El rebobinador

El libre albedrío de El Bosco y la flor de la locura

Corría 1486 cuando un entonces joven humanista florentino, Pico della Mirandola, celebraba la que entendía como excelencia del género humano como creación divina: en Discurso sobre la dignidad del hombre formulaba que este es la única criatura en la naturaleza que cuenta con libre albedrío y con la posibilidad de determinar su destino, es decir, con voluntad; con el ejercicio adecuado de esta última podría lograr, según este pensador, el estado angélico.

Solo ocho años más tarde, vendría a ejercer su contrapunto Sebastián Brant con La nave de los locos, una serie de pareados en los que ironiza sobre los defectos de nuestra especie: Todo el mundo vive en la oscuridad de la noche, persistiendo a ciegas en la perversidad, mientras que cada calle atestigua la existencia de estos necios. Su distancia, en realidad, no era tanta: Della Mirandola capta la fe en el potencial humano propia del Renacimiento italiano, pero reconoció que el individuo, bajo la marca del pecado original, ha de luchar contra sus inclinaciones, sospechar que es una cuestión de control ascender a la esfera celestial más que caer en el mundo animal.

Con esas opciones de salvación y caída de la humanidad que manejaron los dos tiene que ver la Mesa de los siete pecados capitales y las cuatro postrimerías de El Bosco, que podemos contemplar en el Museo del Prado y que donó Felipe II, en 1574, al Escorial. Las imágenes de esos pecados se distribuyen radialmente en un círculo que simboliza el ojo de Dios: en la pupila Cristo se alza del sepulcro y enseña sus estigmas y alrededor de ella leemos la frase Cave, cave, deus videt (Cuidado, cuidado: Dios ve).

El Bosco. Mesa de los Pecados Capitales
El Bosco. Mesa de los siete pecados capitales y las cuatro postrimerías, hacia 1500-1505. Museo Nacional del Prado

Y lo que Dios ve queda situado justo alrededor de su ojo, sin posibilidad de equivocarse: el nombre de cada pecado está escrito claramente en latín en la parte inferior, aunque no haga falta, porque se hace evidente que los personajes que consumen vorazmente lo que el ama de casa lleva a la mesa representan la gula o que el caballero que duerme en lugar de rezar el rosario alude a la pereza. Del mismo modo, la lujuria queda encarnada en dos parejas de amantes en una tienda; la soberbia, en una mujer que admira su sombrero en un espejo sostenido por el demonio; la ira, en la pelea de dos hombres ante una taberna; la avaricia, en un juez que acepta sobornos; y la envidia, en un pretendiente rechazado que desea la suerte de su rival.

Normalmente las escenas se encuentran ambientadas en la campiña holandesa o en interiores bien construidos y las figuras, corpulentas y más o menos desmañadas, tienen poco que ver con las más célebres de este autor, como tampoco apreciamos en la mayor parte de su obra los contornos oscuros y los tonos brillantes y planos que aquí vemos. Esas son las razones de que se haya pensado que la Mesa podría haber salido de su taller, una creencia cada vez con menos peso por la calidad pictórica de los detalles.

Aunque atribuyamos a esta composición mucha originalidad, lo cierto es que la disposición circular de los pecados capitales responde a un esquema tradicional y, según algunos expertos, aludiría a la propagación del pecado por el mundo; la personalidad de El Bosco se hace notar en la transformación de ese diseño circular en el ojo de Dios. Las cartelas que pueden leerse encima y debajo de la imagen central anuncian que quienes abandonaron a Dios pueden temer su mirada: Les ocultaré mi rostro, para ver en qué terminan y Porque esa gente ha perdido el juicio y carece de inteligencia. Si fueran sensatos entenderían estas cosas, comprenderían la suerte que les espera… Y esa suerte queda reflejada en los cuatro ángulos de la tabla, centrados en la Muerte, el Juicio Final, el Cielo y el Infierno, postrimerías de todos los hombres.

Al reflejar los siete pecados capitales, el Ojo de Dios actúa como espejo que enfrenta al espectador con su alma transfigurada por el vicio, pero al mismo tiempo ofrece el remedio a esa transfiguración: la imagen de Jesucristo en el centro, que nos hace suponer que esta Mesa se empleara como punto de apoyo para la meditación y el examen de conciencia.

En este despliegue de necedades podemos inscribir, además, la credulidad humana, el tema básico de La extracción de la piedra de la locura, igualmente en el Prado: se consideró una obra de juventud de El Bosco, luego se fechó en su etapa de madurez y hoy se tiene por llevada a cabo en los primeros años del siglo XVI. En medio de un paisaje veraniego y frondoso. un cirujano extrae un objeto de la cabeza de un individuo atado a una silla, observando la escena un monje y una monja. Esta operación al aire libre, cuya forma circular podría remitir de nuevo a un espejo, queda dentro de una elaborada decoración caligráfica con la inscripción: Maestro, quíteme la piedra, me llamo Lubbert Das.

En la época de El Bosco, esta práctica era propia de los curanderos y servía, teóricamente claro, para curar a los pacientes de su estupidez: la piedra retirada contendría la necedad. Evidentemente no se llevaba a cabo de forma literal, sino solo a modo de simulacro (nadie la habría superado con vida); en cuanto a Lubbert, solía ser el nombre de los individuos nada inteligentes en la literatura neerlandesa.

Estas supuestas operaciones fueron representadas por pintores y calcógrafos de ese país hasta bien entrado el siglo XVII, entre ellos Brueghel el Viejo (a fines del XVI), pero en ninguna de ellas veíamos el embudo en la cabeza del cirujano, probablemente en referencia a la intención de engaño, ni el libro sobre la cabeza de la monja, puede que un manual pensado para crédulos. Esto solo sucede en el cuadro en Madrid. En realidad, el sentido de la presencia de monje y monja (quizá no lo sean realmente, podría tratarse de ayudantes disfrazados) no está claro, pero dada su connivencia con los engañadores, no sería positiva.

Sin embargo, quizá lo más llamativo en esta composición es que lo extraído de la cabeza de Lubbert no es una piedra, sino una flor, de la misma especie que la que está situada sobre la mesa de la derecha. Aquí el terreno de la imaginación es fértil: los estudios sobre El Bosco contienen muchas hipótesis sobre su significado.

El Bosco. La extracción de la piedra de la locura, hacia 1505-1515. Museo Nacional del Prado
El Bosco. La extracción de la piedra de la locura, hacia 1505-1515. Museo Nacional del Prado

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Walter Bosing. El Bosco. Taschen, 2015

Stefan Fischer. El Bosco. La obra completa. Taschen, 2021

 

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