A finales del año pasado, el Musée d´ Art Moderne de la Ville de París sorprendió a su público presentando una muestra inédita que exploraba las afinidades entre tres artistas a los que rara vez asociamos entre sí, pero que compartieron relaciones, tanto amistosas como creativas: André Derain, Alberto Giacometti y Balthus.
Nacieron en un arco cronológico de treinta años –el último terminó siendo el más longevo– y fue mucho lo que les unió: un fuerte deseo de modernidad, verdadera pasión por la pintura antigua y el arte de civilizaciones exóticas y también admiración sincera y mutua, sin embargo, los esquemas clasificatorios cerrados que hasta hace no demasiado marcaban el estudio de la historia del arte nos habían alejado hasta ahora de una visión integradora que nos descubriera lo mucho que este trío de amigos tuvo en común, encerrando al completísimo Derain en las paredes de un fauvismo breve, a Giacometti en delgadas piernas andantes y a Balthus en los cuartos de sus niñas sexualizadas.
En París, la exhibición, por su originalidad, suscitó reacciones muy diversas: desde el elogio a ese atrevimiento de enlazar creaciones en distintas técnicas de artistas hasta ahora no comparados (fue incluida en listas de las diez mejores muestras parisinas en la última década) a su crítica negativa, en el fondo, por esas mismas razones. El Musée d´ Art Moderne, en cualquier caso, es un centro que suele apostar en su programación por exposiciones de carácter abierto que plantean lecturas y nexos poco estudiados.
A partir del 1 de febrero, esta exhibición recala en las salas de la Fundación MAPFRE en una versión algo más reducida, mostrando más de dos centenares de piezas, entre pinturas, esculturas, fotografías y obras sobre papel fechadas entre los treinta y los sesenta. En la primera década, los tres participaron del ambiente surrealista parisino, sobre todo tras la exhibición que Balthus presentó en 1934 en la galería de Pierre Loeb. Aquel fue el punto de inflexión a partir del cual se intensificaron sus conexiones, entre ellos y con escritores, poetas, músicos o dramaturgos como Antonin Artaud, Max Jacob, Breton, Jean Cocteau, Albert Camus, Samuel Beckett, Paul Poiret, Christian Dior, el propio Loeb o el también galerista Pierre Matisse.
Como mejor podremos entender esta muestra –lo ha adelantado hoy Pablo Jiménez Burillo– es concibiéndola no tanto como una exposición de tesis, sino como una propuesta para el disfrute. Tras la I Guerra Mundial y superada su etapa fauvista, Derain, el mayor en edad de este trío inesperado, cultivó un realismo extraño y metafísico, bello, perturbador y lejano al academicismo; un estilo que sedujo a Balthus y Giacometti, quienes lo alabaron sin pudor y lo llevaron cada uno a su terreno. Carl Einstein se refirió a él hablando de un realismo nacido de la emoción que ponía trazos a la fragilidad, la alegría y la zozobra.
Seis secciones articulan esta exposición de relatos artísticos cruzados y mutuas influencias. Una primera examina la mirada de los tres a la tradición figurativa y la pintura primitiva y nos descubre hasta qué punto Balthus llegó a asimilar el legado desplegado por Piero della Francesca en sus frescos de Arezzo; una segunda, Vidas silenciosas, examina cómo sus naturalezas muertas y paisajes cuestionan los códigos de representación desarrollados desde el neoclasicismo hasta Corot y Courbet; Los modelos muestra retratos de amigos y modelos comunes, Entreacto nos descubre las incursiones en la escenografía y el vestuario teatral de estos artistas, El sueño recoge sus visiones del asunto clásico de la mujer tumbada y dormida, a medio camino entre el mundo real y el imaginado, y el último apartado, titulado La garra sombría, recoge obras que plantean la relación compleja que Derain, Balthus y Giacometti mantuvieron en sus obras con la realidad y su posición frente al paso del tiempo.
Es un cierre profundo para una muestra que es, ante todo, un divertimento para los sentidos, un juego de influencias y de miradas entre ellos mismos y al pasado. Placer visual que permite, claro, hallazgos intelectuales: la común materialidad de sus bodegones, de cualidades casi minerales y reminiscencias a armoniosas composiciones renacentistas en Derain y Balthus; la distinta mirada de Derain y Giacometti a una misma musa, Isabel Rawsthorne; el enigmático parecido de la sobrina retratada por Derain y las adolescentes de Balthus, la expresividad y el aire clásico de las máscaras y figurines de Derain y el minimalismo que Giacometti manejó al trabajar en los decorados de Esperando a Godot de Beckett. O las conexiones, algo angustiosas, entre las bacantes tardías del francés, en las que las figuras parecen huir despavoridas, y El hombre que se tambalea de Giacometti, pieza en sí perturbadora en la que muchos ven una metáfora de su actitud ambivalente de miedo y valentía ante el fracaso.
Son muchas las máscaras y figurines de este trío presentes en la exposición, por esa voluntad evidente de conducir la mirada del espectador hacia lo habitualmente inadvertido y por el poder de lo pequeño a la hora de mostrar sus grandes intereses: la representación de la figura humana, la plasmación más o menos fiel o personal de lo real y la necesidad de mirar al pasado para configurar, solo a partir de él, una modernidad radical.
Muchos solemos pasar por alto (y hacemos mal) la lectura de las cronologías que ocasionalmente acompañan las exposiciones, y en este caso es muy pertinente prestarle atención porque desvela, a través de anécdotas diversas, el grado de intimidad que Derain, Giacometti y Balthus compartieron: en 1937, el polaco prestó estudio al francés en la Cour de Rohan; Giacometti salió con Sonia Mossé, que fue modelo de Derain y Balthus (además de artista ella también); cuando estalló la II Guerra Mundial, Balthus dejó a su esposa y su madre con Derain al ser destinado a Alsacia; en 1952, Giacometti, su entonces mujer Annette y Balthus visitaron a un Derain abatido tras la guerra –el suizo acudiría también a su entierro, dos años más tarde– y fallecidos ambos, Giacometti y Derain, Balthus les dedicó sendas muestras en los setenta en Villa Médicis. En resumen: no dejemos a un lado la amistad como arte y parte de la historia.
“Derain/Balthus/Giacometti. Una amistad entre artistas”
FUNDACIÓN MAPFRE – SALA RECOLETOS
Paseo de Recoletos, 23
Madrid
Del 1 de febrero al 6 de mayo de 2018
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