En las últimas dos décadas, el artista mexicano Damián Ortega ha tratado de alcanzar una reformulación personal de las esencias de la escultura, tomando la agregación y la deconstrucción como métodos de trabajo y situando en el centro de sus investigaciones las transformaciones de la materia, que equipara con la energía, y las relaciones entre el espacio, la propia escultura y la arquitectura.
Su producción, en definitiva, quiere ser el espejo de un universo que él concibe como un sistema extremadamente complejo cuyo funcionamiento escapa al control humano, y está plagada de ironía, de sarcasmos que contienen significados múltiples. Interesado por la calidad escultórica de los objetos, se apropia de materiales de uso cotidiano o recuperados, como coches, pelotas de golf, ladrillos, tortas, botellas y barriles de petróleo, o picos y herramientas, para alterarlos y deconstruirlos con el fin de revelar sus componentes ocultos y sus aspectos más simbólicos e irreverentes, pero sin llegar a alterar su forma definitiva. Esa descomposición puede rearmarse, es provisional, y no atenta contra la naturaleza original de las cosas.
Su obra recala ahora, bajo el comisariado de Vicente Todolí, en el Centro Botín de Santander: “Visión expandida” reúne por primera vez las piezas suspendidas de Ortega, anticipándose al taller de creación de máscaras que ofrecerá en Santander entre noviembre y diciembre, en un recorrido que hace hincapié en el enfoque irónico de sus prácticas, en lo que la contemplación de sus piezas tiene de experiencia y en la inserción de estas en discursos económicos, sociales y políticos de largo recorrido.
El eje de sus trabajos es, como avanzábamos, la materia y las relaciones a las que da lugar: atiende a su composición y su comportamiento molecular, a las ideas que contribuyen a darle forma y a las dinámicas y jerarquías que a partir de ella se establecen; aunando estos asuntos, sus proyectos derivan de la aplicación de las leyes de la física a las interacciones humanas, en las que, claro, el desorden, los accidentes y la inestabilidad dan lugar a un sistema de relaciones en flujo continuo. Profundiza el artista en las tensiones que habitan cada objeto, reorganizando sus elementos e invirtiendo sus lógicas para mostrarnos un imaginario conceptual casi infinito que, en buena medida, señala continuos lazos de interdependencia tanto domésticos como sociales.
Aunque sus esculturas, performances, instalaciones, fotografías y vídeos derivan de dibujos, para Ortega toda obra de arte es, en último término, una acción, un acontecimiento. La convergencia en sus procesos de trabajo de lo cotidiano y lo posible da lugar a dispositivos que, en su dispersión matérica, activan otras formas de mirar lo ordinario y, por tanto, generan interacciones ajenas a la rutina entre su arte y el espectador, apelando igualmente a otro nivel de entendimiento sobre nuestros vínculos con las máquinas, la tecnología y, a veces, también con la naturaleza. En palabras de Todolí, en esta muestra, cada pieza contiene en ella, latente, la creación y destrucción del mundo que nos rodea.
Han llegado a Santander nueve trabajos escultóricos que contemplaremos separados del suelo, flotando y rechazando posiciones fijas. El primero, que se expone en el Botín en diálogo con sus vistas de la ciudad, es el más temprano de la exhibición: Cosmic Thing (2002). Los componentes de un Volkswagen Beetle, vehículo nacido al calor del incipiente consumo tras la II Guerra Mundial, aparecen desmontados y suspendidos de cables de acero; según explica Peio Aguirre en el catálogo de la exposición, sus significados no son cerrados pero apuntarían a los diferentes ritmos del progreso del capitalismo internacionalmente, dado que este modelo de vehículo fue popular durante la democratización de las ventas de automóviles en México.
Harvest (2013), por su parte, se compone de esculturas de acero colgadas del techo e iluminadas cenitalmente por lámparas. Si lo contemplamos desde la distancia, percibiremos un conjunto caótico de formas abstractas volantes; en la cercanía, veremos proyectarse en el suelo la sombra de esas piezas, generando el perfil de las letras del alfabeto en una caligrafía indefinida. Así, este trabajo cuestiona nuestra percepción e interpretaciones de la realidad, a la vez que recoge citas tomadas de la literatura, habituales en las obras de este artista. Según explicó el propio Ortega, se inspiró en la caligrafía de su madre para establecer una relación conceptual de esta propuesta con la expresión “lengua materna”.
