El rebobinador

Brunelleschi, Ghiberti y la escena religiosa que pudo iniciar el Renacimiento

Simbólicamente, el acontecimiento artístico que marcó el inicio del Renacimiento fue el concurso convocado para adjudicar las representaciones de una de las puertas de bronce del baptisterio románico de la Catedral de Florencia, que ya contaba con otra realizada por Andrea Pisano en los años treinta del siglo XIV. Se trata, como muchos sabéis, de un baptisterio ortogonal.

Ese concurso tuvo lugar en 1401; en Florencia destacaba el gusto por decidir estas cuestiones a través de comisiones y mediante concurrencia. Optaron siete escultores, pero de las obras que realizaron solo nos han llegado dos; las demás se perdieron (es posible que cada artista se llevara su pieza si no había sido premiada). Las que se conservan son las correspondientes a Brunelleschi y Ghiberti, ambas como decíamos en bronce y con el mismo tamaño (54 centímetros, los correspondientes a un brazo florentino, medida normalmente usada allí). Se les exigió que representaran el sacrificio de Isaac por Abraham, correspondiente al capítulo 22 del Génesis.

Hay que mencionar que, en el desarrollo de la puerta, hubo cambios: es posible que se pensara decorarla con escenas del Antiguo Testamento, pero varias de ellas pertenecen al Nuevo. Una comisión formada por 34 jueces, nombrados por una corporación, decidió los temas a tratar y los ganadores; esas corporaciones o gremios no reunían solo a artistas y conformaban el tejido social, cultural y económico de la ciudad. A inicios del siglo XV desarrollaron una labor de patrocinio importante respecto a las obras artísticas e incluso se estableció cierta competencia entre ellas; los jueces que nombraban para estos concursos, sin embargo, eran intelectuales, no miembros.

Los artistas tuvieron un año de plazo para llevar a cabo su proyecto y, además de Brunelleschi y Ghiberti, sabemos que se presentó al certamen el escultor sienés Jacopo della Quercia. Hay quien cree que Ghiberti, el segundo, ganó, porque fue él quien hizo la puerta (argumento potente) y porque así lo expresó él mismo en la autobiografía incluida en su obra Los comentarios, pero el asunto no está tan claro. Un texto datado entre 1470 y 1490 sobre la vida de Brunelleschi afirma que los jueces apreciaron tanta calidad en los dos  que no llegaron a decantarse por ninguno y tomaron la decisión de que ambos trabajaran en la puerta, pero el autor de la cúpula del Duomo no quiso y la realizó Ghiberti, otra versión posible también. Este texto que mencionamos se pensaba escrito por un discípulo de Brunelleschi, el arquitecto Antonio Manetti, aunque hoy se sabe que no es él su autor, al que nos referimos por eso como pseudoManetti.

Lorenzo Ghiberti. El sacrificio de Isaac, 1401. Museo del Bargello, Florencia
Lorenzo Ghiberti. El sacrificio de Isaac, 1401. Museo del Bargello, Florencia

En el trabajo de uno y otro, de Brunelleschi y de Ghiberti, sobre la escena del sacrificio, dos criados acompañan a Abraham e Isaac al lugar donde ocurriría el suceso con una caballería, pero aunque representan los dos el mismo asunto, lo hacen de modo muy distinto. En la pieza de Ghiberti vemos a Isaac desnudo, arrodillado sobre el ara, con una cuidadosa anatomía que remite al arte clásico, en el marco de una composición realizada a base de dos triángulos que, aunque no resulta rigurosamente triangular, sí está muy bien equilibrada.

También tienen en común sus piezas un marco obligado de lóbulos y puntas, muy frecuente en todo tipo de manifestaciones artísticas en Italia y Europa, y de tradición gótica. Pisano ya empleó esta misma forma y se continuó con ella para mantener la armonía; hay que pensar, en todo caso, que un marco así no permite trazar una escena con naturalidad, porque los lóbulos tienen que rellenarse (en este caso de Ghiberti, con ángeles, ropajes y un carnero).

Su Abraham presenta una cabellera leonina o jupiteriana, con grandes rizos, que rezuma clasicidad: es brillante, noble y espectacular. Los criados se encuentran enfrentados como si conversaran y su cabello también está muy cuidado: el escultor se esmera en su trabajo, en la realización de los rizos y de los pliegues del manto. Levanta un poco la figura de uno de ellos el talón, en una postura incómoda, que prueba cierta afectación elegante.

El ara, por su parte, se decora con roleos vegetales muy clásicos y bien trazados que remiten a la ornamentación de los sarcófagos romanos de la Antigüedad.

Retomando la obra de Brunelleschi, esta tiene una composición distinta, aunque también con cierta tendencia al triángulo. Abraham conforma uno de sus lados y el caballo y los criados sirven de base al mismo, componiendo un cierto rectángulo entre ellos. Además, nuestra vista es conducida hacia un punto central superior.

