Francisco Calvo Serraller
El acervo artístico generado por El Quijote es inmenso y constituye un desafío plasmar en imágenes el universo de sugerencias que nos describió Miguel de Cervantes en su famosa y universal novela.
Trasponer artísticamente una novela, y más, cuando ésta es una genial obra de arte, siempre tiene un poder limitador e intimidante. Por eso hay que aplaudir la reciente edición de Francisco Rico Don Quijote de La Mancha, en la que se han involucrado artistas contemporáneos.
A lo largo del siglo XX, artistas rompedores como Dalí, Barceló, Saura o Arroyo, se han implicado en la tarea de franquear las fronteras de la ilustración convencional para ofrecernos resultados sorprendentes en la obra cervantina. A pesar de ser seguramente el libro español mas difundido y apreciado internacionalmente, El Quijote tardó en conseguir que las estampas tiradas adquirieran una notable calidad artística.
Fue durante el siglo XVIII, en los orígenes de la época contemporánea, y gracias a la progresiva importancia adquirida por los relatos novelescos, cuando comienza a cambiar la situación de pobreza artística y falta de interés creativo en las ilustraciones del Quijote. Así, hay que señalar la comedia escrita en 1734 por Henry Fiedling Don Quijote en Inglaterra, o los grabados de El Quijote realizados por su amigo William Hogarth (1697-1764), además de la presencia de temas españoles en la Francia del siglo XVIII que convirtieron en una constante las ilustraciones del libro entre artistas como Coypel, Fragonard o Vernet. Paradójicamente en España se tardó en reaccionar y la situación no cambió hasta el último cuarto del siglo, cuando las instituciones reformadoras, como las academias, dieron una respuesta digna a la obra cumbre de la literatura española. Entonces, la Real Academia de la Lengua, promueve en el año 1780, una suntuosa edición ilustrada por los mejores pintores del momento: Antonio del Castillo, Carnicero, Barranco etc.. y estampada por Carmona. Llegado el siglo XIX se incrementa la comprensión crítica de Don Quijote, y destacan las intervenciones del genial litógrafo Honore Daumier, con las mejores composiciones del romanesco caballero, y el ilustrador Gustavo Doré, cuyo Quijote de 1862, es un prodigio de realismo.
A partir de 1830, en que España se convierte en objeto de culto por los románticos, se suman ya numerosos artistas: Nanteuil, Boulanger, Leslie, o los españoles Gisbert, Muñoz Degrain, Sert o Zuolaga, entre ellos algunos de la Generación del 98, que registra la pasión, ya imparable, por la obra de Cervantes.