A la artista cubana Diana Fonseca le interesa el desmontaje, minucioso, de objetos sencillos y de momentos cotidianos y en sus composiciones, que suelen tener propensión a la lírica, atrapa imágenes diversas de su entorno para enlazarlas entre sí a partir de discursos asociados a los modos de vida contemporáneos: a la saturación visual o a la atención prestada a lo vacuo y banal.
Hasta el próximo abril, presenta su primera individual en la galería madrileña Max Estrella: “Mi mundo como objeto” acoge un compendio de trabajos recientes derivados de la idea de que dichos objetos, despojados de su función original, pueden albergar mayor belleza que los que mantienen su utilidad; en palabras de Fonseca, porque son menos reales, pertenecen al mundo de lo irracional, son más cercanos al corazón y no a la mente. Dado que la belleza es muchas veces inexplicable, entiende esta autora, guarda relación con estos enseres sin misión práctica que escapan a la razón, dan lugar al absurdo, difícilmente pueden analizarse con palabras y, por ello, estimulan la mirada.
Las diez piezas que componen la exposición se han concebido expresamente para esta ocasión y vienen a poner en cuestión nuestros modos de asignar significados a aquello que forma parte de nuestro entorno próximo y funcional, reclamando que no solo nuestros ojos pueden conceder una naturaleza artística a ciertos objetos cuando quedan liberados de su uso, sino que precisamente esa liberación vendría a revelar una vertiente poética ya presente en ellos y que podremos percibir si los contemplamos desde la curiosidad.
Los utensilios ya no prácticos que forman parte de las composiciones de Fonseca (tijeras, papel, libros, una esfera o relojes intervenidos) se convierten, desde su perspectiva y en esta muestra, en cobijos de metáforas o de conocimientos inmanentes, y en herramientas para la comunicación de los pensamientos de la artista en relación con nuestros vínculos hacia lo que nos rodea. Los resultados remiten de forma más o menos clara al surrealismo, y a la percepción de belleza en el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección que ideó Lautréamont, pero tienen que ver sobre todo con la alta consideración que maneja del concepto del absurdo y sus potenciales: lo asume como la forma más auténtica de representación, por su cercanía a las ideas en un sentido originario.
Algunos de los trabajos reunidos en Max Estrella parten de la confrontación de términos opuestos, desde la pretensión de cuestionarlos, es el caso de la mesa sólida y la pluma que integran El peso de la inconsistencia, que hace referencia a lo pesado que puede resultarnos lo teóricamente ligero; o del círculo de tijeras encadenadas de El ciclo de la estática, que sugiere la imposibilidad de cambiar los movimientos cíclicos, sin inicio ni final. En la instalación Esquema poético de un gesto repetido encontraremos volúmenes de papel arrugado que alteran del todo nuestras posibilidades de lectura, concediendo dinamismo además al objeto inerte que es el papel, y en La espontaneidad del límite, donde los folios blancos se alternan con otros con geometrías negras y grises, plantea Fonseca un juego perceptivo parecido.
A la necesidad de libertad, pero también de ponerle límites, alude la jaula individual que lleva por título Ridícula Libertad, mientras a la necesidad de gestionar adecuadamente las tensiones entre contrarios hacen referencia otro conjunto de trabajos, como Tregua, pieza formada por dos lijas que se conectan entre sí en un punto a medio camino entre ambas, donde se han limado sus asperezas propias; Una vez no es otra vez y Explosión Implosión, donde esa fricción alude a la incertidumbre de nuestro yo presente ante el futuro; o El libro de la discordia, un volumen bajo vitrina que recuerda que el desacuerdo se ha revelado como un rasgo intrínseco de la naturaleza humana.
El recorrido de “Mi mundo como objeto” se cierra con Mundo Pacífico, donde la divergencia se manifiesta ahora entre el ser humano y la naturaleza. Se trata de una intervención, a modo de collage, sobre un globo terráqueo en el que veremos que se han borrado las áreas de tierra, las que nos son propias y habitables, en favor de un imperio del agua.
Diana Fonseca. “Mi mundo como objeto”
c/ Santo Tomé, 6 patio
Madrid
Del 4 de febrero al 8 de abril de 2023
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