Raquel Ponce y José Robles, responsables desde hace ocho años de la galería madrileña Ponce + Robles, suman entre ambos cincuenta años de galerismo (treinta ella y veinte él) y han decidido conmemorar ese aniversario enfrentándose, literal y metafóricamente, a los elementos.
El suyo fue un caso extraño en el ámbito español de galerías: una fusión de proyectos destinada a crear una común propuesta potente en el mercado global, y también a responder a los nuevos modos de compra de los coleccionistas en nuestro país; según Ponce, a principios de la pasada década, nos dimos cuenta de los cambios que se estaban produciendo en el sector de las galerías. Los coleccionistas españoles ya no se limitaban solo a comprar las obras que se les ofrecían en el contexto local, sino que estaban cada vez más presentes en mercados internacionales. Así que había que estar presentes en esos mercados y la manera de hacerlo era siendo más fuertes. El sistema de galerías unipersonales estaba siendo sustituido por equipos de trabajo y pensamos que, juntos, podíamos llegar más lejos. El tiempo nos ha dado la razón.
Latinoamérica es uno de sus principales puntos de mira y, a día de hoy, casi la mitad de los artistas representados por Ponce + Robles proceden del otro lado del océano (el más reciente de sus fichajes es, sin embargo, cercano, el de la madrileña Ana Esmith, Miss Beige).
Entienden su profesión como una labor de fondo, más en esta etapa en que los modelos de exhibición del arte y las ferias se encuentran sometidos a reajustes; también abogan por hacer de las galerías algo más que un espacio para la contemplación, de nuevo en palabras de Raquel Ponce el espacio galerístico tiene que ser algo más que un muestrario donde se presentan los nuevos trabajos de los artistas. Eso ya se puede ver en las ferias y, por supuesto, en Internet. La galería tiene que ser un punto de encuentro donde lo que se ofrezca sea experiencias, que es algo que no se puede encontrar en Internet. Por esta razón apostamos por desarrollar proyectos más que por una acumulación de exposiciones individuales. Por eso, además, han decidido sustituir los habituales catálogos de exposiciones por publicaciones que dieran testimonio del trabajo que se desarrollaba en la sala.
A lo largo de este 2021 desarrollarán en su espacio en la capital un proyecto único, justamente concebido para la generación de experiencias y vertebrado en cuatro capítulos expositivos; cada uno de ellos estará dedicado a la tierra, el fuego, el aire y el agua y tendrá al frente a comisarios destacados de la actual escena latinoamericana: el español David Barro, la estadounidense Susanna V. Temkin, la ecuatoriana Pily Estrada y el brasileño Tiago de Abreu Pinto. El nexo común de las muestras será una invitación a dirigir la mirada a los orígenes.
El programa lo inicia “¡Tierra a la vista! Un paisaje de formas encontradas”, la colectiva comisariada por Barro que tiene a la tierra como protagonista y que reúne a media docena de artistas que han configurado paisajes propios a partir de formas encontradas: Gabriela Albergaria, Ricardo Calero, Menchu Lamas, Verónica Moar, Inês Teles y Françoise Vanneraud.
Tienen en común su interés por abordar la transformación artística de la naturaleza a partir de la reestructuración de sus posibilidades: han trabajado la territorialidad de la pintura, se han inspirado en materiales naturales o han llevado al espectador hacia sus formas, en el terreno físico o en el virtual. Según Barro, son artistas muy pictóricos, porque se dejan seducir por el tránsito y las texturas, por el acontecimiento y por cómo se disuelve lo consistente, aunque en sus muy diversas formas de proceder podríamos unir a muchos de ellos por sus acciones escultóricas, ligadas a la naturaleza o a sus fenómenos, así como por el uso del dibujo o los procesos artesanales como arma estructurante y performativa. Porque, aun cuando trabajan a gran escala, su verdadera narrativa se esconde en lo “infraleve”, en el desajuste o la imperfección, en un tiempo y espacio intersticial donde alcanzamos a descubrir los aspectos más frágiles de la materia.
El recorrido de la exposición se ha planteado como un paseo en el que el arte se vincula a la tierra sin colonizarla; el paisaje, real o imaginado, es humanizado por los artistas.
La instalación de Vanneraud nos traslada a un paisaje que contiene fragmentos de otros, acumulados por esta autora en sus viajes. Interesa a la francesa nuestra experiencia con lo natural y nuestra percepción del entorno como narrativa histórica, fuente de memoria, y como territorio; en su trabajo, el dibujo se expande y dialoga con otros medios; se objetualiza o deriva en escultura, incidiendo en la importancia del tránsito y en su vertiente afectiva.
Inês Teles contempla también los paisajes como enigma: sus sutiles trabajos en papel apelan a lo quebradizo, no imponen formas y transmiten fragilidad; en su obra cobra relevancia la performatividad de los procesos: gestos repetidos, insistencia en la geometría, expansión del dibujo en la pared… Calero, por su parte, se acerca a lo fluido, al desgaste de la materia, considerando el tiempo como sustancia desde una óptica poética.
Menchu Lamas elige llevar la vulnerabilidad de la materia a imágenes que parecen crecer hasta extinguirse: paisajes abiertos que, sin embargo, por aproximarse a la abstracción, pueden parecer inaccesibles. En el magma de sus lienzos podríamos atisbar residuos, sedimentos de color.
Y en sus cerámicas, Verónica Moar interpreta el paisaje como materia y como forma, desintegrándolo, desfigurándolo y restaurándolo. Su origen gallego incide en estas obras: Vivo en un territorio en el que la piedra invade el paisaje. Galicia es una de las piezas clave para estudiar la historia geológica de la Tierra; es un laboratorio natural. (…) El propio material se acaba transformando en una pieza cerámica que hace millones de años fue una roca (…) Una sección de paisaje que se fue descomponiendo y erosionando hasta convertirse en algo que mis manos pueden modelar. Me parece apropiado hablar de la escultura a través de su material más elemental.
Por último, Albergaria trabaja a partir de una naturaleza manipulada, reflexionando críticamente sobre la acción humana en el paisaje y sobre el reflejo en este de las relaciones de poder, por la vía de la domesticación y la imposición de jerarquías.
“¡Tierra a la vista! Un paisaje de formas encontradas”.
c/ Alameda, 5
Madrid
Del 4 de febrero al 30 de abril de 2021
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