Frank Horvat nació en Italia, en Abbazia en 1928, pero lo consideramos uno de los grandes fotógrafos franceses de la segunda mitad del siglo XX por su atención a la vida nocturna de París y su rol como forjador de iconos de moda a partir de sus colaboraciones para publicaciones históricas de ese sector, como Elle, Vogue o Harper’s Bazaar.
Tras residir en Italia en su primera infancia, en 1939 se vio obligado a refugiarse en Suiza, dadas las raíces judías de una parte de su familia. Finalizada la II Guerra Mundial se asentó en Milán, donde procuró abrirse camino como publicista y después como fotógrafo; sería a principios de los cincuenta cuando pudo publicar sus primeras imágenes en medios suizos e italianos. Admirador de Henri Cartier-Bresson, llegó a visitarlo en 1951 en París con la esperanza de poder unirse a la agencia Magnum, que aquel había fundado (¿Acaso Dios te ha puesto los ojos en el estómago?, dicen que fue su respuesta). No se desanimó: adquirió por entonces su primera cámara Leica y realizó un primer viaje iniciático a Pakistán e India donde, hacia 1952-1954, tomó intensos primeros planos y logró adentrarse en espacios prohibidos, revelándose como un autor apegado a lo íntimo y corporal. Su vocación era firme: antes, siendo muy joven, se había hecho con una Retinamat tras vender una colección de sellos.

Sus fotos verían la luz primero en Die Woche, y después en Paris-Match, Picture Post, Le Ore o Life, donde publicó en un principio bajo el nombre de Franco (y luego de Frank Horvat); allí llamarían la atención de grandes como Edward Steichen, quien seleccionó una de sus composiciones pakistaníes para la celebrada exhibición del MoMA “The Family of Man”. Sus siguientes pasos como fotoperiodista lo condujeron a Londres y París, donde se instaló a finales de 1955, sumergiéndose para sus reportajes en salas de striptease y de música, cabarets o burdeles, para captar tanto sus espectáculos en sí como la actitud de los espectadores y voyeurs.
En ese periodo compró un teleobjetivo Novoplex con el que trabajó en varios enclaves de la capital francesa, consiguiendo puntos de vista inéditos y contrastes acentuados en imágenes en las que incidía en el anonimato de las grandes multitudes y en la saturación de los espacios públicos del París que despertaba tras la guerra. La revista Camera brindó una veintena de páginas a estas obras en su número de enero de 1957, y también llegaron a la primera Bienal de Fotografía de Venecia, en ese mismo año.
Paradójicamente, esa producción callejera antecedería su aterrizaje en el ámbito de la moda. William Klein, que apreció su obra, puso a Horvat en contacto con Jacques Moutin, entonces al frente de Jardin des Modes, quien le propuso trasladar su estilo en la fotografía urbana -granulado, en pequeño formato y con luz natural- a la puesta en escena de colecciones de prêt-à-porter, en esa época en plena explosión. Desde ese momento llevó a cabo este autor sus fotos más celebradas, como Tan Arnold au Chien qui fume o aquella en la que una mujer con sombrero de Givenchy observa con binoculares una carrera de caballos imaginaria.


El humor peculiar de Horvat y sus enfoques innovadores sedujeron a otras publicaciones: en Jours de France pudieron verse Monique Dutto à la sortie du métro, Nico au Bois de Boulogne o Ana Karina aux Halles; más tarde fue demandado, por sus creaciones entre naturales y sofisticadas, por el Vogue británico o Harper’s Bazaar, y Simone d’Aillencourt, China Machado o Vera Valdez posaron asimismo para él.

Sin embargo, este artista, fallecido en 2020, no dejó de experimentar, buscando escapar de los códigos y estereotipos tanto del fotoperiodismo como de la fotografía de moda. Con el apoyo del director jefe de la revista de reportajes German Revue -donde, sin embargo, solo llegó a publicarse una pequeña parte de su proyecto-, emprendió durante ocho meses aquel extenso ensayo fotográfico alrededor del mundo que lo llevó a El Cairo, Tel Aviv, Calcuta, Sídney, Bangkok, Hong Kong, Tokio, Los Ángeles, Nueva York, Caracas, Río de Janeiro y Dakar, entre 1962 y 1963.
En esta última gran empresa en blanco y negro abrió camino al juego, las escenas nocturnas, la fragilidad de sus modelos tras las apariencias, la melancolía de los cuerpos, el amor y los desórdenes físicos… Se trata de una cartografía íntima, derivada de investigaciones introspectivas, de la búsqueda continua de experiencias distintas y, seguramente, de un desencanto profesional y quizá vital.
En el fondo iba detrás de aquello que no podía expresarse con palabras y huía de las evidencias; llegó a afirmar que la fotografía es el arte de no apretar el botón.