Contemplaremos a continuación Viaje al centro de la tierra: penetrable (2014), una estructura metálica de la que aparecen suspendidos cuero tubular, piedra pómez, cerámica orneada o vidrio. El artista diseccionó la imagen de un globo terráqueo a través de diversas capas de materiales, formas y colores, en oposición a cualquier forma de representación clásica, acabada y cerrada; su intención era poner en cuestión la noción de la escultura como objeto, monumento o pieza al fragmentarla en miles de trozos, acabando con su solidez y dejando espacio al humor ante lo monumental.
Con otros materiales naturales (esponja, madera, arcilla, tezontle, roca pómez…) y algunos sintéticos (plástico o nylon) diseñó Ortega Polvo estelar (2016), disponiéndolos a distintas alturas y distancias para dar lugar a una suerte de estela o estructura molecular estirada, una arquitectura de elementos interrelacionados que podemos leer como un ecosistema que se expande a partir de un epicentro.
Cuenta que primero definió qué quería crear y después salió a la calle a buscar sus materiales: Se trataba de encontrar algo que fuera un polvo de cosas que ya no eran nada… El tubo de plástico de un bolígrafo que no tenía tinta, una cáscara de semilla, una gorra triturada, un ojal de zapato, una punta de lápiz o una goma de borrar mordida, para crear una galaxia o constelación dinámica suspendida del techo. Como un agujero negro que se ha tragado todos los objetos, que deja de tener una función útil y sigue sobreviviendo; al igual que dejan de tener sentido en un mundo de productividad y se convierten en nómadas personas sin hogar, balas perdidas, residuos del mundo al que sirvieron y al que ahora ya no pertenecen.
Otro big-bang en el Centro Botín es Controller of the Universe (2007), proyecto compuesto por cientos de herramientas de segunda mano suspendidas de mayor a menor tamaño, generando un vórtice ordenado cuyo centro es un vacío, el epicentro de la explosión. La mirada del visitante también recalará en ese eje, del que los objetos desechados son extensiones. El título de esta pieza remite a un mural de Diego Rivera en el que un trabajador de una fábrica controlaba una máquina, concebida como centro del desarrollo tecnológico, creativo y científico: Man at the Crossroads.
Veremos igualmente Volcán (2013), una cuña de doble espejo efectuada a partir de pequeñas piedras rojizas de tezontle, una roca volcánica empleada en México en la construcción, con vidrios de colores en la parte superior. El espectador puede reconocer la opresión y la liberación de energía de la lava en esta composición geométrica de dos figuras cónicas encontradas, al modo de un reloj de arena. Podríamos encontrarnos frente a un diagrama expandido en tres dimensiones de una explosión volcánica.
En H.L.D (high, long, deep) (2009), lo que Ortega diseccionó es una mesa de madera que ha suspendido en el aire en torno a tres ejes, tres dimensiones que componen el objeto atendiendo a los dibujos preparatorios. La silla vacía intacta en el centro podría evocar la posición de un cuerpo o persona a la que se invita a reconsiderar su punto de vista; podemos apreciarla como una estructura ligera que replantea la forma en que contemplamos lo común.
Warp Cloud (2018) plantea de nuevo una relación ambigua con la naturaleza: representa la estructura química de una gota de agua mediante esferas blancas de varios tamaños que metaforizan moléculas de hidrógeno u oxígeno. También alude esta pieza a la tradición textil oaxaqueña, en la que, según la mitología vernácula, la intersección de hilos verticales y horizontales se equipara al encuentro de cielo y tierra. Podemos atisbar aquí cómo Ortega defiende la idea de hacer arte desde las peculiaridades y necesidades locales, inmediatas y específicas, frente a otras corrientes que atienden a los deseos y necesidades personales. Considera que somos las personas seres híbridos, complejos e integrales, y que formamos parte de un todo, en un espacio colectivo.
Cierra la exposición Hollow/Stuffed: Market Law (2012), obra en la que se articula la realidad como una lente a través de la que reflexionar sobre asuntos diversos, como la explotación económica, el abuso de poder, el colonialismo o la identidad nacional. Pende del techo un submarino construido con sacos reutilizados, metal y sal y la gran bolsa de plástico que lo compone presenta una “herida que sangra”, un agujero por el que se derrama el contenido que lo rellena (dicha sal) y que se acumula en el suelo formando una montaña. Aludía Ortega a la generación, hasta tiempos recientes y aún hoy, de bienes de consumo que extraer y comercializar de un lugar a otro sin tener en cuenta el impacto en el lugar de origen, como ocurre con la cocaína en el contexto de México.
“Damián Ortega: visión expandida”
Muelle de Albareda, s/n
Jardines de Pereda
Santander
Del 8 de octubre de 2022 al 26 de febrero de 2023
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE: