Algo más de un año después de presentar en la Sala Parés barcelonesa sus trabajos recientes en “Laberinto de soledades”, una muestra centrada en las opciones pictóricas de construir enigmas a partir de juegos de dualidades, entre conceptos como el silencio y la música o la ausencia y la presencia, Dis Berlín regresa a escena (y a otra de sus galerías habituales, la madrileña Guillermo de Osma).
En realidad, la exploración de combinaciones de nociones discordantes es una nota común a la mayor parte de la producción de este artista soriano, originalmente llamado Mariano Carrera (adoptó ese sobrenombre de Dis Berlin a partir de una canción de Roxy Music). Lo sagrado y lo profano, lo terrenal y lo etéreo, lo sensual y lo espiritual flotan en sus composiciones, en las que dota a los objetos de cualidades voluptuosas, nubes y flores sugieren cierta carnalidad y las luces parecen contener la promesa de revelaciones que el espectador habrá de intuir.
En lo formal, podemos apreciar en sus piezas recursos ligados al collage y al fotomontaje, no tanto como técnicas sino como conceptos que permiten la aproximación entre lo soñado y lo real; es posible conectar alguna de sus obras con los mensajes ocultos que proliferan en ciertas imágenes de Picabia, con los hombres máquina de Hausmann, la ironía de Hannah Höch o la devoción por el misterio de Man Ray. Al servicio de un enigma que considera a la vez camino y desenlace, despliega Berlín múltiples referencias plásticas, musicales, cinéfilas, literarias, conceptuales y objetuales en estrecha conjunción, componiendo puzzles con los que trata de desafiar lo que la vida cotidiana tiene de rutinario: otra existencia, ahora desconocida, puede para él ser evocada.
Su nueva propuesta en Guillermo de Osma, abierta hasta el final de enero de 2025, lleva por nombre “Le quedan muchas canciones a mi corazón” y consta de cuarenta obras entre paisajes e interiores habitados por objetos; rara vez aparecen en ellas figuras humanas y, cuando lo hacen, el tratamiento que les da el artista no difiere mucho del de esos otros elementos. De la habitación conjunta de unos y otros, aparentemente aleatoria al reunir piezas de funciones y formas muy distintas, algunas antiguas y otras modernas, nace tanto la intriga como el humor; dado que la comunicación entre enseres es imposible, sus escenas están dominadas por el silencio, que ejerce en este caso, por intención del autor, como contrapunto al ruido vacuo que caracterizaría nuestra época y como invitación a la meditación y la quietud.
Estos ambientes, que por ese silencio y por su apertura frecuente a naturalezas de horizontes abiertos se han vinculado a composiciones metafísicas, se han trazado con precisión en lo formal y responden a un programa estético y temático definido: ama Berlín la poesía y el juego, pero nada en su producción, ningún detalle, responde a la improvisación o al azar, sino a un estudio meticuloso.
Viene siendo así desde que este artista se sumergiese, en los ochenta, en la llamada figuración madrileña de entonces y contribuyese a su popularización Pedro Almodóvar, que ha colgado sus pinturas en no pocas películas suyas desde ese momento, comenzando por Átame! (1990) y terminando por la más reciente La habitación de al lado (2024). La propia Galería Guillermo de Osma lo ha acompañado en buena parte de su andadura: su primera exhibición allí tuvo lugar en 1999 y la actual es su quinta presentación en la firma.
Aunque la mayor parte de su obra es pictórica, también se ha valido de técnicas como el dibujo, el collage, la escultura, la fotografía, el fotomontaje y la cerámica, compaginando su rol como artista con el galerismo, el comisariado y la edición. Y el mundo personal que vuelca en sus trabajos se ha enriquecido en el paso de las décadas, pero no ha perdido su lenguaje característico, basado en un cromatismo vibrante que puede evocar el del realismo mágico, la minuciosidad en lo técnico y la ausencia de motivos y localizaciones fácilmente reconocibles (que no de referentes artísticos claros, como vimos).
Cuenta Berlín con un extenso archivo de imágenes, en su mayoría fechadas en los cuarenta y los cincuenta, y nutre de ellas las suyas propias, en las que trabaja con capas de pintura ejecutadas entre lapsos de tiempo muy pensados para permitir reposar el óleo y analizar cómo los colores se asientan y evolucionan, del mismo modo que ha atendido a la metamorfosis de las formas. Así puede el artista indagar en las posibles transformaciones cromáticas que alterarían el resultado final: además de en el fauvismo, ha profundizado en las teorías del color desarrolladas por los nabis y por las primeras vanguardias.
Dis Berlín. “Le quedan muchas canciones a mi corazón”
C/ Claudio Coello, 4 1.º izquierda
Madrid
Del 26 de noviembre de 2024 al 31 de enero de 2025
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