El rebobinador

Claudio de Lorena, cómo convertir paisajes en eternidad

¿Cómo podía tomarse un paisaje contemporáneo, como el de la Campagna romana con sus colinas y llanuras, y hacer de él una imagen eterna? Claude Gellée, al que llamamos Claudio de Lorena por su región de origen (Chamagne, hacia 1600 – Roma, 1682), trató de lograrlo combinando una luz muy particular con la representación realista de esa naturaleza y la de ruinas y edificios antiguos: consiguió que contempláramos sus composiciones como paisajes de ensueño; eran también escenario de relatos bíblicos o mitológicos. De gran éxito y muy demandado por la aristocracia europea, a él le debemos, en buena medida, nuestra actual imagen del paisaje grecorromano clásico.

En este sentido, y antes de adentrarnos en su Paisaje con el padre de Psique ofreciendo sacrificios a Apolo (1662-1663), hay que subrayar que existen notables distancias entre los paisajes de Claudio de Lorena, Poussin y los autores franceses que fueron sus seguidores y los de los artistas holandeses, Van Goyen a la cabeza: los templos romanos de Lorena dan paso en Van Goyen a los molinos que tenía cerca, mientras que los bosques soleados y colinas del galo son reemplazados por un paisaje llano bajo cielos nublados. Si en las composiciones del francés apreciamos una suerte de añoranza por una belleza perdida, los cielos y paisajes holandeses expresan una admiración de raíz religiosa hacia la Creación.

Regresando a la obra de Claudio de Lorena, que pertenece al National Trust y se custodia en Anglesey Abbey, Cambridgeshire, vemos que, junto a las arquitecturas, entre ellas un templo redondo con columnata, el elemento clásico lo proporciona la representación de un sacrificio a Apolo en el que las ofrendas son ganado vacuno. En la parte central de la imagen encontramos una vista del lejano horizonte con, en primer término, un río oscuro y el espacio delante de un templo. El paisaje portuario más allá del puente está iluminado por el sol y queda fundido con un horizonte luminoso en el que distinguimos la silueta de una montaña: la sucesión de planos es infinita.

Merece la pena detenerse en el follaje de los árboles, como los que vemos en primer término a la derecha, fijándonos en la luz que parece penetrar entre ellos. Como los edificios clásicos situados a la izquierda, son ejemplo de la técnica llamada de repoussoir, destinada a incrementar la sensación de profundidad. También dejan constancia de la habilidad de Lorena para pintar del natural, aunque la composición global de sus paisajes la hiciese en el estudio.

Claudio de Lorena. Paisaje con el padre de Psique ofreciendo sacrificios a Apolo, 1662-1663. National Trust, Anglesey Abbey, Cambridgeshire, Inglaterra
Claudio de Lorena. Paisaje con el padre de Psique ofreciendo sacrificios a Apolo, 1662-1663. National Trust, Anglesey Abbey, Cambridgeshire, Inglaterra

Un lienzo muy grande para ser de este pintor es El sermón de la montaña, en la Frick Collection de Nueva York, donde desplegó de nuevo su virtuoso tratamiento de los efectos lumínicos, en este caso procedentes del horizonte. Datado en 1656, se lo encargó el obispo François Bosquet y su tema se considera angular en la fe cristiana: en dicho sermón, atendiendo a los evangelios de san Mateo y san Lucas, Cristo expuso las Bienaventuranzas. En Mateo leemos: Y le siguieron muchas gentes de Galilea y de Decápolis y de Jerusalén y de Judea y de la otra parte del Jordán. Y viendo las gentes, subió al monte; y sentándose, llegaron a él sus discípulos. Y abriendo su boca, les enseñaba, diciendo: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos…

En la escena vemos a Cristo, de azul, sentado en la montaña boscosa, tal como describe el evangelista, y junto a sus doce apóstoles. Quienes lo rodean escuchan con atención, reaccionan, gesticulan o comentan lo oído; entre ellos se encuentra, en primer término, una familia, formada por madre, padre e hijo, con un perro, que atiende las palabras de Cristo. Siendo Tierra Santa, vemos ovejas cerca mientras los camellos aportan un toque de color local.

El río Jordán y el mar Muerto se emplazan a un lado de la montaña, bajo un cielo que transita entre el azul y el color crema. Se sitúan en una posición más baja respecto al mar, a la derecha. Podemos decir que Claudio de Lorena ha condensado este espacio geográfico de modo que sus elementos más conocidos queden compendiados en una sola imagen: aparecen los montes del Líbano con el mar de Galilea delante, mientras que Nazaret se extiende en la otra orilla. En realidad, el mar Muerto (a la izquierda de las montañas) se ubica a cerca de cien kilómetros del mar de Galilea; otros detalles se han modificado de forma similar.

Claudio de Lorena. El sermón de la montaña, 1656. The Frick Collection, Nueva York
Claudio de Lorena. El sermón de la montaña, 1656. The Frick Collection, Nueva York

Lorena era un pintor reconocido que buscaba evitar los plagios y, por esa razón, llevaba lo que él mismo llamaba un Liber Veritatis: un álbum de dibujos que contenían lo que había “inventado”. Gracias a él, disponemos de mucha información fidedigna sobre la datación de sus piezas y sus imágenes.

Dicen que antes de artista fue pastelero; en todo caso, hacia 1617 acudió Claudio de Lorena a Roma y poco después marchó a Nápoles, donde estudió un par de años con Goffredo Wals. Regresó a la hoy capital italiana y, en el ambiente artístico romano, conoció a Agostino Tassi, de quien aprendería la tradición del paisaje lírico y clasicista, de impronta nórdica a la manera de Adam Elsheimer y Paul Brill. Adoptaría entonces el gusto por los panoramas amplios, los puertos de mar y los navíos, dejando a otros artistas el rol de ejecutar las figuras, en las que era menos ducho.

Volvió a Lorena en 1625, pero regresó a Italia enseguida y se estableció en la Ciudad Eterna en 1627, residiendo allí hasta sus últimos días. Creó, bajo la luz mediterránea, una nueva concepción del paisaje clásico en el que, como dijimos, el estudio de la luz, muy matizado desde la aurora al ocaso, según las horas y las estaciones, es fuente de un refinado tono poético. Sus campiñas romanas o sus costas napolitanas evocan el mundo antiguo, atendiendo a una concepción bucólica y serena, refrendada por las ruinas clásicas, los pórticos o los torreones que se reflejan en el mar y se difuminan entre las brumas del amanecer o los resplandores del crepúsculo.

Despliega el francés espacios vastos que llevan la vista del espectador hasta un fondo remoto, de horizontes casi infinitos, tras primeros términos con formas arquitectónicas y masas boscosas: la sensación de profundidad es casi ilimitada, y se alcanza mediante una gradación suave del cromatismo y un paulatino desdibujamiento de los contornos. Las figuras, quizá por su destreza menor con ellas, suelen ser muy pequeñas y parecen sumergirse en los anchos panoramas, de modo que el tema pueda tomarse como un pretexto para ejecutar una vista natural. En suma, probó Claudio de Lorena que los métodos propios del clasicismo en su país podían utilizarse para obtener poesía de la naturaleza, inanimada.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

Juan José Luna. De Tiziano a Goya. Grandes maestros del Museo del Prado. National Art Museum of China-Shanghai Museum, 2007

Patrick de Rynck. Cómo leer la pintura. Electa, 2005

 

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