No hacen falta sesudos análisis para entender que el arte digital es fruto de su tiempo y, como tal, si algo caracteriza la e-image es su retórica de la temporalidad, esto es, su carácter incorpóreo, inmaterial y volátil (allí donde aparece deja pronto de estar; se trata de una imagen-tiempo que ocupa provisionalmente un espacio desubicado) y su tendencia a darse como imagen-movimiento o imagen-diferencia: en el curso del tiempo tiende a no mantenerse idéntica a sí, a cambiar.
La imagen electrónica pierde la memoria de sí misma, no da buen testimonio de identidad porque no puede repetirse como idéntica ni siquiera a sí misma.
Esta retórica de la temporalidad de la e-image condiciona la forma en que en su ámbito podrá constituirse algún tipo de disposición-memoria, el modo en que, podríamos decir, cobrará cuerpo en su dominio. Estas piezas no prometen duración, sino retardo. Tenemos que hablar de una memoria de constelación, de sistema, de la memoria que de cada parte posee el sistema; una memoria que no tiene carácter ROM (de lectura y recuperación) sino RAM (de potencia de procesamiento e interconexión de datos; no de objeto sino de red, no de registro y consignación sino de conectividad).
El potencial recuperativo y la tensión memorial de la imagen tradicional quedó en suspenso con la aparición de la imagen electrónica y el carácter diferencial de la disposición-memoria que ostenta, derivado de su posición en una estructura reticular, dinámica y procesual.
La energía simbólica de la imagen transmuta de principalmente rememorante, y poseedora de aura, a cognitiva y dialéctica, productora de conocimiento y comunidad. Para que ese sea el destino de la imagen en la era de su reproductibilidad electrónica, ha debido cumplirse antes el trámite de su desmaterialización y autonomización respecto al soporte; este escenario se parece al que Freud bosquejó para el modelo de memoria que podría metaforizar el inconsciente.
Está en juego el paso de una economía de comercio a otra de distribución, de red: la primera se ordena en torno al mercado, el intercambio oneroso de objetos; la segunda no implica transferencia de objeto-mercancía. El flujo de valor económico responde a la regulación del derecho de acceso al conocimiento de cierta cantidad de información que se hace circular mediante mecanismos de distribución de carácter medial.
Esta distribución se produce en el marco del asentamiento de la economía del conocimiento, que representa el desplazamiento del núcleo de los procesos de generación de riqueza al escenario de esta circulación distribuida de la producción simbólica; y esto se cumple en condiciones inéditas en cuanto a la cuestión de la propiedad, al caer parcialmente la anterior protección de los derechos privados del individuo.
En la economía del conocimiento, el dador ve ampliada y no mermada su riqueza intelectual en el momento de su otorgamiento (hay quien habla de “comunismo del conocimiento”). La aplicación de formatos de competencia individualista ocasiona desproducción, pérdida de objetividad.
La recepción de ese conocimiento es simultánea y colectiva, aumentan los escenarios de “consumo” cultural y emergen nuevas formas de autoría grupal, creación compartida e “inteligencia colectiva” que dan consistencia a esa nueva economía de la propiedad común del conocimiento. El carácter dialéctico de la imagen, su propia inclinación a darse como compartida, encuentra en las cualidades digamos comunitaristas del formato digital e inmaterial y del canal de distribución electrónica la verificación de su naturaleza también comunitaria.
Y la disposición-memoria de la que hablábamos, que potencia esta nueva economía, es una estructura-red que construye en tiempo real una constante actualidad del saber en revisión permanente en la que se funden y confunden producción, distribución y consumo. Se trata de una estructura inventiva, una memoria de proceso que constela los datos y los pone a trabajar en fricción para rendir de continuo actuaciones nuevas, de modo que la producción del conocimiento se amplía en todas direcciones.
La producción de conceptos es resultado del nomadismo y el entrechoque interno de los puntos del sistema en su capacidad para transfigurarse o valer por otro en otro lugar, y la memoria misma y total del sistema es su propia actualidad constelada. No desaparecen los lugares de archivo, pero para ser efectivos estos también han de estar permanentemente enlazados y en línea, en actualización continua, de modo que los gestores de contenidos sean cada vez menos distinguibles de los buscadores.
Se están delineando los grandes repositorios de contenidos de dominio público tanto para la producción textual como de imaginario y esa estructura de distribución de una gran red de archivos online parece el formato que van a adoptar los actuales dispositivos-memoria.
Estos nuevos formatos de archivo se caracterizan por su potencial de colectivización y construcción de comunidad y su carácter inventivo; para ambos rasgos es fundamental el potencial de autogénesis que estas redes poseen a la hora de autoalimentar su expansión y aumentar el conocimiento que alojan y al que dan curso. Apenas tiene ya relevancia, en ese sentido, la capacidad de almacenamiento y reposición, y ganan importancia el procesamiento y la recombinación, además de una noción de cultura que mira más al futuro que al pasado, menos vinculada a la reproducción y más a la producción de innovación.
2 respuestas a “Arte digital: allí donde aparece deja pronto de estar”
masdearte
Hola Antonio, muchas gracias. Hemos elaborado el texto a partir de apuntes de cursos y conferencias; la base han sido ideas de José Luis Brea, ya fallecido. Un saludo.
antonio ruiz
Es un texto muy interesante. Me gustaría saber quién es el autor para seguirle y para preguntarle por sus fuentes. Insisto en que el texto está muy bien elaborado. Estos temas me interesan mucho y creo que el autor del texto ha acertado en su concisión y claridad expositiva.