Polifacético, Rembrandt dominó, como sabéis, todo tipo de temas y materiales: hizo geniales óleos, grabados y dibujos con escenas cotidianas, paisajes y motivos históricos, pero en su producción son mayoría las pinturas de temática religiosa y los retratos. Dentro de este último género, resulta muy peculiar en la época en que nos encontramos el interés del autor por su propio rostro, que no se cansó de representar: podemos decir que los autorretratos de Rembrandt componen una biografía única en la Historia del Arte, pues se conocen más de cien. Suponen la expresión íntima de más de cuarenta años de vida e indican cómo cambió, a lo largo del tiempo, su concepto de sí mismo: de joven se veía como un ciudadano alegre y seguro, acomodado y emprendedor; en su madurez se representó como un hombre equilibrado y, en su vejez, como un genio conocedor de los secretos de la vida interior.
A lo largo de su vida, fue también modificando su estilo aunque manteniendo su gusto por la espontaneidad: en sus comienzos predominan las pinceladas minuciosas de factura casi caligráfica, muy esmerada; durante su juventud y madurez fue ganando fuerza y expresividad, capacidad de captar el movimiento y también psicologías mientras sus pinceladas se hacían más libres, y en sus últimos años se decantó por el intimismo y la recreación del alma humana, alcanzando una gran libertad creativa, tanta que llegó a aplicar pintura con los dedos, sin utensilios.
Mantegna, Leonardo, Durero o Rubens fueron influencias claras para él, así como el tenebrismo de Caravaggio, pero adoptó sus técnicas a un estilo personalísimo, suavizándolas y llenándolas de matices. Hay que recordar que, por su originalidad, Goya y Picasso se declararon en deuda con él.
Los autorretratos de Rembrandt suponen la expresión íntima de más de cuarenta años de vida e indican cómo cambió, a lo largo del tiempo, su concepto de sí mismo
Repasamos, a través de varios autorretratos, la evolución de Rembrandt a la hora de representarse a lo largo de su carrera:
El pintor en su estudio, hacia 1626
Es su primer autorretrato y, en la época en que lo pintó, Rembrandt tenía su taller en la última planta de un edificio de Leiden. Este pequeño lienzo nos muestra cómo era su austero lugar de trabajo: se presenta a sí mismo algo perdido en este espacio casi desangelado, vestido, eso sí, con elegantes ropajes (que parecen quedarle grandes, como un disfraz) para no ser confundido con un aprendiz o un visitante.
La precisión con que Rembrandt describe la estancia es asombrosa. Una puerta gruesa y vieja de madera cerrada, con el quicio agrietado, aparece a la derecha; a la izquierda de esta, sobre el suelo, vemos el caballete del artista, de espaldas al espectador e iluminado por un foco de luz, de tal forma que la parte que podemos ver aparece envuelta en sombras. Esta luz se refleja en el lienzo e irradia a toda la habitación. En el muro del fondo cuelgan las paletas y, junto a él, queda la piedra para mezclar los pigmentos; en la mesa se disponen otros útiles. La humedad que se ha colado en la habitación y rezuma por las paredes resquebrajadas deja ver las distintas capas deterioradas de cal y ladrillo. Se detiene exquisitamente en los detalles: los desconchones, las aguas de la madera del suelo o los clavos del caballete cobran un relieve especial. Y el pintor solo tenía veinte años.
Rembrandt se pintó en el momento preciso en que se aleja unos pasos del caballete y, pincel en mano, escudriña con mirada crítica su obra. Él, que sería en su madurez un maestro de la pincelada grande y suelta, trabajó en esta pintura con sumo cuidado, utilizando un pincel muy fino de cerdas suaves, como los usados por los artistas del siglo XVII dedicados a la miniatura.
El juego de luces y sombras y la puesta en escena, con sus ropajes que parecen de guardarropía, delante de un cuadro cuyo contenido no conocemos, es un recurso teatral propio del Barroco.
Gerrit Dou, alumno de Rembrandt, se hizo un retrato algo similar en su estudio, siendo la suya una obra claramente inferior.
Autorretrato, hacia 1628
Desde bien joven, Rembrandt se tomó a sí mismo como modelo para estudiar las expresiones fisionómicas y los efectos de las luces y las sombras. Más adelante, lo aprendido lo fue incorporando a sus composiciones históricas o en los retratos que realizó por encargo.
