Nadie tuvo la culpa, fue Aquello. Cómo adivinar que de una forma tan tonta…No hay nadie contra quien tomar medidas, qué le vamos a hacer. Es verdad que Lucio no debía haber estado solo, sí. Su compañero…lo cierto es que siempre se coge bajas en los días de montaje de ferias, pero que estuviera aquí no habría evitado nada. Quizá en vez de a él le hubiese pasado a otro, nada más.
Era un tipo trabajador. Lo es, perdone, todavía lo es. Y bueno, como su compañero estaba enfermo, o lo que fuera, pues llevaba tres días montando a destajo. Puede que se despistara, y no calculara bien las dimensiones de Aquello, de puro cansancio.
Haciendo memoria, esta mañana él me dijo que se había olvidado el teléfono en casa y que a punto estuvo de perder el tren para Madrid por volver a por él. Y que una vez que lo cogió, se dio cuenta de que llevaba la camisa al revés; se la puso bien cuando llegó a los baños de la estación. Allí, en la cafetería, pidió el desayuno. Pobre hombre, no se pudo tomar siquiera su zumo de naranja porque la máquina estaba averiada, y a él, que le sienta mal el café caliente, se lo pusieron ardiendo y, por no protestar, se lo tomó.
Esto no me lo dijo, pero me juego las orejas a que en el tren se sentó al lado de alguien que escuchaba reggaeton sin cascos y llevaba las piernas abiertas. Cuando el día se estropea es complicado enderezarlo, digan lo que digan los calendarios de color turquesa. Y al que nace burro del cielo le cae la albarda.
Como le contaba, a Lucio se le acumuló el trabajo: obras, cartelas, papeleras, iluminación, moqueta, mostradores, señalética… Era muy hábil, bueno es, es. Y trabajaba a buen ritmo, no perdía el tiempo.
Creo que está pensando que era un bicho raro, y que mejor abrevio, ¿verdad?
Pues de acuerdo. Lo vi transportar la escalera hacia el stand de Aquello. Sé que me fijé en que el peldaño final era algo estrecho para que cupieran los pies, pero, ya le digo, Lucio era experto, y además no tenía vértigo, así que no pensé nada. Sorteó a una gente que estaba allí, en el pasillo entre los dos pabellones, haciendo fotos al paso de cebra. Nunca he entendido qué ganan con eso, pero todos los años más de uno saca la cámara allí. En fin.
Colocó una cartela que faltaba, ajustó una bombilla en el stand de detrás de usted y vino hacia aquí, con la escalera. Tenía que colocar la escultura en un pedestal más ancho –para evitar accidentes, dijo, qué cosas- y luego intentó hacer más compacto Aquello. Estaba en todo.
Me suena que entonces se encontrara en el último escalón, tranquilo, fíjese que diría que silbaba el bolero de Ravel mientras manipulaba aquel montón de… Con guantes, que cumplía las normas, no vaya a pensar que no.
Cuando acababa Lucio de subirse arriba, pasó por aquí una señora…no sé quién era, creo que acompañaba a un galerista muy amable que viene cada año. Dijo que le fascinaba la pieza, que la encontraba maravillosa, que no se podía expresar más con menos.
Bueno, pues después pasó un hombre, bien trajeado no se crea, que dijo que no se podía expresar menos con más. Y al montón de Aquello tiró el vaso de café, qué quiere que le diga. Lo vi, lo vi, pero la verdad es que a aquel señor no me atreví a decirle nada.
Hice ademán de seguirlo, pero entonces oí el estrépito de todo ese revoltijo yéndose al suelo y tirando la escalera de Lucio. Y vi a Lucio cayendo, claro.
Fui corriendo, pero antes de que pudiera llegar a ayudarlo su cabeza ya había chocado con la escultura a la que había cambiado el pedestal. Para evitar accidentes, maldita la gracia. Y era una calavera, para colmo.
Supongo que se ocupará el seguro. Si Lucio no hubiera quedado inconsciente del golpe, le hubiera dado un patatús solo de pensar en haber roto una obra, con lo responsable que era. Destrozó una calavera con su propia cabeza.
Hay gente con estrella y gente estrellada, ya se lo decía. Que no nos engañen.
El asunto es que él no tuvo culpa de caer, no fue una imprudencia; cómo iba a ser Lucio imprudente… Las obras de arte no se montan con casco.
Quién iba a pensar que un montón de desperdicios podía venirse abajo, con lo resistentes que son los desperdicios en general, no me diga que no. Ni lo pudo prever quien dijo que le fascinaban, ni quien tiró el vaso encima…Que, entre nosotros, deben ser dos formas distintas de no haber entendido nada de Aquello, ¿no cree?
A Lucio le hubiera gustado, estoy seguro, reparar el desaguisado. Está claro que un par de cafés lo mismo te salvan el día que te lo arruinan.