Frente a Fra Angelico, quien vistió el hábito de fraile siendo adulto y a raíz de su propia vocación, Filippo Lippi (Florencia, 1406 – Spoleto, 1469) fue confiado por su padre a un convento cercano al domicilio familiar, el de los Carmelitas de Florencia, casi en su infancia y poco después de su hermano mayor. Pronunció sus votos en 1421, cuando tenía quince años, y en 1430 las actas de ese convento lo sitúan ya como pintor (dipintore); dos años después abandonaría este monasterio, pero no su condición de fraile.
Algunos documentos lo presentan trabajando en Padua en 1434, pero en 1437 se encontraba ya de regreso en su ciudad natal, donde mantenía un taller y su talento era bien valorado (no tanto, quizá, algunas de sus costumbres: parece que tardaba en culminar sus encargos y que tenía debilidades financieras, lo que le ocasionó choques con las autoridades civiles y eclesiásticas). En todo caso recibió beneficios eclesiásticos que después se le retiraban para reemplazarlos pronto por otros: a mediados de siglo, en 1456, fue nombrado capellán de Santa Margherita en Prato y en este convento raptó a una religiosa que le servía de modelo, Lucrezia Buti, que después sería la madre de su hijo Filippino. Rival de Leonardo y Botticelli, en 1461 el papa Pío II, a petición de Cosme de Médicis, le relevó de sus votos (también a Buti) y les permitió casarse.
Ya en lo plenamente artístico, la vida de Lippi estuvo marcada por grandes encargos: los destinados a la decoración de las catedrales de Prato y Spoleto; en su realización contó con Fra Diamante como asociado y compañero de taller y en la última localidad, Spoleto, fallecería. Su tumba, por orden de Lorenzo el Magnífico, se erigió conforme a un proyecto de Filippino y contando con un epitafio de Poliziano.
La pintura de Filippo, como la de Paolo Uccello, es fruto de su vocación autodidacta: no tenemos datos de sus posibles enseñanzas; sí sabemos que conoció el nacimiento de la capilla Brancacci y que obtuvo de aquel un aprendizaje decisivo. Gracias a la Madonna de la humildad (en el Castillo Sforza de Milán), obra de juventud datada hacia 1430-1432, nos consta que optaba entonces por los rumbos de Masaccio; esta composición es aún un ensayo tímido, pero su expresividad deriva de la sencillez de las formas y ofrece frescura pese a cierta disposición esquemática de las figuras. Tanto el rostro de la Virgen como los de los santos que la adoran indican que había asumido bien las lecciones del citado Masaccio.
Desde 1432 se encargaría Lippi de llevar a cabo las pinturas del patio del claustro de Santa María del Carmine y, junto a la Consagración del de Arezzo, de desarrollar un fresco monumental con el asunto de la Confirmación de las reglas de la orden, que les habían sido entonces recientemente otorgadas por el papa Eugenio IV. Esta última composición y el fresco de Masaccio fueron destruidos, pero los pocos fragmentos que se conocen revelan un realismo deudor de aquel y de Masolino, aunque más fuerte y sencillo: comparte esas trazas la Madonna de Tarquinia (1437).
Hacia la década de 1440 Lippi comienza a desarrollar un estilo propio, bien diferente al anterior. Bajo la influencia de Fra Angelico, la plasticidad de sus formas pierde dureza de la mano de un tratamiento nuevo de la luz, que parece envolver las escenas con un suave velo. Ese tratamiento lumínico contribuye a la dulzura de la Coronación de la Virgen de Sant´Ambrogio, en Florencia (1441-1447), en la que, además, la línea adquiere una función distinta, casi melódica.
Esta serenidad, sea en retablos o en frescos, atiende a diversas variantes por más que los temas de Filippo Lippi sean siempre religiosos: la construcción espacial de la Anunciación de Múnich, ejecutada hacia 1450 para un convento florentino, convirtió las anteriores formas estructurales severas de Brunelleschi en una escena más delicada, ofreciendo la Madonna proporciones góticas. Solo un poco más tardía (1458-1460) es su Adoración en el bosque para el altar de la capilla Médicis, hoy en Berlín: enlaza luz y color, imaginación y realidad.
Esos mismos rasgos los apreciamos en San Juan Bautista en el desierto, en el Duomo de Prato: en un paisaje rocoso, casi fantástico, se desarrolla una acción que arranca con la partida hacia el desierto y culmina en la predicación. Renuncia el pintor aquí, de forma voluntaria, al igual que en la Coronación de la Virgen, a una representación real del espacio: una misma luz plateada impregna paisaje y tema.
En el Duomo de Prato, en Misa de difuntos por san Esteban, retomaría Lippi una construcción pictórica racional: en una gran nave muy estructurada, siluetas elevadas rodean el catafalco del santo.
En el ábside del Duomo de Spoleto damos con la apoteosis de su arte compositivo: la serie de la Virgen, en cuya ejecución participó Fra Diamante ampliamente. Y una de las últimas telas que Lippi llevó a cabo personalmente es Madonna con dos ángeles (Uffizi, Florencia): este grupo, bañado con una luz suave, se destaca frente al paisaje al otro lado de la ventana, de dibujo muy delicado, colorido a la vez rico y discreto, figuras de gracia serena y ángeles encantadores que tienden al Niño Jesús hacia su Madre. Las copias de esta imagen llegaron hasta el taller de Sandro Botticelli.
BIBLIOGRAFÍA
Ludwig H. Heydenreich. Eclosión del Renacimiento en Italia, 1400-1600. Aguilar, 1972
Antonio Paolucci. Filippo Lippi. Giunti Editore, 2008