Edward Hopper: soledades americanas

Edward Hopper. Sol de la mañana, 1952. Columbus Museum of Art

El Museo Thyssen-Bornemisza presenta la muestra europea más ambiciosa dedicada hasta ahora al pintor

Madrid, 11/06/2012


“Hopper”

MUSEO THYSSEN-BORNEMISZA
Paseo del Prado, 8
28014 Madrid
Del 12 de junio al 16 de septiembre de 2012
De martes a domingo, de 10:00 a 19:00 horas

Mañana se abre al público en Madrid, y próximamente lo hará en París, “Hopper”, muestra dedicada al artista norteamericano que contará con trabajos de la propia colección del Thyssen y de instituciones como la Réunion des musées nationaux de Francia, el MoMA, el Metropolitan, el Museum of Fine Arts Boston, el Whitney Museum of American Art o la Addison Gallery of American Art de Andover.

Pese a su gran apreciación en Europa, no son demasiadas las muestras que el continente ha dedicado a Hopper. Bajo el comisariado de Tomás Llorens y Didier Ottinger, la exhibición que hasta septiembre podrá visitarse en el Thyssen analizará la trayectoria del pintor a través de 73 piezas y en dos secciones: la primera corresponde a su periodo de formación (1900-1924); la segunda a su etapa de madurez. En esta última tendrán cabida sus temas y motivos más recurrentes.

Edward Hopper. Dos en el patio de butacas, 1927. Toledo Museum of Art

Tan populares como complejos, sus trabajos conjugan americanismo y realismo y revelan, desde una simplicidad nada idealizada, el lado más moderno de Estados Unidos. La mayoría de sus obras tienen como escenario lugares públicos, como bares, hoteles, estaciones… esos enclaves que también inspiran a muchos artistas contemporáneos atraídos por los llamados no-lugares: espacios de tránsito y prácticamente vacíos que, ya en las pinturas de Hopper, desprenden dramatismo y soledad gracias a sus contrastes lumínicos.

Tomó de su maestro Robert Henri un tono realista que se alejaba del academicismo dominante a comienzos del pasado siglo. Vinculado a la tradición americana que representaban Winslow Homer y el propio Henri, retrató a la sociedad estadounidense de aquellos años y se trasladó a París para aprender del uso impresionista de la luz y la sensualidad.

Edward Hopper. El Marthe McKeen de Wellfleet, 1944. Colección Carmen Thyssen-Bornemisza en depósito en el Museo Thyssen-Bornemisza

De vuelta a su país, compatibilizó su devoción artística con su trabajo como ilustrador para diversas revistas y campañas publicitarias. Aquellos empleos, que consideró en su momento degradantes, le ayudaron a mejorar las dimensiones narrativas de sus imágenes. Es llamativo cómo, mientras sus ilustraciones evocan positividad y reflejan una atmósfera de diversión vinculada al consumismo; sus obras más personales se desarrollan en los mismos escenarios pero se centran en la apatía y el ensimismamiento de los personajes: dos caras de la misma moneda.

A medio camino entre sus multiplicadas imágenes comerciales y la unicidad de sus lienzos, encontramos los grabados que Hopper desarrolló en los primeros años veinte, de nuevo protagonizados por arquitecturas imponentes (La casa solitaria, 1922) o figuras solitarias (Viento de tarde, 1921) en las que también se acentúan vivamente los contrastes entre sombras y luces. Poco después, en el 23, realizaría Hopper sus primeras acuarelas, que tienen esta vez como motivo dominante casas victorianas que destacan por el potencial dramático del juego lumínico de sus fachadas.

Se considera que en 1925 la producción de Hopper cobró el vigor formal y poético por el que hoy la conocemos. De ese año data Casa junto a la vía del tren, obra a la que el crítico Lloyd Goodrich se refirió como una de las más conmovedoras y desoladoras manifestaciones de realismo que hayamos visto jamás.

Edward Hopper. New York Pavements, 1924 o 1925. Chrysler Museum of Art, Norfolk

La vida en las ciudades, los instantes íntimos de individuos solitarios, el aparente presagio de tiempos convulsos y la complejidad de las relaciones sociales protagonizan la mayor parte de la producción del americano; tan moderna como popular, tan elaborada como sencilla. No importa que en las composiciones de Hopper veamos una, dos o más figuras: cada una de ellas representa una soledad y un aislamiento propios, reina la incomunicación pese a la cercanía.

En cierto modo, ese mismo aislamiento se mantiene en sus obras centradas en la arquitectura: cuando no muestra un único edificio aislado, Hooper busca la forma de que una construcción llame nuestra atención frente a las de su entorno: La ciudad (1927), El Loop del puente de Manhattan (1928).

Uno de los grandes atractivos de la exposición lo encontraremos en la última sala, convertida en un set de cine donde el cineasta Ed Lachman ha recreado Sol de la mañana (1952), reproduciendo en tres dimensiones la escena del cuadro y desvelando la utilización de ciertos recursos cinematográficos en las obras de pintor. Podrá verse durante todo el periodo de la muestra.

Coincidiendo con la exhibición, tendrá lugar, del 19 al 22 de junio, el simposio internacional “Edward Hopper, el cine y la vida moderna”, que alternará conferencias y mesas redondas con la proyección da largometrajes y documentales; además de un ciclo de cine, que comenzará inmediatamente después, el 23 de junio, y que contará con títulos muy relacionados con la pintura de Hopper, como Scarface (Howard Hawks, 1932), Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960), El eclipse (Michelangelo Antonioni, 1962), Malas tierras (Terrence Malik, 1973), Terciopelo azul (David Lynch, 1986), Nubes pasajeras (Aki Kaurismäki, 1996), Camino a la perdición (Sam Mendes, 2002) o Mi vida sin mí (Isabel Coixet, 2002), entre otras.

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