Tras “Cuentos de peluche”, de Ad Minoliti, que pudimos visitar en la Sala A de La Casa Encendida hasta el pasado mes de marzo, arranca allí la segunda escena del ciclo “Fantastico interior”, comisariado por Rafa Barber Cortell. Esta lleva por título “Buen camino” y presenta el trabajo de la artista Marina González Guerreiro (A Guarda, Galicia, 1992), en la que es hasta ahora su mayor exposición y la primera en un espacio institucional.
“Buen camino” continúa ese recorrido a través de la intimidad, uno de los temas centrales del ciclo, que en esta ocasión nos sumerge en la idea de transito o cambio de etapa, que bien podemos identificar con un paso de estación, del invierno a la primavera, o con el paso de la adolescencia a la madurez. Este espacio transitorio lo materializa la artista a través de las diferentes construcciones en forma de puente que encontramos en la sala. Las primeras, más pequeñas, son maquetas y diferentes ensayos dispuestos en una estantería que recrea la que Marina ha tenido desde niña en la casa de sus padres, y que ha sido realizada por el mismo carpintero que la construyó para ella hace más de veinte años. Podemos intuir aquí el puente como símbolo de salida, de aquello que es necesario transitar para seguir creciendo. Pasado y presente se unen en una suerte de pirueta temporal que permite a la artista moldear el tiempo de la misma forma que lo hace con todas esas pequeñas piezas que llenan las baldas a modo de “souvenirs de vida”. Observamos en ellas varias de las características de la producción de Marina: el preciosismo construido a través de materiales precarios y usados, y la búsqueda del equilibrio entre el orden y el desorden, el control y el azar.
La exposición, pensada como una escenografía navegable, es una invitación a pasar de lo pequeño a lo grande; a detenerse sin prisa en la observación de cada uno de los detalles. Su trabajo pone en valor esos materiales sencillos y objetos pequeños en los que todos somos capaces de reconocer algo que nos ha pasado en algún momento y permanece en nuestro interior; esos instantes rutinarios que impregnan la vida y forman la intimidad.
Además de esta pieza central, salpicados por la pared encontramos azulejos pintados que inciden en una idea de juego y también de peregrinación (Buen camino, que da título de la exposición, es lo que se desean los peregrinos en el Camino de Santiago). Lo vemos en el juego de la oca, en el que cada casilla forma parte de una ruta que hay que recorrer, y en la que tampoco faltan los puentes, cuya corriente nos permite avanzar…; y se intuye en otras como el calendario o en un conjunto de árboles frutales y vegetación que indican la celebración de la llegada de la primavera.
Pero aquí, en la sala, el final del camino no es tal. Es, de nuevo, un puente. Un largo puente colgante construido con cuerdas y habitado delicadamente por otros elementos de la naturaleza como palmas, pétalos y flores amarillas. Para su elaboración, la artista se inspiró en el puente de Q’eswachaka, sobre el río Apurimac, a unos kilómetros de la ciudad de Cuzco. Allí, desde hace varios siglos, distintas comunidades indígeneas se reúnen cada año para reconstruir el puente tras la época de lluvias. Es por tanto un puente vivo, que renace cada año y que forma parte de la vida de los que lo cuidan.
Es el de Marina un trabajo delicado e íntimo en el que podemos encontrar pequeñas alegorías que seguro harán despertar más de un recuerdo en quienes visiten la exposición.
“Buen camino”. Marina González Guerreiro
Ronda de Valencia, 2
Madrid
Del 20 de abril al 19 de junio de 2022
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