Fueron pioneras, transgresoras y referentes para otras muchas mujeres. Isadora Duncan, Joséphine Baker o Martha Graham son nombres que casi todos hemos escuchado en alguna ocasión, incluso sin estar familiarizados con el mundo de la danza contemporánea, porque han pasado a la historia por ser iconos revolucionarios dentro de esa disciplina. A ellas y a otras cuatro grandes bailarinas y coreógrafas: Loïe Fuller, Tórtola Valencia, Mary Wigman y Doris Humphrey está dedicada la exposición “La bailarina del futuro. De Isadora Duncan a Joséphine Baker”, que hasta el 24 de junio podemos visitar en el Espacio Fundación Telefónica de la Gran Vía madrileña.
La muestra, dominada por una potente escenografía, se centra en presentarnos a cada una de ellas en su contexto y en divulgar sus aportaciones, con un interés especial por demostrar la estrecha relación que existe entre la danza y el arte contemporáneo y cómo esta ha sido un aspecto infravalorado dentro de la historia del arte. De hecho, los comisarios de la muestra, María Santoyo y Miguel Ángel Delgado, inciden en el aspecto intelectual de todas ellas, en su interés por determinados autores o su amistad con científicos, en el caso concreto de Loïe Fuller. Su ámbito de influencia fue grande, así como su relevancia artística. Con su trabajo se rebelaron y se manifestaron ante acontecimientos propios de su contemporaneidad y en conexión con esta. Con su arte rompieron las rígidas reglas establecidas, por ejemplo, las del ballet clásico, dejando aflorar los sentimientos y las emociones, utilizando para ello –y esta es una de sus grandes revoluciones– sus cuerpos como medio de expresión.
“Si pudiera decir lo que siento, no valdría la pena bailarlo”. Isadora Duncan
Para muchas generaciones de bailarines ellas han sido sus mitos, cada una con sus particularidades. Mientras que algunos alabarán el destierro de las puntas de ballet, en el caso de Duncan, otros valorarán más la ruptura piramidal de prima ballarina introducida por Doris Humphrey; la vinculación con la ciencia de Fuller; o la instrospección y solemnidad, que es a la vez capaz de transmitirlo todo con un gesto, en el caso de Martha Graham. De todo ello y mucho más podemos aprender en el recorrido por la exposición, que tras una pequeña introducción que nos recuerda esas estructuras y prendas rígidas del siglo XIX contra las que se rebelaron nuestras protagonistas, propone varias paradas, comenzando con Isadora Duncan (San Francisco, 1877 – Niza, 1927). Ella fue la primera en romper moldes y abrir un nuevo camino al cuestionarse la verticalidad del ballet clásico, impulsando la danza como un lenguaje especifico de vanguardia. Se nos presentan aquí dos de sus grandes influencias: el mar y el mundo clásico. El primero lo tenía presente en su día a día en la playa de San Francisco y fue en el movimiento de las olas y en su dejarse mecer donde descubrió los primeros signos de libertad en el baile. En cuanto a Grecia, su gran pasión, se representa a través de varias ánforas prestadas por el Museo Arqueológico y de una réplica de un Delphos de Mariano Fortuny. Se sabe que Duncan visitaba con frecuencia el Museo Británico de Londres y que fue en las esculturas y cerámicas griegas donde encontró algunos de sus motivos concretos de inspiración, como el hecho de bailar descalza, la idea de la túnica, los fondos neutros o aquellos movimientos basados en las poses extáticas de las danzas dionisiacas.
Pese a causar un gran impacto en la sociedad del momento, las innovaciones de Duncan fueron bien recibidas y, aunque no hay registros, ni gráficos ni audiovisuales, de su danza, se conservan múltiples escritos y reseñas de sus representaciones y de las de sus discípulas, las Isadorables. Vinculando su figura a las artes plásticas, encontramos en la exposición una bonita serie de acuarelas realizadas por Abraham Walkowitz en las que recrea una secuencia de sus movimientos de baile.