En este pequeño autorretrato se aprecia ya la energía y originalidad del pintor: cabeza y busto aparecen bien definidos. Él tenía 22 años y se sentía joven y fuerte, seguramente con la seguridad de quien triunfa a edad temprana. La pintura aparece bañada por una profunda sombra y silueteada contra una pared luminosa, rasgos casi extravagantes entonces, pues los retratistas solían colocar a sus modelos a plena luz contra un fondo oscuro.
El rostro no es visible por completo y solo la mejilla y un trozo de oreja están claramente iluminados. Es probable que Rembrandt hiciera esta obra como una prueba para experimentar con la luz y las sombras; la luz entra por la parte izquierda e ilumina la zona derecha de su cabeza desde el cabello al cuello, dejando el resto en penumbra. Empleó tinta de diferente color para los toques de luz en el hombro, el cuello y la mejilla. La pared grisácea está tratada con una pintura clara; este fondo neutro destaca aún más el busto del pintor.
Aquí se aprecian las enseñanzas aprendidas de su maestro Lastman, pero también la mayor fuerza y vitalidad de Rembrandt. También una de las constantes de su estilo: el interés por sacar el mayor partido posible a la textura y la calidad de los pigmentos.
Destacan los rascados vigorosos que hizo con la punta de su pincel en la pintura fresca para conseguir realzar su cabellera rizosa y darle un toque de dinamismo.
Autorretrato con gorguera o autorretrato con 23 años, hacia 1629
Nunca estuvo en la milicia ni en la guerra, pero Rembrandt fue aficionado a vestir prendas castrenses al autorretratarse. Aquí aparece elegantemente vestido, según la moda, con el cabello más cuidado que de costumbre y con una pequeña gola metálica de la que sobresale el cuello blanco de su camisa. Su rostro, de mirada expresiva e inteligente, se vuelve hacia el espectador con un gesto serio y seguro: a los 23, era un artista consciente de su valía y cotizaba al alza, por eso se representa como joven acomodado.
La iluminación, con efecto de claroscuro, remite a Caravaggio y su figura llena casi por completo el espacio. La paleta cromática es oscura, salvo por el toque rojizo de los labios y el blanco de la camisa. Dentro de la factura cuidada, en detalles como el cuello blanco se aprecian las pinceladas gruesas que serían, años después, su seña de identidad.
Autorretrato riéndose, 1629-1630
Este autorretrato, firmado con un original monograma, es uno de los pocos en que Rembrandt se presentó riendo. Tiene toda la libertad y espontaneidad de los que realizó en sus comienzos en su primer taller en Leiden, antes de establecerse en Ámsterdam y alcanzar el éxito.
Se trata de un retrato terminado de busto, tal y como se solía hacer en su época: cabeza, cuello e inicio de los hombros, lo que en Holanda se denominaba tronije. Su canon es más alargado de lo habitual en Rembrandt y, dejando a un lado la belleza, el maestro se pinta con una expresión algo grosera, con pinceladas enérgicas y sueltas, toques de color seguros…Se asemeja a su retrato con Saskia en las rodillas y también a las caras sonrientes y coloradas de los campesinos o bebedores de Brouwer, Hals y otros pintores de la escuela de Utrecht.
Algunos autores creen que detalles como el tratamiento del cabello difieren de su estilo, y se ha dudado de su autoría. Se baraja que no lo realizara solo él.
Autorretrato con los ojos muy abiertos, 1630
Este año Rembrandt empieza a cosechar sus primeros éxitos en Leiden, tras haberse formado con Lastman en Ámsterdam. En este aguafuerte se muestra con rostro divertido o asombrado, viveza que logra mediante un perfecto dibujo, con líneas trazadas con enorme seguridad. Posiblemente con su muesca quisiese estudiar el movimiento y las expresiones humanas. Este tipo de retratos, en aguafuerte y de corte tan expresionista, solo los realizó hasta finalizar la década de los cuarenta, y es inevitable pensar en cómo recuerdan a ellos algunos de Goya siglo y medio posteriores.
Retrato con Saskia en las rodillas o Parábola del hijo pródigo, hacia 1635
No se realizó, muy probablemente, para que fuese un retrato doble, sino una pintura de carácter moralizante. Al primer vistazo, la escena parece alegre, pero también un punto licenciosa: el lujo en las ropas y las joyas que luce la mujer, los ojos vidriosos y el rostro fanfarrón de él y la postura de ambos sugieren una escena de prostitución.
La obra se asemeja bastante a El artista riéndose con copa en la mano, en compañía de una cortesana sonriente de Hans van Aachen, en el que ese pintor se autorretrataba, como aquí Rembrandt, enseñando los dientes, lo que era inhabitual entonces.
