Especial Bienal de Valencia

Vicente Jarque

Aspectos de una Bienal
La segunda Bienal de Valencia se presenta, en principio, como la de su consolidación.

Si la primera destacaba por su carácter inesperado y, si se quiere, un tanto experimental o tentativo, esta edición dirigida de nuevo por Luigi Settembrini- parece responder a unos parámetros algo más sobrios, tanto desde el punto de vista artístico como desde el presupuestario. Si en aquélla lo que dominaba era la idea de la intercomunicación entre las artes y tendía, legítimamente, hacia la promiscuidad y un cierto abigarramiento, ésta propone el tema de La ciudad ideal como punto de convergencia de todas esas artes.

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Al igual que en la primera es inevitable-, también aquí nos hallamos ante trabajos ciertamente valiosos junto a algunos de interés menor. A este respecto, parece que lo más importante sería encontrar los criterios específicos que nos permitan discriminar entre los unos y los otros. Es esto lo que trataré de ir haciendo a lo largo de los siguientes comentarios acerca de las distintas exposiciones y eventos que componen esta Bienal. To be continued.
Heridas de la ciudad

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En cuanto que exploración de las posibilidades del arte urbano, el planteamiento de la muestra Solares, o del optimismo, comisariada por Lorand Heygi, acierta en lo que concierne a la importancia de tomar en cuenta el lugar en donde se trabaja. De hecho, no es mala idea ocuparse de los incontables solares que deslucen el centro histórico de Valencia. Estos espacios deteriorados son heridas abiertas en un colectivo histórico. Por eso en ellas se ponen en juego relaciones entre el pasado y el presente, lo interior y lo exterior, lo público y lo privado, la experiencia viva y la muerta. La idea es sugestiva, pero desafiante. De hecho, no todos los convocados han superado la prueba.

Ilya y Emilia Kabakov, Woman-Fountain, 2003
Los mejores son los que han sabido dialogar con el espacio asignado: Ilya y Emilia Kabakov con su figura de alambre casi invisible; Matthew McCaslin con sus conductos y relojes colgantes en viejas medianeras; Clay Ketter con sus paredes blanqueadas; Anne y Patrick Poirier con sus propuestas arqueológicas. Los menos o nada interesantes son los que han caído en la grandilocuencia, la decoración o la gratuidad. Sooja Kim, por ejemplo, transfigura los vacíos urbanos iluminando los restos que se mantienen en pie; Polly Apfelbaum lo hace con imágenes de flores; Danika Dakic ha instalado ángeles donde no se necesitan; Gilbert & George se han autorretratado sin necesidad; Pistoletto nos ofrece unos espejos descompuestos, pero redundantes; Dennis Oppenheim ha hecho construir en una plaza una estructura enfáticamente fea, que ni siquiera es redundante. En conjunto, la experiencia tiene el interés de lo arriesgado, que es el contexto en donde se reconoce tanto la fuerza como las debilidades.


Solares, Ciudad de Valencia
Escenas en los grandes almacenes


La muestra principal de la presente Bienal de Valencia, El almacén del adecuado comportamiento, comisariada por Will Alsop y Bruce McLean, parte de la metáfora de los grandes almacenes como lugar de una experiencia frustrada, y trata de reconvertirlos en espacio propicio para una auténtica buena conducta, es decir, aquella que habría de propiciar un incremento de la experiencia y, por tanto, del conocimiento de uno mismo a través de los objetos. Esto queda enfatizado por el hecho de que lo expuesto pueda ser comprado (por encargo, pero a precios relativamente razonables). Su punto débil no estriba tanto en su carácter utópico (eso de hacer realidad unos versos de Pound: bajo rayos de medio vatio/ los ojos se vuelven topacio…), cuanto en su tendencia a presentarse como un parque temático, como un simple centro de ocio. Pero el resultado es inteligente, bien ajustado al espacio y brillantemente resuelto en sus aspectos formales. Se trata de un lugar en donde uno se encuentra a gusto (¿y por qué no?) y en donde el arte aparece como un evento poroso, próximo a la experiencia cotidiana, en la que uno se siente inclinado a participar e intervenir. Por lo demás, no todos los departamentos son igualmente interesantes.

Departamento de Sonido
El departamento de muebles, por ejemplo, se prestaba a bastante más. El de lectura está mal concebido (nadie va a leer, ni debe, a unos grandes almacenes). El de erotismo es sospechosamente pudoroso. El de humor falla por centrarse en los chistes, siempre dependientes de específicos idiolectos. El de fumadores y cine es el que más exige del espectador. El de belleza y peluquería resulta simpático y audaz. Los de danza, sonido y flores parecen obedecer a criterios más convencionales en cuanto a la compartimentación de las artes. En cuanto al departamento de bebidas, se trata, sin duda, de una apuesta de cuyos buenos propósitos se beneficia el conjunto. En cierto modo, uno lamenta que este proyecto no haya podido ser llevado a cabo en unos términos de mayor envergadura.