La libertad, el exotismo y los nuevos ritmos, como el jazz, fueron patrimonio de Joséphine Baker (San Luis, EE.UU, 1906 – París, 1975), quien comparte su momento con Loïe Fuller (Fullersburg, EE.UU, 1862 – París, 1928) y la española Tórtola Valencia (Sevilla, 1882 – Barcelona, 1955), cuya danza oriental de la serpiente se convirtió en una referencia en la época. Recortes de prensa, carteles, fotografías y algunas prendas de ropa ilustran la actividad de estas bailarinas que triunfaron con un estilo desenfadado, de carácter más popular, como el cabaret o el Charleston. Baker, conocida como la Venus de Bronce, llegó a ser toda una celebridad, además de un símbolo de los derechos civiles en Estados Unidos; su danza salvaje, contorsionista y muy gestual revolucionó la escena de los años veinte, principalmente en París, aunque llevó su creatividad a varias ciudades, incluida Madrid, en cuyo teatro Gran Metropolitano actuaría en 1930. En el caso de Loïe Fuller, de quien podemos ver un fragmento de su película “La Bailarina”, hay una interesante relación entre la danza, la ciencia y la tecnología en la forma en la que Fuller adaptó efectos lumínicos a sus espectáculos, dando lugar a puestas en escena impensables hasta ese momento.
Otra gran innovadora y un referente en el ámbito del expresionismo y de la evolución en las coreografías fue la alemana Mary Wigman (Hannover, 1886 – Berlín, 1973). Su “Danza de la bruja” (1914), en la que la vemos descalza, despeinada y al ritmo de una música de percusión japonesa, resulta sobrecogedora. Frente a la pantalla en la que se proyecta la pieza se despliega una instalación con 12 máscaras ceremoniales, una de ellas original de teatro Noh, que inspiró la coreografía. La danza libre y sin ataduras que defendía Wigman tiene su reflejo también en la teoría que elaboró junto a Rudolf von Laban; un método de notación coreográfica que se ha traído a la exposición en forma de instalación interactiva para que los visitantes que lo deseen puedan realizar su propia danza y verla traducida en una partitura gráfica en tiempo real.
Uno de los espacios más importantes de la muestra es el dedicado a la que está considerada la gran coreógrafa del siglo XX, Martha Graham (Pittsburg, EE.UU, 1894 – Nueva York, 1991), cuyo exigente método es seguido hoy en día por cualquier aspirante a bailarín. Su meta era mostrar las diferentes pasiones: alegría, tristeza, ira, miedo, amor y deseo, a través del movimiento y de la respiración y para ello situó el centro del cuerpo en la región del plexo solar y potenció las contracciones pélvicas. Para el montaje de la exposición se ha contado con la participación de la bailarina profesional Agnès López Río, que recrea de forma secuencial en seis pantallas que simulan un friso olímpico, los seis movimientos que corresponden a cada una de esas emociones. Varias fotografías de Martha Graham y un vídeo permiten conocer mejor a la que sigue siendo la más influyente bailarina de todos los tiempos.
Ya hemos mencionado a Doris Humphrey (Oak Park, EE.UU, 1895 – Nueva York, 1958) y su ruptura con la jerarquía de las primeras bailarinas a favor de movimientos basados en la horizontalidad del grupo, pero esta no fue su única aportación a la historia de la danza contemporánea. Resultan interesantísimos sus apuntes sobre las leyes del movimiento y su experimentación con las teorías de la gravedad. El desequilibrio dejó de ser un error para pasar a ser un laboratorio en el que jugar con las posibilidades de las caídas.
Con ellas la danza adquirió fuerza y autonomía por sí misma, ya no era un mero elemento más que se le añade a la música o a la escenografía; pero, al mismo tiempo, se volvió también algo mucho más transversal, ligada al contexto social, científico y cultural de la modernidad.
Aunque con retraso, la danza empieza a cobrar mayor visibilidad desde el punto de vista historiográfico y expositivo y muestras como esta, inmersivas y sensoriales, logran conectar con el gran público e introducir la danza en la cotidianeidad del museo. Si tras pasar por Telefónica tenéis ganas de más, os recordamos que en la Residencia de Estudiantes se exhibe, hasta el 1 de abril, “Poetas del cuerpo. La danza de la Edad de Plata”, que recupera las aportaciones de coreógrafos e intérpretes españoles de las primeras décadas del siglo XX, en el contexto cultural de la Edad de Plata.
“La bailarina del futuro. De Isadora Duncan a Joséphine Baker”
c/ Fuencarral, 3
Madrid
Del 23 de marzo al 24 de junio de 2018
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