Sin embargo, el hedonismo de la pintura tiene sentido si se considera una fábula moral y una denuncia ejemplarizante de la vida licenciosa; la escena encaja con la representación del hijo pródigo de la parábola en el momento en que derrocha en una francachela la fortuna paterna.
La composición introduce al espectador en el cuadro y le hace partícipe de la escena, en la que aparecen símbolos de la vida disipada, como la copa, encarnación de los excesos, o el pavo real, alusión a la vanidad. Rembrandt iluminó esta obra con su característica luz dorada y la realizó con pinceladas bastante sueltas.
Autorretrato apoyando el brazo en un pretil, 1639
Rembrandt se representa apoyando el brazo sobre un muro, en una pose orgullosa y mirando en actitud algo desafiante al espectador. Viste ropa elegante, acorde con su situación social tras su matrimonio con Saskia, pero también anacrónica, más propia del siglo anterior.
Solía disfrazar a sus modelos y a sí mismo con prendas y sombreros espectaculares, de otras épocas, que guardaba en su taller. La postura que adopta, reclinando el brazo sobre el codo, es una pose amanerada y propia de retratos renacentistas como la del célebre retrato de Castiglione de Rafael, que entonces se encontraba en Ámsterdam como parte de la colección de Alfonso López, mecenas portugués que residía allí en aquellos años.
Es posible que quisiera inmortalizarse como gran poeta, pues sabemos que creía en la afinidad de todas las Bellas Artes y que se relacionó en Ámsterdam con representantes del mundo de las letras, o que quisiera identificarse con grandes señores del siglo XVI. Un año antes de hacer este grabado realizó otro semejante, con gorro adornado con una pluma.
Autorretrato a la edad de 34 años, 1640
Aparece de nuevo vestido como cortesano renacentista, con el brazo derecho apoyado en un pretil, en una composición que destila seguridad. La figura del pintor, de medio cuerpo, se recorta sobre fondo neutro, con los bordes algo difuminados en un sabio claroscuro. Rompiendo con su habitual verismo, mejoró algo su imagen en esta obra, afinando los rasgos de su cara, pero consigue transmitir naturalidad.
La composición remite al Retrato de un hombre (llamado Ariosto) de Tiziano y al Castiglione de Rafael, pero Rembrandt, quizá inspirándose en ellos, reinterpretó los colores y la luz.
Autorretrato dibujando junto a una ventana, 1648
Es el último retrato que Rembrandt se hizo al aguafuerte. Sentado junto a una ventana y vestido con gabán o bata y con el sombrero puesto, sujeta un lápiz o pluma con la que se dispone a trabajar en papeles descolocados sobre un libro que sirve de atril. Fija su mirada, penetrante, en el espectador.
La escena presenta un fuerte contraste entre la luz radiante que entra por la ventana y las sombras del interior del taller. Mediante unas pocas y delicadas líneas representa las hojas donde dibuja y el paisaje que observa desde la ventana. Seguramente se inspiró en esta pintura Goya en su autorretrato del mismo nombre, de hacia 1795.
Autorretrato con paleta y pinceles, hacia 1660-1665
Fue uno de sus últimos autorretratos y en él mira con fijeza al espectador y se presenta ante él con realismo y con sus útiles de trabajo.
A esas alturas, ya no tenía el menor interés en adularse, así que no disimula su nariz ancha, sus ojeras marcadas, las arrugas que surcan su rostro y su figura oronda vestida con ropa cómoda y abrigada. También se nos muestra algo despeinado.
Es enigmático el significado de los dos círculos que aparecen tras el pintor, en la pared, y que también están presentes en alguna otra obra suya; se han querido identificar con los mapamundis con los que los holandeses decoraban sus casas, pero es solo una hipótesis.
La pincelada es muy suelta; algunos detalles parecen inacabados, como la mano izquierda del pintor y la parte superior derecha de su gorro. Interesado en reflejar su personalidad, deja a un lado detalles de ese tipo. Conserva el excelente claroscuro que aprendió en su juventud, iluminando profundamente el rostro y el pecho y dejando el resto en penumbra.
2 respuestas a “Autorretrato a autorretrato: así pasaron los años por Rembrandt”
no especifican las dimensiones.
no especifican las dimensiones.
hhh
Quisiera citar el texto de este articulo, pero no tiene nombre de autor ni fecha de publicación. Por favor, podrian proveer los datos de la publicacion? Gracias.