Cerca de seiscientas piezas de fósiles de mamut adquiridos a un marchante holandés, un Cristo, también de marfil, del s XVII y una estatua romana ensamblada a otra gótica de la Virgen con el Niño penden del techo del Palacio del Cristal del Retiro. De una columna cuelga una abstracción fotográfica del primer paseo espacial y en el suelo queda una caja de cartón pintada con pan de oro. Completa el conjunto la carta decimonónica que un misionero francés en Vietnam escribió a su padre antes de ser ejecutado. Para los seguidores de Vo esta carta no es una novedad: ha estado presente, a través de copias manuscritas realizadas por el padre del artista, en numerosas exposiciones y también forma parte de muchas colecciones internacionales.
El Palacio ha quedado convertido así en una gran vitrina en la que se hacen patentes los rasgos fundamentales de la obra de este artista vietnamita: su interés por la historia, por el modo en que ésta se construye en los museos a través de sus colecciones y la mirada que la selección y estructuración de estos fondos ofrece respecto al resto de culturas y las conexiones entre la historia colectiva y la personal. Danh Vo ha configurado aquí un dispositivo de exposición propio que cuestiona, según ha explicado Borja-Villel, el sistema del arte desde dentro, los mecanismos de presentación de las obras en los museos y su academicismo.
Esos intereses, y su querencia por unir piezas de procedencias temporales y geográficas muy diversas, se explican en parte por su biografía: nació en Phú Quôc (Vietnam) en 1975, coincidiendo con la caída de Saigón. Su familia fue una de las miles que vivieron confinadas tras la victoria del partido comunista hasta que el padre del artista construyó una embarcación con la que intentarían alcanzar Estados Unidos.
Fue imposible, pero un barco danés los rescató en el océano y allí, en Dinamarca, es donde Vo reside y donde se formó (también en Alemania y en Estados Unidos). El colonialismo y la emigración son referencias constantes en su trabajo, construido a partir de vestigios de su propia historia y de la general; piezas que, por propia voluntad de este artista, siempre son susceptibles de generar interpretaciones nuevas, porque él no cree en las lógicas dominantes. Procura no hacer demasiadas declaraciones sobre los posibles significados de sus obras, que construirá el público a partir de sus conocimientos o de su bagaje personal, sino crear constelaciones de objetos capaces de dar lugar a esas diferentes visiones: “la comunicación es extraña, pero eso es lo bello del arte”.
Los objetos que Vo reúne son fruto de lo que llama “hallazgos afortunados” –muchos son adquiridos a anticuarios- y están al servicio de varias construcciones de sentido posibles: el Cristo del s XVII enlaza, por ejemplo, con los huesos de mamut por su material y por la conexión de ambos con un pasado remoto, pero se distancia de ellos por haber sido tallado por una mano humana que lo dota de otras implicaciones históricas concretas y, evidentemente, por su carácter religioso, que también podemos relacionar con el catolicismo practicado por la familia del artista.
Para este espacio del palacio de Cristal, que Vo no ha querido ocupar monumentalmente y que también podemos imbricar con su obra por sus resonancias coloniales (se construyó para albergar la Exposición de las Islas Filipinas –entonces españolas- de 1887), ha recurrido de nuevo a su estética fragmentada: él también se considera el resultado de fragmentos de culturas y de ahí que su trabajo esté en buena medida libre de convenciones. También el proceso hasta llegar a él: no trabaja en un estudio, no da importancia a ningún procedimiento físico de creación y no parte de conceptos que predetermine, sino de experiencias empíricas.
Si queréis saber más sobre él, mañana 2 de octubre a las 19:00 horas podéis asistir en el propio Palacio de Cristal a la conversación que mantendrá con Patricia Falguières. La entrada es gratuita.
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