La iconografía cristiana se ha caracterizado siempre por su dependencia de los textos y ocurre así desde sus comienzos: es a ellos a los que tenemos que acudir para entender sus conceptos. En ocasiones, es complicado trasladar estos a imágenes, pero el arte debía hacerlos más comprensibles para los creyentes, más concretos y narrativos.
Lo apreciamos en la sala bautismal de Dura Europos, en Siria, datada en la segunda mitad del siglo III: sus pinturas, aunque inacabadas, nos permiten descubrir un programa iconográfico muy elaborado que cobija nociones fundamentales del cristianismo que parten de textos del Antiguo y el Nuevo Testamento, sobre todo de los más relacionados con la zona geográfica en la que nos encontramos.
La iconografía temprana cristiana, tanto la bautismal como la funeraria, suele expresar uno de los mensajes fundamentales de su doctrina: la fe en la resurrección. Se entiende que, a través del bautismo, el creyente participa en la muerte y resurrección de Cristo, muriendo a la vida del pecado y renaciendo a una vida nueva. Y ese paralelismo entre muerte y bautismo parece darse en la pila de Dura Europos: es rectangular, adosada a la pared y queda bajo un arcosolio, como muchos sarcófagos de las catacumbas.
Su programa iconográfico está basado en el Evangelio de san Juan, pero también en el de san Mateo y en las Epístolas de san Pablo a los romanos y corintios; los escritos de este último son los más antiguos del cristianismo y en ellos ya encontramos lo fundamental de la doctrina cristiana. El Evangelio de san Juan fue posiblemente escrito en Siria, Mesopotamia y Asia Menor, pero además es el último de los Evangelios en escribirse, por eso en él encontramos más elaborados los mensajes: muchos pasajes están narrados en función de los sacramentos.
Las pinturas, en Dura Europos, las encontramos sobre todo en el baldaquino y el tímpano que cobijan la pila bautismal; también aparecen en los muros y techo de la sala. En el muro mayor, el del norte, las escenas quedan en dos registros: en el inferior, las figuras son de estilo monumental, buscándose el volumen; en la superior aparece una estética más abocetada. En el registro inferior, en el espacio más cercano a la pila, que queda en el muro oeste, se representa la resurrección de Cristo a través de las Marías ante el sepulcro. Se trata de tres mujeres, conforme al Evangelio de san Marcos; según este mismo texto y el de san Lucas, llevan perfumes, pero también cirios en las manos, lo que apunta a la influencia de san Mateo y san Juan, que indicaron que fueron al sepulcro antes del amanecer. Sobre este sepulcro hay dos estrellas: los ángeles de los que hablan Juan y Lucas, que, según el último, estaban dispuestos en la cabecera y a los pies; el Evangelio de Mateo se refirió a “su aspecto como el relámpago y su vestidura blanca como la nieve”.
Parece que se han tomado dos detalles de cada texto evangélico y se ha buscado que, a su vez, cada dato sea mencionado por dos evangelistas, lo que podría significar que, en la creación de esta iconografía, se estaba utilizando el Diatessaron, armonía de los cuatro Evangelios compuesta por Taciano a fines del siglo II muy difundida en la Iglesia siria. Se utilizó en la liturgia hasta el siglo V y justamente en Dura Europos se halló un fragmento del siglo III, en griego, que contiene parte de la historia de la pasión.
La relación con la liturgia, además de en la elección de temas relacionados con el bautismo, la encontramos sugerida, en esta misma escena, en las vestiduras blancas y los cirios de las mujeres, utilizados en la ceremonia bautismal, que tenía lugar en Pascua. Justino asoció bautismo y Pascua al unir el renacimiento del cristiano en el bautismo con la resurrección de Cristo, como se hace aquí patente. Y esta escena es la más próxima a la pila.
En el registro superior, sobre la escena de la resurrección de Cristo, se sitúan la curación del paralítico y Jesús andando sobre las aguas. La primera se representa mostrándonos simultáneamente dos momentos sucesivos del relato: en primer lugar, al paralítico acostado en su camilla, sobre el que se sitúa la figura de Cristo; después, al hombre cargando con su camilla, pero andando de izquierda a derecha. Los cuatro evangelistas narran la curación de un paralítico, teniendo todos en común que Cristo le dice que coja su camilla y ande, explicando que es lo mismo que decirle que sus pecados le son perdonados.
