Hasta el próximo 23 de noviembre, podemos visitar en el Metropolitan de Nueva York “In the beginning”, una muestra que rastrea a través de un centenar de imágenes los comienzos de una de las fotógrafas más provocadoras del s XX, Diane Arbus. En concreto las fotografías que pueden verse en el MET Breuer se centran en los primeros seis años de su carreta (1956-1962), etapa en la que ya empezaba a desarrollar un estilo personal y reconocible que fue tan alabado como criticado y que ejercería una fuerte influencia en fotógrafos posteriores.
Muchos de estos trabajos no se habían expuesto al público anteriormente y forman parte del archivo de la fotógrafa que el Metropolitan conserva desde 2007 gracias a la generosidad de las hijas de Arbus, que también donaron cuadernos, diarios, correspondencia, su biblioteca y 7500 rollos de película. Dado que su trayectoria posterior a 1962 ha sido explorada con bastante amplitud y está bien documentada, esta muestra quiere ofrecernos la oportunidad de adentrarnos en sus orígenes, menos abordados aunque no por menos prolíficos: en ese periodo inicial llevó a cabo aproximadamente la mitad de su producción.
“Creo verdaderamente que hay cosas que nadie vería si yo no las fotografiase”
Arbus vivió y murió en Nueva York y fue allí donde tomó la mayor parte de sus fotografías; Times Square, el Lower East Side, la Quinta Avenida y Coney Island se encontraban entre sus localizaciones preferidas. Allí encontraba niños espontáneos, gentes excéntricas, artistas de circo, parejas acarameladas…gentes que buscaban su camino o la libertad y a quienes la artista retrataba tratando de acercarse a su lado más íntimo, a lo que encontraba de particular en su aspecto o actitud.
Antes de llegar a ellas había trabajado por encargo en revistas de moda como Vogue, Esquire y Harper´s Bazaar junto a su marido, el publicista Allan Arbus, pero el divorcio de ambos y el creciente interés que sentía por la obra de Lisette Model le llevaron a adentrarse en nuevos terrenos: en los de personas que vivían entonces en los márgenes y que no respondían, precisamente, a los cánones reflejados en las publicaciones en las que antes había publicado sus fotos: prostitutas, travestis, enanos, solitarios… Además de retratarlos convivía con ellos con gran cercanía: entendía el proceso fotográfico como un experimento que iba más allá de la técnica y que requería una involucración personal, física y emocional.
Sus modelos nos miran de frente, en poses frontales que no esconden sus rasgos, nos resulten estos perturbadores o no, y huía Arbus de los encuadres apacibles que pudieran resultar amables o cómodos al espectador.
Algunas de aquellas imágenes las expondría en 1967 en la muestra “New Documents”, que supuso el inicio de su reconocimiento y que le permitiría retratar después a personalidades destacadas para publicaciones periodísticas prestigiosas. No obstante, y como suele ocurrir, el mito de Diane Arbus creció tras su suicidio, y fue entonces cuando mostró su trabajo la Bienal de Venecia (era la primera fotógrafa estadounidense en lograrlo) y cuando el MoMA le dedicó una amplia retrospectiva.
Pero quizá la mayor medida del peso de sus trabajos es su poderosa repercusión en los fotógrafos que más tarde se negaron a establecer barreras entre ellos y sus retratados, convirtiendo la fotografía en una experiencia vital vinculada a las demás, y en los artistas que se fijaron en personas que escapan a las convenciones, marginales sin necesidad de encontrarse en la miseria, muchas veces libres por elección. Ellos tenían mucho que ver en el resultado de sus fotos, a diferencia de los modelos de sus coetáneos Walker Evans, Helen Levitt, Garry Winogrand o Lee Friedlander. Arbus era capaz de encontrar una belleza (particular) en lo ordinario, y llegó a saberlo: Creo verdaderamente que hay cosas que nadie vería si yo no las fotografiase.
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