Si el ejercicio literario consistente en narrar, sin aparatosidad ninguna, el resquebrajamiento paulatino de parejas, familias o países en los que, aparentemente, reina la placidez pudiera tener una traslación visual, la encontraríamos en la fotografía del sudafricano David Goldblatt, que en setenta años de trayectoria documentó, primero en blanco y negro y después en color, su país y sus gentes, con las que se sentía muy comprometido. El apartheid es el asunto central de la mayor parte de su producción, pero nunca captó de forma directa su impacto y las protestas que suscitó, sino más bien la atmósfera de dolor y dominación que marcó esa etapa de la historia de Sudáfrica; dado que en sus imágenes no es evidente la denuncia, es el espectador quien ha de sacar sus conclusiones.
Coincidiendo con la llegada a Madrid de su antología de Consuelo Kanaga, fotógrafa que también destinó buena parte de su obra a la lucha contra los prejuicios racistas y lo hizo escapando a evidencias, la Fundación MAPFRE presenta “Sin segundas intenciones”, una retrospectiva del trabajo de Goldblatt que se organiza temática y no cronológicamente y que incide en su búsqueda de lo turbulento que subyace donde no parece ocurrir nada, en la complejidad de su mirada que, en un primer vistazo a estas instantáneas, puede transmitir solo imparcialidad, y en los lazos de Goldblatt con autores de generaciones posteriores, a quienes apoyó de forma explícita, tanto que sus creaciones han recalado igualmente en Madrid. Fundó el el Market Photo Workshop de Johannesburgo, una escuela destinada a ofrecer formación visual a estudiantes desfavorecidos, en 1989.
Nieto de refugiados de origen lituano, y criado en una familia judía y de izquierdas (aspectos que también le llevaron a conocer formas de discriminación), Goldblatt nació en 1930 en la ciudad de Randsfontein y tomó sus primeras fotos en su juventud, mientras estudiaba Comercio y colaboraba en la tienda de su padre, frecuentada por afrikáners, la comunidad descendiente de holandeses que ejerció el poder y estableció por sistema el racismo en este país desde los cuarenta y hasta los noventa. A la muerte de aquel, vendió el establecimiento -a cuyos clientes a veces fotografió- y decidió dedicarse por entero a la cámara.
Iniciaba una carrera de hitos: fue el primer autor sudafricano en exponer en el MoMA de Nueva York (en 1998), participó en dos ediciones de la Documenta de Kassel y en la Bienal de Venecia, recibió galardones tan prestigiosos como el Hasselblad o el Cartier-Bresson y en 2016, dos años antes de fallecer, se le nombró en Francia Caballero de las Artes y las Letras. En todo caso, su objetivo fue, a lo largo de las décadas, cultivar una fotografía honesta y directa que documentara la realidad sudafricana; el título de esta exhibición se ha tomado de un anuncio por palabras que publicó en prensa con el objetivo de poder acercarse con confianza a sus vecinos (Me gustaría fotografiar gratis a personas en sus casas (…). Sin segundas intenciones), pero su perspectiva crítica lo acompañaba en todo momento.
Bajo el comisariado de Judy Ditner, Leslie M. Wilson y Matthew S. Witkovsky, ligados a la Yale University Art Gallery y al Art Institute of Chicago respectivamente (en esta última institución pudo verse esta propuesta hasta marzo), el recorrido recoge un compendio muy diverso de situaciones humanas y paisajes que, tanto en tema como en estilo, evolucionaron desde 1948 hasta los 2000 a medida que lo hacía Sudáfrica, su sociedad y su economía; constituyen las fotografías de Goldblatt un registro, a la vez objetivo y sangrante, de la brutalidad del apartheid sin necesidad de crudeza explícita. Lo explicó este autor con mucha claridad: Huyo de la violencia. Y no sé qué haría si tuviese que fotografiar una escena violenta (…). pero hace tiempo que me di cuenta -me costó unos cuantos años hacerlo- de que los acontecimientos en sí no me interesan tanto como las condiciones que conducen a estos acontecimientos. Esas condiciones son a menudo bastante cotidianas y, sin embargo, en ellas se aprecia lo inminente. Lo inmanente e inminente. De este modo, es el espectador quien ha de agudizar su intuición para detectar las actitudes y comportamientos que implicaban espontáneamente represión y resistencia ante ella, más allá del enfrentamiento abierto.
Hace tiempo que me di cuenta -me costó unos cuantos años hacerlo- de que los acontecimientos en sí no me interesan tanto como las condiciones que conducen a estos acontecimientos. Esas condiciones son a menudo bastante cotidianas y, sin embargo, en ellas se aprecia lo inminente.