El lenguaje iconográfico encuentra, en el paralítico que lleva su camilla, una forma inteligible de representar el concepto del perdón de los pecados, tan apropiado para un programa iconográfico bautismal.
Respecto al pasaje de Jesús andando sobre las aguas, situado también sobre la escena de las Marías en el sepulcro y de estilo y extensión comparable al del paralítico, este tema solo lo cuentan tres evangelistas (Mateo, Marcos y Juan), siendo más completa la narración del primero, que menciona la intervención de Pedro, representado aquí yendo hacia Cristo, sobre las aguas. Al fondo se ve la barca, en la que, por el estado de conservación, no podría asegurarse si se repite la figura de Pedro. Solo Mateo subrayó el testimonio de fe de todos los discípulos al reconocer a Jesús como Hijo de Dios; se trata, por tanto, de un pasaje que muestra la fe de la Iglesia, con Pedro a la cabeza, en la divinidad de Cristo.
El último tema evangélico conservado, en el muro sur, es el de la samaritana en el pozo, que solo cuenta el Evangelio de san Juan. Se trata del asunto más claramente bautismal, narrado ya en el Evangelio con ese sentido: el agua viva que Jesús promete a la samaritana es el medio por el que se realiza el sacramento, en su dimensión material y espiritual. La escena se sitúa, como la resurrección, junto a la pila y en el registro inferior.
Se trata, en todos los casos, de testimonios de fe relacionados con el bautismo: el agua viva que promete Jesús a la samaritana junto al pozo, la curación del paralítico al que Cristo perdona los pecados o el milagro de andar sobre las aguas, por el que creyeron los discípulos que antes habían temido. En todos aparece el agua como fondo y el tema de la conversión y, además, se insiste en la divinidad de Cristo.
El concepto de Cristo Salvador se desarrolla también en el tímpano sobre la pila bautismal a través de las representaciones del Buen Pastor y Adán y Eva. Aquí, la primera escena tiene que ver con el texto de Juan donde el Bautista señala a Jesús como Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, en un contexto también bautismal. La identificación de Cristo con el Cordero (la víctima) enlaza con el ejemplo de pastor que da la vida por sus ovejas (quitando así el pecado del mundo). Quizá por ello el cordero se representa tan grande, porque es uno mismo con el pastor, Cristo.
De este modo, el cordero sobre los hombros de Cristo puede tener una doble significación: el pecador que se bautiza, enlazando con las figuras de Adán y Eva, causantes del pecado original que se borra con el bautismo, y ser el mismo Cristo, Agnus Dei, que quita el pecado del mundo. La representación de Adán y Eva simboliza el origen del pecado que se perdona en el Bautismo, a la vez que se contraponen a Cristo.
En el mismo muro que la samaritana, entre las dos puertas que dan acceso a la sala, encontramos otra escena del Antiguo Testamento: la victoria de David sobre Goliat. No se cita nunca en el Nuevo Testamento, pero sí hay muchas citas de David en función del mesianismo, para decir que de él depende Cristo. La escena elegida indica que la intención es señalarlo como su prefigura, vencedor del mal y salvador del pueblo. Por la liturgia bautismal, su victoria sobre Goliat es vivida por el que se bautiza como su propia victoria sobre el pecado.
Por último, en la rosca del arco que genera la bóveda de cañón estrellada que cobija la pila bautismal, y en las pilastras del fondo, vemos símbolos eucarísticos: alimento de la nueva vida por el que se obtiene la inmortalidad, reflejando la unión de los sacramentos que se daba en la ceremonia bautismal. Según contó Justino, a mediados del siglo II, la liturgia del bautismo concluía con la celebración eucarística.
La riqueza del contenido teológico en la iconografía de Dura Europos, presente escena a escena y en las relaciones entre ellas, podría resumirse en que el programa pone de manifiesto la creencia en que Jesús, el Mesías anunciado en el Antiguo Testamento, es el Hijo de Dios y salvador del hombre, del pecado y de la muerte. El hombre puede vencer ambos mediante bautismo y eucaristía.