Aunque parezca obvio, quizá no lo sea tanto: el más común e imprescindible de nuestros instrumentos para conocer el estado de las obras de arte es el señor ojo, nuestro llamado ojímetro. El resto de artilugios empleados con ese fin son ayudas instrumentales empleadas por los especialistas en técnicas artísticas y en peritar, tasar y expertizar.
Según sean sus ondas electromagnéticas, los instrumentos de medición empleados en el análisis de las piezas pueden diferenciarse entre los que miden radiaciones visibles al ojo humano y los que miden radiaciones no visibles. Antes de detenernos en los primeros, mencionaremos otra posible clasificación: algunos medios requieren una pequeña muestra del objeto, a modo de biopsia, para poder analizarla, así que también podríamos hablar de medios “destructivos” y “no destructivos”. Por supuesto, esa destrucción es minúscula si se realiza convenientemente.
En cuanto a las ondas electromagnéticas y sus radiaciones, estas vienen determinadas por la longitud de onda, la frecuencia, la velocidad y la energía; la frecuencia se mide en hertzios y sus múltiplos. Atendiendo a esos factores, distinguimos: ondas de radio (de 10.000 km a 1mm, como las del teléfono, la radio, el radar o la televisión); radiaciones luminosas (de 12.000 a 10.000 miliardésimas, como los infrarrojos térmicos, los fotográficos, la radiación visible y la ultravioleta), rayos X (de 100 a 0,01 miliardésimas) y rayos gamma (de 0,01 a 0,001 miliardésimas).
MEDIR LO VISIBLE
Dijimos que empezaríamos hablando de los medios que miden las radiaciones visibles al ojo, y entre ellos están la fotografía, la lupa de sodio y el microscopio.
La fotografía es útil en todos los casos porque ofrece la posibilidad de guardar la imagen (documento gráfico de cualquier tipo de radiación electromagnética) y archivarla. Con las radiaciones normales de luz natural o luz artificial, permite imágenes en micro, macro o en normal, consiguiéndose testimonios documentales del estado de la obra; podemos obtener también fotografías rasantes, iluminando el objeto con una inclinación de 20º, o al trasluz: estas últimas ofrecen detalles de la capa pictórica, el estado del soporte o el de las pinceladas.
Si se emplean luces monocromáticas de sodio que emiten colores amarillos, pero de radiación visible, podemos percibir mejor retoques, dibujos y manchas de barniz. Los resultados son parecidos a los de la luz infrarroja, pero con la diferencia de que nos encontramos ante una radiación visible y no invisible.
Forman parte también, decíamos, de los instrumentos de radiación visible todos los sistemas de lupas que, aumentando el tamaño, permiten un examen detallado de las imágenes: desde el cuentahílos de diez aumentos hasta los microscopios electrónicos, se trata de instrumentos esenciales para ver y analizar el soporte, la capa pictórica, percibir fechas y letras, estructuras de tejidos o de pigmentos, etc.
Además del microscopio electrónico, que puede obtener hasta un millón de aumentos, en restauración suele emplearse la lupa binocular, que puede fijarse sobre un soporte de modo que al especialista le quedan las manos libres para limpiar, retocar, estucar…
El microscopio puede ser ensamblado al equipo fotográfico para ofrecer imágenes documentales de las piezas que pueden luego emplearse para el estudio de las obras, como transparencia para proyectar o sobre papel.
MEDIR LO INVISIBLE
Uno de los medios más frecuentes para analizar radiaciones invisibles son los rayos ultravioleta: radiaciones electromagnéticas de una longitud de onda situada entre 100 y 400 miliardésimas. Producidos por una lámpara negra (vapor de mercurio) o lámpara de Wood (1913), se reflejan en la superficie del objeto a analizar de distinta forma según su materia y son recogidos sobre una película fotográfica en negro o color.
Los ultravioleta destacan retoques o repintes, que se muestran a nuestros ojos como manchas más oscuras que el resto de la policromía; también barnices, que aparecen amarillentos y verdosos según su grado de antigüedad, pudiendo diferenciarse unos de otros por la fosforencia ultravioleta, algo más permanente que la fluorescencia.
Debido al paso del tiempo, los pigmentos y barnices se hacen más fluorescentes a los rayos ultravioleta, mientras que los retoques o reintegraciones más recientes quedan como manchas opacas, al no tener aún esa fluorescencia.
