El rebobinador

Cindy Sherman nunca se autorretrató

Cindy Sherman. Untitled Film Still #58, 1980
Cindy Sherman. Untitled Film Still #58, 1980

Repasad, una a una, varias fotografías de Cindy Sherman: la fotógrafa, nacida en Nueva Jersey en 1954, muestra que el yo supuestamente autónomo y unitario, la identidad personal, es sobre todo una serie discontinua e interminable de reproducciones y falsedades. Podemos considerar a la americana una de las artistas que, en la segunda mitad del siglo pasado, comenzaron a explorar el cuerpo encontrando en él mucho más que lo que se observa externamente, entendiéndolo como el espejo y la forma que adquieren nuestras aspiraciones personales, como la parte visible del deseo humano de perfección.

Si los artistas ligados al Body Art subrayaron su energía, pusieron a prueba su resistencia o escrutaron sus mecanismos psicológicos; Bruce Nauman lo manipulaba tratándolo como un patrón de medida física del espacio y Francis Bacon lo pintó obsesivamente, haciendo ver que el control humano sobre el propio cuerpo es una ilusión y que nuestra existencia se basa en la inestabilidad, Sherman se autocrea en sus obras, emplea el arte para evidenciar que el yo es una construcción imaginaria.

Somete su propio físico a incesantes transformaciones: ella es el único sujeto y objeto de su producción, pero no es sobre ella de lo que hablan sus creaciones, sino sobre la agonía del yo y la deconstrucción de la identidad (sobre todo de los estereotipos femeninos), y su plasmación en un caos. El yo, en sus imágenes, estalla en pedazos de modo que parezca imposible reconstruirlo como unidad coherente.

Al multiplicar su imagen casi hasta el infinito, Sherman renuncia a tener una verdadera imagen propia. Las mujeres que aparecen en sus trabajos no existen ni tienen vida corporal, sino que son el fruto de un juego de disfraces, escenográfico. No nos encontramos ante retratos de nadie, pero tampoco, ojo, ante autorretratos: ninguna de estas mujeres es Sherman, aunque haya algo de ella en todas.

En su trayecto de búsqueda de una figura hipotética, se pierde la relación que se establece entre una imagen y un nombre propio, la capacidad de nombrarse: desaparece bajo multitud de rostros distintos. Su obra es un devenir intenso y progresivo de pérdida y degeneración que culmina en la desaparición del cuerpo y está teñida de una violencia más o menos latente, de una atmósfera mórbida: a veces plasma lo abyecto.

Cada fotografía es la expresión de una patología en la que se explora la identidad hasta los límites de lo desconocido y lleva impresa una premonición: la de la muerte.

El yo, en sus imágenes, estalla en pedazos de modo que parezca imposible reconstruirlo como unidad coherente

Desde los Fotogramas sin título, cuestionó Sherman los códigos identitarios impuestos por la sociedad, haciéndonos pensar sobre la máscara de los estereotipos. Cada una de las imágenes de esa serie es un compendio, amplio, de cómo las mujeres son miradas; una reflexión sobre la construcción de la imagen de la mujer convertida en objeto pasivo de la mirada del hombre, que proyecta sobre ella sus fantasías y deseos haciéndola vulnerable y poniéndola bajo su control.

Cindy Sherman. Untitled Film Still #53, 1980
Cindy Sherman. Untitled Film Still #53, 1980

Todos los elementos externos a Cindy parecen tener un aspecto amenazante: los objetos inanimados adquieren vida, y no plácida; cobran una presencia hostil y ella se nos presenta desprotegida. En Untitled Film Still #16, el cuerpo femenino, dado el punto de vista bajo adoptado por la cámara, se convierte en una gran masa corpórea. Lo primero que observamos son unas piernas hinchadas casi deformes, unos pies enormes difícilmente calzados con zapatos, un rostro abotargado y una expresión perdida; la mirada no tiene dirección. Su pose, sin embargo, es grandilocuente y las manos exageradamente abiertas denotan falsedad en la situación, una impostura inquietante.

La habitación está desocupada y solo desde la pared, en la parte superior, la fotografía de un hombre mayor es testigo de la escena. Es una imagen siniestra, sobrecogedora: la mujer se nos presenta tensa ante el vacío que hay a su alrededor.

Tras iniciar el uso del color, Sherman se sirve de dos rasgos formales con los que dota de un significado profundo a los enfoques de la cámara: la horizontalidad extrema de las fotografías y la colocación del objetivo en la parte superior, mirando hacia abajo. Con ese punto de vista que la cámara proyecta de la mujer, el sentimiento de desprotección y amenaza se acentúa considerablemente. Los cuerpos se ven rodeados de violencia y se hacen más vulnerables, en un sentido físico. Hay que tener en cuenta que la horizontalidad se asocia con las formas de lo podrido y lo excrementicio: las formas de vida quedan al albur de la llegada inminente de la muerte.

Una muerte que, a veces, Sherman hace explícita a través de fragmentos de cuerpos inertes y del brote imparable de sangre, como en Untitled #244, donde vemos una sangre sucia cubriendo un cuerpo violentado rodeado de detritus y fluidos corporales. El significante se ha descompuesto: no es humano ni animal; la frontera entre ambos términos se ha disuelto y surge la imagen delirante de un monstruo.

La descomposición avanza y lo inerte invade el cuerpo; la identidad queda, del todo, perturbada y no se respetan los límites ni los lugares. Han desaparecido las fronteras interior y exterior y los trozos del cuerpo se confunden en un todo viscoso, junto a restos de comida y objetos en Untitled #179.

Ante la imposibilidad de encontrar su imagen, la incapacidad de nombrarla y de dotarla de contenido simbólico, la artista renuncia a ella. La sustituyen muñecos contorsionados, deconstruidos y construidos varias veces en las más extrañas composiciones: dos torsos unidos, cabeza de hombre y pechos de mujer…

Las posiciones invitan a veces a la imaginación erótica; otras veces, el acto fotográfico se convierte en una posible agresión al cuerpo humano en la que se confunde lo artificial y lo real, la representación y el tabú, la alienación y la mirada sexual.

Transmite Sherman un profundo sentimiento de sordidez dentro de un entorno que es, a la vez, irreal y cotidiano: ahonda en el pathos humano mediante situaciones de pesadilla. En suma, pone en imágenes la belleza terrible de lo atroz, el desasosiego, las tinieblas de la vida diaria.

Cindy Sherman. Untitled #179, 1987
Cindy Sherman. Untitled #179, 1987

 

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