el jardín, ambas ambientadas del todo en exteriores; en el estudio solo hizo el de Montpellier unos pocos retoques, añadiendo su propio retrato en el extremo izquierdo. El motivo de esta imagen se lo proporcionó una reunión de todos los miembros de su familia bajo el gran castaño de una terraza en Méric, en el verano de 1867: a sus padres los vemos sentados en un banco, a la izquierda, y en la terraza se han reunido sus tíos, sus primos, su hermano Marc y la esposa de este, como si reposaran de un paseo. Los vestidos blancos de ellas, con puntos negros, son muy parecidos a los que podemos ver en la pintura mencionada de Monet: es de suponer que formarían parte de la moda de aquel verano, aunque es cierto también que se consideraba que la ropa de color blanco era un signo de las virtudes burguesas decimonónicas.
Para los pintores impresionistas, el efecto de las luces y las sombras y el de los colores del entorno sobre dichos tonos blancos eran especialmente interesantes: la obra de Renoir Lise con sombrilla supone otro ejemplo de ello. Bazille dispuso el efecto del azul turquesa sobre el vestido de su prima Thérèse, la joven sentada a la mesa en el centro de la composición; en definitiva, en trabajos como este lo esencial no es tanto el motivo como el modo en que se representa.
Esta pieza se presentó en el Salón de 1868, a diferencia de la obra paralela de Monet, que sería rechazada. En su crítica del lienzo de Bazille, Zola subrayó tres cuestiones: la sensibilidad del artista al plasmar la luz natural en esta terraza, el retrato muy cuidado de las once personas presentes, con gestos y poses que nos hablan de su personalidad, y la atención prestada a la ropa, vinculada por el escritor a la vida moderna.
Si nos fijamos, ocho de esos once modelos dirigen su mirada al espectador; hay quien dice que su posición podría relacionarse con la propia de una fotografía. Conviene recordar que, en la segunda mitad del siglo XIX, foto y pintura tenían muchos puntos en común en cuanto a modos de representación artística y voluntad de integrar en la imagen la narración y el paso del tiempo.
Lo efímero del momento, además de esa luminosidad volátil, lo subraya ese ramo de flores en el suelo que cualquiera tendríamos tentación de recoger. Como nos atrae su Naturaleza muerta con pescado, casi una rareza: las naturalezas muertas de los inicios del impresionismo, es decir, de la década de 1860, son hoy prácticamente desconocidas, aunque casi todos los artistas de ese movimiento recurrieran al género.
Si Bazille se decidió a presentar este trabajo al Salón de 1866 fue porque dudaba de que tuviera éxito el que pensó llevar allí en un inicio: Mujer al piano. Es muy posible que se inspirara en un bodegón de Manet expuesto un año antes; decía del creador de El pífano: No te puedes imaginar cuánto he aprendido observando los cuadros. Una sesión allí vale tanto como todo un mes de trabajo. Al tiempo, Monet había animado a nuestro pintor a zambullirse en estas naturalezas muertas: le había recomendado trabajar especialmente del natural y en flores; las suyas de este periodo, las de Monet, beben de las de Manet y en ellas se disponen los objetos sobre manteles blancos, delante de fondos oscuros.
No hay que dejar a un lado la evidencia de que pescados, flores o frutas siempre quedaban más disponibles para los artistas que los modelos humanos (además de ser más baratos). En ocasiones, se sabe que Bazille y Sisley se repartían los gastos: compraban a medias una garza muerta y ambos la pintaban, y Caillebotte incluso ahorraba más, pues no compraba las carnes, directamente se fijaba en los escaparates. Con su Naturaleza muerta: pollo, faisán y liebre en un escaparate introducía aspectos nuevos en esta clase de obras: en la elección del aparador de una tienda como motivo y en la representación serial introducía aspectos inequívocos de la vida moderna; ya no presenta uno o dos pescados en el entorno doméstico de la mesa y el mental, sino nueve pollos, tres faisanes, dos liebres y cinco pájaros más pequeños tras un cristal. Renuncia, además, a toda pretensión de profundidad: la disposición, rigurosamente paralela, del escaparate y de la vara de metal de la que cuelgan liebres y faisanes incide en esa ausencia de fondo.
Pescados, flores o frutas siempre quedaban más disponibles para los artistas que los modelos humanos (además de ser más baratos). En ocasiones, se sabe que Bazille y Sisley se repartían los gastos: compraban a medias una garza muerta y ambos la pintaban.
En los años ochenta del siglo XIX, Bazille y muchos de sus amigos artistas, además, no podían permitirse utilizar siempre lienzos nuevos, así que llegaban a rascar los ya usados para volver a pintar sobre ellos. Un análisis a rayos X de Naturaleza muerta con pescado desveló que su tela estaba girada en 180º y cubierta con otra naturaleza muerta, aquella de manzanas y peras.
Una razón no menor para elegir estos temas la constituía la esperanza en que los miembros del jurado del Salón, como decíamos más bien conservadores y de orientación académica, los contemplaran favorablemente: gozaban de aceptación como género y, además, estaban sometidos a menos reglas compositivas. Efectivamente, este bodegón de Bazille sería aceptado y los críticos que hablaron de él (no fueron muchos) incidieron en su significativo realismo, aunque no vieron con buenos ojos sus tonos oscuros. Charles de Sarlat escribiría, en junio de 1866: La carpa es muy realista: a uno le gustaría que se la sirvieran, porque despierta el apetito.