Son 150 las obras que se exhiben en Recoletos, pertenecientes a varias de sus series, junto a maquetas de tres de sus fotolibros, a los que dio mucha importancia, porque le permitían incorporar palabras y, así, contexto. Conviene recordar que el racismo no fue solo su gran tema: el hecho de que Goldblatt pudiera desenvolverse con la libertad necesaria para desarrollar este cuerpo de trabajo tiene una relación básica con el apartheid (era blanco). Cuidadoso de no sugerir una posición de autoridad -y ese fue ya un posicionamiento-, captó momentos de intimidad y relajación de la población blanca y de la negra por igual, actos y gestos improvisados y espontáneos, apuntes de economía sumergida, viviendas marcadas por la discriminación en sus divisiones exteriores o las escenas de rabia, desde los noventa, contra las estatuas de personalidades occidentales que habían explotado los recursos del país.
Frente al objetivo de Goldblatt pasaron los expulsados de sus casas en los inicios de la segregación racial para desplegar nuevos barrios blancos, los jornaleros y trabajadores domésticos negros que acudieron a ellos después, las barreras espaciales invisibles pero patentes y la cercanía en las circunstancias diarias en las que la ley no imponía distancias. En algunas de estas últimas imágenes es inevitable detectar ironía, ante el cruce natural de los segregados tanto en lugares privados como públicos.
Otro grupo de fotografías esbozan, más desde una incredulidad escéptica que desde el humor, los frutos sobre el terreno de esas leyes de lenguaje imposible que continuamente se reescribían: templos de la Iglesia Reformada Neerlandesa que parecen fortalezas, ocio disgregado, urbanizaciones que quedaron sin terminar.
Junto al apartheid, otro asunto no menor que marcó la carrera de Goldblatt fueron sus inquietudes medioambientales, ligadas a su nacimiento en una ciudad minera y a su trabajo de juventud en la que era la mayor empresa de esa actividad en Sudáfrica: la Anglo-American Corporation, para la que realizó encargos publicitarios y editoriales. Por iniciativa propia, y desde enfoques bien distintos, captó en una extensa serie, On the Mines (1964-1973), cómo los trabajadores negros llevaban a cabo las tareas más peligrosas y el enriquecimiento de sus jefes blancos.
Llegó a fotografiar bajo tierra, con una cámara Leica de 35 mm, y tres décadas más tarde, desde su voluntad de poner en cuestión si los cambios sociales habidos eran suficientes, volvió a encontrar en estos escenarios consecuencias de la desigualdad: los efectos tóxicos de la minería del amianto, del contacto o la inhalación de ese mineral, recayeron sobre todo en las comunidades negras. Entre las composiciones más conmovedoras en la Fundación se encuentran las dedicadas al entierro de 58 mineros muertos en un accidente o al retrato de una mujer, asistenta, y sus dos hijos muy pequeños, todos fallecidos meses después a causa del sida.
En general, mientras pervivió el apartheid Goldblatt se sirvió del blanco y negro e introdujo el color a su fin, y también los grandes formatos, con propósitos evidentemente expresivos; pero esa división no es estricta, pues renunció ocasionalmente al color tras los noventa. Si en las décadas pasadas esquivó los actos de rebelión y su represión violenta, en sus últimas décadas sí abordó con mayor intensidad cuestiones políticas: retrató a los legisladores elegidos en las elecciones, entonces sí mezclados, o captó la retirada de la estatua de Cecil Rhodes de la Universidad de Ciudad del Cabo.
Este último episodio guarda relación con bastantes aristas del actual contexto sudafricano y de la propia obra de Goldblatt: Rhodes era un magnate británico que obtuvo gran riqueza a partir de la explotación de la población local en la minería; ante las protestas estudiantiles para que esta pieza fuese derribada, la Universidad organizó un comité que estudiara qué hacer con las obras de arte del campus que, en la década pasada, resultaran problemáticas y se decidió eliminarla. Antes de estos sucesos, había resuelto el fotógrafo donar su archivo al centro sudafricano, pero preocupado por posibles censuras futuras, en 2017 eligió a Yale. Njabulo S. Ndebele, ahora director de esa Universidad primera, ha señalado la paradoja de que le inquietase la supervivencia de su trabajo en tiempo de teórica libertad cuando ya había superado el de la opresión.
David Goldblatt. “Sin segundas intenciones”
FUNDACIÓN MAPFRE. SALA RECOLETOS
Paseo de Recoletos, 23
Madrid
Del 30 de mayo al 25 de agosto de 2024
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE: