Tras su paso casi triunfal hace un año por el Círculo de Bellas Artes, coincidiendo con la anterior edición de PHotoEspaña, ahora es el Museo San Telmo de San Sebastián el que repasa la trayectoria de Louise Dahl-Wolfe, fotógrafa de moda nacida en San Francisco que compitió en su día con Steichen, Horst P. Horst, Hoyningen-Huene, Irving Penn o Munkácsi y que influiría decisivamente en los enfoques de Richard Avedon, que la llamaría “mi vara de medir”.
En el San Francisco Institute of Art estudió a fondo la anatomía, la composición, los pormenores de la teoría del color y también dibujó (Rudolph Schaeffer y Frank Van Sloan fueron sus maestros) y aquellos conocimientos le resultarían después imprescindibles para su trabajo, que destacó por su experimentación con la luz natural, el blanco y negro y el color; también con las localizaciones exteriores, sobre todo cuando eligió trabajar en el norte de África y Sudamérica. Ella misma declaró en alguna ocasión que dibujar desnudos en una clase en vivo le facilitó mucho su posterior labor en la fotografía de moda, porque le ayudó a tomar conciencia de las diferencias entre los cuerpos de hombre y de mujer, no solo en su forma, también durante el movimiento.
La americana inició su carrera en los treinta y sus años dorados los vivió en las dos décadas transcurridas entre 1936 y 1958. Su entrada en contacto con Anne W. Brigman, en 1921, y un viaje por Europa y África junto a la fotógrafa Consuelo Kánaga en los años veinte pudieron resultar fundamentales para que tomase la decisión de vivir de la cámara (también el hecho de que su vocación inicial por las artes plásticas no fuera demasiado alentada por sus profesores).
Como es habitual en muchos fotógrafos de moda, este no fue el primer campo de su interés: se inició tomando el pulso a bodegones, desnudos y retratos; estos últimos, especialmente, de los habitantes de Nashville durante la Gran Depresión. Al fotografiarlos, adoptó la mirada documental propia de su tiempo: las sombras de Walker Evans y Steinbeck son alargadas.
Su consolidación le llegó de la mano de Harper’s Bazaar, que en aquellos veinte años espléndidos publicó de Dahl-Wolfe 600 fotografías en color, 86 portadas y más de 3.000 fotografías en blanco y negro. Todas llevan el sello del estudio compositivo minucioso y la elegancia de la de San Francisco, pero no conviene olvidar que contó con un buen equipo: Carmel Snow, editora jefe, Alexey Brodovitch, director de arte y Diana Vreeland, editora de moda.
Al margen de sus imágenes de moda-que contribuyeron a gestar la imagen de una nueva mujer, culta y distinguida a la vez que seductora-, conviene no olvidar que Dahl-Wolfe desarrolló también su peculiar estilo retratando a grandes de Hollywood y del arte, como Orson Welles, Borís Karloff, Vivian Leigh, Bette Davis, André Malraux, Edward Hopper y Jean Cocteau, visiblemente cómodos y naturales en sus imágenes, cercanos al público como quizá nunca hasta entonces se les hubiera visto.
Otra de sus retratadas fue Lauren Bacall antes de ser Lauren Bacall: cuando la actriz solo tenía diecisiete años (siendo Betty Bacall), Dahl-Wolfe la retrató en Florida en dos ocasiones y esas imágenes tendrían parte de “la culpa” de que Howard Hawks la acabara fichando para Tener o tener y de su cambio de nombre.
Yendo más allá de la belleza innegable de sus fotografías, no resulta difícil entender que tras ellas se encuentra la mirada de una pintora, y no debemos entender de otra forma su uso creativo tanto del color como de la luz, y también sus desnudos de poses delicadas.
Con el fin de los cincuenta llegó un cambio de era: según Dahl-Wolfe, se había perdido la esencia de la elegancia. No se reconocía en el tipo de imágenes que recogían las nuevas publicaciones y decidió retirarse. Al campo.
“Louise Dahl-Wolfe, con estilo propio”
Plaza Zuloaga, 1
20003 San Sebastián
Del 18 de julio al 1 de octubre de 2017
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