La radiación infrarroja (de 750 a 1200 miliardésimas) tiene, por su parte, la propiedad de atravesar la capa de barnices y algunos pigmentos o colorantes, permitiéndonos ver las capas que hay debajo, es decir, pinturas o dibujos subyacentes, arrepentimientos o correcciones, lienzos reutilizados…
Logra evidenciar en esas capas ciertos colores por su diferente reacción ante los infrarrojos: el azul aparece como rosa, el azul cobalto se muestra casi blanco, los amarillos se hacen marrones, los blancos se transparentan… permitiendo ver dibujos o escritos subyacentes. El blanco de plomo, por ejemplo, es muy transparente ante los infrarrojos, aunque sea opaco a los rayos X.
Estos rayos X son radiaciones de onda más largas que los ultravioleta y pueden atravesar también cuerpos opacos y de cierto espesor. Las materias que absorben mayor cantidad de esas radiaciones aparecen en la pantalla más claras (son las de mayor peso atómico), mientras que las que absorben menos aparecen más oscuras (son las orgánicas o de menor peso atómico).
Esta técnica facilita el examen de pinturas: los rayos X penetran las capas pictóricas, indicando en blanco los pigmentos con contenido de plomo o mercurio (minio, cinabrio, blanco) y penetran incluso más allá de la preparación de yeso y cola, detectando también correcciones, imágenes subyacentes, técnicas preparatorias… Han delatado muchas autorías y son muy útiles para examinar esculturas, porque permiten apreciar clavos y empalmes interiores.
De uso más reciente son los rayos gamma, más adecuados para objetos tridimensionales. Su imagen se recoge en una pantalla colocada detrás del objeto, pero pueden ser peligrosos por su poder penetrante, que hace que sean útiles para endurecer algunas resinas en esculturas.
Otros medios relativamente recientes que han logrado conquistas importantes son la fotogrametría, que permite obtener una imagen estereoscópica de un objeto a escala y es útil para estudiar edificios, esculturas y pinturas murales, y la holografía, que consigue imágenes tridimensionales de un objeto mediante rayos láser.
Con los rayos ultrasonido se puede conseguir información del estado interno de una materia por medio de la ecografía o interferencia registrada. Se fundamenta en la cualidad de propagación del sonido que posee cada material: las interferencias suponen degradaciones de esa materia.
La estratigrafía, por su parte, implica la extracción de una partícula o muestra del objeto (por supuesto, conviene hacerla en una zona que no perjudique a la obra). Se utilizan, sobre todo, microscopio y una cámara fotográfica, para recoger el aumento fotográfico de las capas pictóricas o las reacciones químicas buscadas. La muestra se cubre luego con una resina transparente endurecida con un catalizador, se corta y se secciona y, tras colocarla entre cristales, se analiza.
A veces se ayuda en esa labor al microscopio con rayos infrarrojos o ultravioleta.
El análisis químico permite identificar cuantitativamente los elementos presentes en una muestra y se completa, habitualmente, con el físico, que es el más completo de todos en lo cualitativo y lo cuantitativo. Entre sus técnicas habituales figuran la cromatografía, el carbono 14 y la activación neutrónica.
La primera consiste en la separación de las distintas sustancias que componen una muestra para su examen. Según sean materias orgánicas o no, se complementa la cromatografía con otros medios fisicoquímicos, como la fluorescencia con radiaciones ultravioleta, los infrarrojos o los rayos X.
Otros análisis, como el carbono 14, la activación neutrónica o la dendrocronología son útiles para fechar ciertos materiales. El carbono 14 se aplica a todos los que contengan carbono procedente de organismos vivos, porque estos, sean animales o vegetales, absorben el carbono de la atmósfera, un isótopo radioactivo.
Tras la muerte del organismo, el carbono 14 comienza a emitir una radioactividad de manera constante y conocida: midiendo esta y restándola de la original, puede averiguarse el tiempo de existencia del objeto realizado con ese material siempre que no sea más antiguo de 30.000 años.
La activación neutrónica implica el análisis con activación atómica, esto es, consiste en bombardear una sustancia con partículas nucleares (neutrones). Requiere personal muy especializado, es un procedimiento complicado. De lo que se trata es de averiguar si un pigmento usado en una pintura tiene las características propias de una época o si estamos ante una falsificación.
La dendrocronología es una técnica, como su nombre indica, para datar la madera. A partir de los anillos de crecimiento de un árbol podemos saber la edad de su desarrollo, aunque no el momento de su transformación en objeto, que puede ser muy posterior y es datable con otros sistemas.
Por último, la termoluminiscencia es una técnica que sirve para fechar objetos de materiales procedentes de las artes del fuego, como la cerámica o el cristal.