Las figuras no son comparables a las anteriores: Isaac se halla medio desnudo, retorcido y mal dispuesto, no es demasiado armónico ni espectacular y Abraham está muy concentrado en su acción. Barbudo, no hay elegancia en su melena.

El ángel ocupa el lóbulo de la izquierda y un árbol el de la derecha, en la parte superior; los inferiores nos ofrecen a un criado agachado bebiendo agua (el de la derecha) y otro sacándose una espina (el de la izquierda).

Por su intención, se trata por tanto de obras muy distintas, de conceptos opuestos. Los criados se agachan, se apartan aquí del centro de importancia de la escena y no enseñan la cara: conforman la base secundaria de la escena principal. Muchos autores relacionan estas composiciones con los frentes clásicos antiguos: uno de esos criados puede recordar al espinario helenístico y el otro al grupo de Apolo y Marsias.

Brunelleschi, en definitiva, da importancia a lo que tiene importancia y se la quita a lo que no la tiene, mientras Ghiberti concede excesiva relevancia a los mozos y al caballo. En su imagen, los sirvientes parecen verdaderos señores y, aunque se encuentran algo más abajo del grupo de Abraham e Isaac, lo equilibran; parece que tuvieran la misma significación y que desarrollen una conversación intelectual, impropia en este contexto.

En la pieza de este último, el tiempo no está definido y la acción queda imprecisa porque el ángel no llega a detener la mano con el cuchillo de Abraham, mientras en el trabajo de Brunelleschi sí la agarra y ese gesto es el importante. Se trata de una acción absolutamente concreta y limitada y, haciendo hincapié en ella, Brunelleschi muestra un concepto artístico totalmente distinto al de Ghiberti: se cuenta lo que tiene relevancia, lo que tiene que ver con el drama humano, más que resaltar peinados, vestidos, el aspecto de la servidumbre. En el altar, por cierto, las escenas no se distinguen bien: se barajan la Anunciación, aunque hay más figuras que las de la Virgen y el ángel Gabriel; Abraham e Isaac ante la Virgen, una idea peregrina, o la Alegoría de la genealogía de Cristo, asunto que no tendría explicación aquí.

Brunelleschi muestra un concepto artístico totalmente distinto al de Ghiberti: se cuenta lo que tiene relevancia, lo que tiene que ver con el drama humano, más que resaltar peinados, vestidos, el aspecto de los criados.

Destaca, en cualquier caso, lo que ocurre realmente con el hijo de Abraham, en contraste con la pura exhibición de Ghiberti, en la que el centro no parece ser el sacrificio. La postura en arco del Isaac del de Pelago es propia del Gótico internacional e impropia de alguien que va a morir; preciosa formalmente hablando, pero insostenible y antinatural. Valora aspectos que el Renacimiento no considerará importantes, porque las coordenadas de espacio y tiempo en que se moverá el arte desde este momento tienen que ver con el hombre, temporal y finito, y estas aparecen en la imagen de Brunelleschi.

Podemos decir, por tanto, que el florentino abre un periodo distinto en el que, repetimos, el tiempo y el espacio cuentan y esto tiene que ver con el nuevo pensamiento que pone al hombre en el punto de mira. No podemos decir que el espacio se encuentre muy desarrollado en su escena, pero sí se sugiere al poner a los criados como base, y la representación temporal no puede ser más clara. Habrá que esperar algunos años más para continuar viendo obras en esta línea.

Sabemos que Ghiberti casi agotó el plazo de un año para llevar a cabo su propuesta y fue muy indeciso en su realización, repasando muchas veces, consultando a sus amigos, procurando embellecerla lo máximo posible… Tenía una gran capacidad técnica, manejaba el bronce como nadie, con mucho cuidado, practicando detalles infinitos. Por aquel pseudoManetti sabemos que, en contraste, Brunelleschi trabajó rápido y sin apenas consultar con nadie, porque cultivaba un arte gallardo: supo desde el principio lo que quería contar y lo contó.

En el fondo, los dos caminos eran nuevos: uno por su preciosismo, y el otro por su capacidad narrativa, sorprendieron a los jueces. Y ambas obras llevan la etiqueta de Gótico internacional, fase que consideramos que se inició en 1375 y precede al Gótico flamígero o borgoñón. La pieza de Ghiberti fue fundida como pieza única; la de Brunelleschi, en cuatro secciones diferentes, y ambas se encuentran en el Museo del Bargello de Florencia: fueron regaladas a Cosme de Médicis, quien las llegó a colocar en la Iglesia de San Lorenzo, diseñada por Brunelleschi.

Brunelleschi. El sacrificio de Isaac, 1401. Museo del Bargello, Florencia
Brunelleschi. El sacrificio de Isaac, 1401. Museo del Bargello, Florencia

 

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