Francisco Calvo Serraller
Unánimemente considerado como el más característico artista estadounidense del siglo XX, Hopper completó su formación artística en el París de comienzos del XX, adquiriendo así un definitivo toque moderno al estilo cosmopolita francés, aunque sin dejarse arrastrar por la revolución vanguardista, tal vez porque tenía una visión moderna del arte más de corte existencial que formalista y no quería renunciar a la representación de la vida como un espacio palpitante, a la visión del amasijo emocional que configura la trayectoria humana.
El pintor supo adentrarse en ese mágico pozo íntimo de nuestra soledad, que significativamente tiene nombre femenino, como sólo antes lo había logrado Vermeer de Delft, pintor que nos enseñó a mirar lo que una luminosa ventana muestra de puertas para adentro. Ante muchas de las mujeres que pintó, tenemos, por una parte, la impresión de captar su imagen como una súbita y penetrante visión fugaz, atisbada con rapidez desde el instantáneo paso de un tren elevado, con toda la fuerza erótica que acompaña a una revelación semejante, pero también, a la vez, por otra, que impremeditadamente nos llevamos un trozo de su alma, cuyo misterio ya nunca nos dejará de intrigar.
Edward Hopper
Hotel window, 1950-1960