“A&M: El almacén del adecuado cmportamiento”, Convento del Carmen, Valencia
Del pretérito imperfecto al presente confuso

Mike Figgis, El museo del pasado imperfecto, 2003  © A. Valentín-Gamazo.
La contribución de Mike Figgis a la Bienal tiene el mérito del riesgo; pero no siempre la asunción del riesgo sirve para hacerse perdonar un fracaso. Lo cierto es que el hecho de que Figgis sea como se sabe- un valioso director de cine, no tiene por qué convertirle en un instalador competente. De algún modo, esto es lo que demuestra su Museo del pasado imperfecto: concebido como un itinerario a través de un viejo, sucio y húmedo palacio hace tiempo abandonado. Los distintos espacios se recorren sin grandes sorpresas, desde la entrada (con la refiguración de un atropello perpetrado por un muñeco al volante de un 600) hasta las últimas estancias (la War Room: parejas de muñecos también de tamaño natural- acongojados por una escuadrilla de bombarderos de juguete), pasando por otras imágenes desalentadoras (un muñeco-varón junto a una enferma o difunta en el lecho, en la capilla del palacio y ante una pantalla de televisión, o una figura junto a una bañera, o unos maniquíes en una estancia maloliente…) y, en los siniestros corredores, fotografías a modo de fotogramas (paisajes, retratos, desnudos, informes autobiográficos…) y, por supuesto, vídeos. El ambiente, tanto en sí mismo como por la escasa iluminación y la música, resulta bastante lóbrego. Pero uno se pregunta qué tiene que ver todo esto con el cine. Figgis lo entiende como su desconstrucción. El resultado, sin embargo, más bien parece arte normal y (demasiado) corriente.


“El Museo del Pasado Imperfecto”, Palacios de la calle Exarchs, Valencia.
Más allá de la arquitectura, más acá de la utopía

Tadashi Kawamata, Barquitos, 2003  © A. Valentín-Gamazo.
Los vínculos entre la utopía y la arquitectura vienen de lejos y han formado parte eminente de la cultura artística del presente. Sólo los arquitectos se ocupan esencialmente del habitar humano, y sólo ellos construyen templos. Cuando la utopía pierde su sentido histórico universal, tiene sentido reducirla a los términos microscópicos de las realizaciones concretas en cuanto que metáforas de la irreductibilidad de lo particular.

Toyo Ito, maqueta para la Mediateca de Sendai, 1998-2001 - © A. Valentín-Gamazo.
En esta exposición se ha sabido jugar con esa idea. El resultado es brillante (tal vez se trate de la mejor y más consistente exposición de las que componen la Bienal) y, por lo demás, aprovecha muy bien el espacio (las amplias y acogedoras Atarazanas).

Vista panorámica de Micro-UTOPÍAS - © A. Valentín-Gamazo.

Miquel Navarro, ciudad en la exposición - © A. Valentín-Gamazo. En la muestra encontramos (por citar sólo algunos) buenos trabajos de raíz escultórica (los de Constant, Rhoades, Navarro, Badiola, Yturralde o Zhen) o por así decir- paraescultórica (Acconci, Matta-Clark, Colomer, Orta), junto a documentos arquitectónicos en forma de vídeos o maquetas (Gehry, Koolhaas, Ito, Metapolis, Friedman, Jones), realizaciones efectivas (Krueger, Mac Bride, Asymptote) y bromas inteligentes (los cuatro portaaviones de IaN Architecture, el gallinero de Van Lieshout).

Lucy Orta, Nexus, 2001 - © A. Valentín-Gamazo.

IAN+, 4 portaeri, 2002-2003 -© A. Valentín-Gamazo. En conjunto, la propuesta vale no tanto -desde luego- como una idealista manifestación de la conciliación de los opuestos, cuanto como un pertinente recordatorio de la indeterminación de los límites entre arquitectura y escultura, es decir, entre utopía y realidad, universal y particular, libertad y necesidad, sujeto y cuerpo, cuando tales identidades conceptuales son seriamente confrontadas desde el presente y desde el arte.

Chen Zhen, Même lit, rêves différents, 1999 - © A. Valentín-Gamazo.
“Micro-UTOPÍAS”, Atarazanas, Valencia.

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