Decía Kandinsky, en sus ensayos sobre el carácter y el sonido de los colores, que el blanco es un silencio profundo, absoluto, lleno de posibilidades. Y ese mantra resulta esencial para entender la obra reciente del artista vigués Din Matamoro: se ha centrado en el estudio de las sugerencias del cromatismo, avanzando en sus anteriores análisis relativos a los mecanismos de la percepción y a las emociones a ella asociadas.
Su producción de los últimos años, junto a algunos trabajos anteriores, los ha reunido el Museo de Arte Contemporáneo de Vigo en la muestra “La mirada encendida”, que han comisariado Miguel Fernández-Cid y Pilar Souto y que consta, fundamentalmente, de pinturas monocromas derivadas de la aplicación meticulosa de sucesivas capas de materia; esa es la razón de que puedan resultarnos densas, pero nunca estáticas.
Si las observamos detenidamente podremos comprobar que formas y colores asoman, justamente, tras la última capa, más allá de lo que podríamos llamar la piel de la pintura; Matamoro considera a su disciplina como materia viva capaz de albergar misterio, de acoger un espacio interior donde hay rumor y hay enigma y ante el que el ojo puede sentirse interrogado.
Habitualmente este autor dibuja casi con ferocidad, a partir de sus objetos cotidianos: construye imágenes sin dejar lugar al tiempo ni al azar y entendiendo que todo gesto y mirada propiciatoria forma parte del proceso creativo y que la mente ha de estar siempre en ebullición, aunque manejando certidumbres sobre el destino elegido. Cuestiona lo que rodea a la pintura, sus lecturas y percepciones, pero desde la conciencia de que la luz habita en el interior de cada cuadro y termina mostrándose; es solo en apariencia que sus imágenes están desnudas. Trabaja, por cierto, Matamoro con una iluminación natural, que se desplaza y se transforma como considera que lo hace su obra ante quien la observa.
El blanco fue su vía para alcanzar lo inmaterial y también la plena satisfacción que concede trabajar únicamente con el pigmento y sus espesores, dejándose llevar por lo que tiene ese procedimiento de acto físico ante un soporte del que brotarán de forma natural las imágenes. Se refiere, como decíamos, a “construir una piel” sobre el entramado del lienzo.
Más adelante apareció el color, a modo de formas sintetizadas, pero su presencia, y los cambios perceptivos y emociones a los que induce, no implica que se pierda lo etéreo. Las distintas condiciones de contemplación, una vez acabadas las piezas, modificarían esa evanescencia: encuentra vida, Matamoro, en las telas mientras son contempladas. Entre los tonos predominan los cálidos, luminosos y expansivos y no estructura su presentación con límites, pinceladas o gestos: ante nosotros solo se disponen extensiones difusas que hacen flotar los colores en superficies que parecen blancas sin serlo; nuestra mirada puede atisbar matices que no existen o que permanecían ocultos para salirnos al encuentro.
Predominan las curvas, porque según Matamoro, devuelven imágenes vividas: son así las ramas, los senderos, las nubes, el cuerpo humano o el de los animales. En sus rutinas cotidianas, empezando por la del cocinar, descubre el artista perfiles que le hacen evocar sus dibujos y que registra mediante fotografías.
Hablando de registros, una de sus piezas en la muestra está dedicada al olvido: Mitad de la memoria. Le interesa la incertidumbre que causa y a partir de ella ha alumbrado una obra que tiene mucho de obsesión y de reflexión sobre la eternidad: de una enciclopedia, símbolo del conocimiento y la memoria colectiva, borró parte de su información, cambiando lo que entendía por información prosaica por otra etérea de la que sí cabe el olvido.
No faltan en la exhibición papeles: dibujos, ejercicios memorísticos en los que sintetiza ideas o en los que las deja volar con mayor libertad que ante el lienzo. Mantienen su habitual delicadeza, su atención al vacío, lleno de posibilidades poéticas y también su cuidado de la luz y de la generación de atmósferas.
Din Matamoro. “La mirada encendida”
MUSEO DE ARTE CONTEMPORÁNEO DE VIGO. MARCO
c/ Príncipe, 54
Vigo
Del 4 de junio al 7 de noviembre de 2021
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