Francisco Calvo Serraller
2006 se anuncia como “Año Rembrandt” (al conmemorarse el cuarto centenario del nacimiento del artista, acaecido en Leiden en 1606) con la esperanza que los fastos del aniversario sirvan para conocer y difundir mejor la estremecedora calidad de la asombrosa y excelsa producción artística de este maestro, que fue considerado por los críticos de su época como un retratista individual y de grupo insuperable, así como único en el tratamiento de la luz.
Con el tiempo han ido valorándose otros aspectos de su obra, como la pintura religiosa, las escenas de género, los desnudos y paisajes, o la libérrima técnica pictoricista y su enorme talento para el dibujo y el aguafuerte.
Rembrandt ha sido progresivamente adorado en la medida en que fue penetrando la pasmosa modernidad de su concepción artística y humana, y en ese sentido grandes historiadores actuales como Svetlana Alpers y Simon Schama nos plantean nuevas visiones y análisis de su aportación.
Hoy su arte nos sigue fascinando, atrayendo y desafiando y en función de la relevancia que ha conseguido en nuestra época nos hallamos en la tarea de profundizar sobre los secretos de su vida y su obra, deslindando las excrecencias adheridas a un artista considerado un mito, que nos ha obligado a depurar su catálogo de un sin fin de leyendas que han deformado su interesante y agitada existencia. Así, la célebre comisión Rembrandt trató de establecer el definitivo catálogo de su genuina producción personal, un concienzudo trabajo que se ha visto malinterpretado por una incompetente repercusión mediática, que consideró sin valor, obras desautorizadas por la comisión, lo cual es un verdadero disparate.
Precisamente, encumbrado a la fama desde joven, Rembrandt abrió un taller en el que trabajaron algunos de los mejores artistas de la época, y como ocurría entonces, las obras pintadas por los discípulos llevaban la “marca” Rembrandt con lo que nos encontramos con cuadros hoy recusados que son auténticas obras maestras. Sirva esta conmemoración para descubrir de nuevo un Rembrandt que nos conmueve por su honda perspicacia psicológica y por su increíble ahondamiento en el drama humano existencial.
Rembrandt
Jeremiah mourning, 1630