Cuando están a punto de cumplirse 150 años desde su nacimiento en Haarlem, el Museo Frans Hals de esta ciudad ha decidido dedicar una retrospectiva a Coba Ritsema, pintora que causó sensación en el panorama artístico holandés en torno a 1900, y conoció el éxito temprano y el reconocimiento internacional, pero que tras su muerte en 1961 cayó en un paulatino olvido.
Hasta el próximo marzo, ese centro acoge “Coba Ritsema. Un ojo para el color”, su primera muestra exhaustiva en un museo, que cuenta con pinturas procedentes de colecciones privadas y públicas, muchas de ellas expuestas por primera vez al público desde hace décadas. Han prestado trabajos para la ocasión el Kunstmuseum Den Haag, Singer Laren, el Rijksmuseum, el Centraal Museum y el Stedelijk Museum de Ámsterdam.
Nacida en 1876 en la ciudad donde Hals falleció, Ritsema hizo valer su talento en el cambio de siglo y, cuando sólo contaba 23 años, obtuvo el prestigioso Premio Willink van Collen por su primera exhibición en Ámsterdam, junto a la asociación Arti et Amicitiae, un logro notable para cualquier artista joven, varón o mujer, en ese momento. A raíz de aquel galardón, su nombre se difundió en Europa, participó en exposiciones universales en París y Bruselas, así como en la Bienal de Venecia, y la crítica la saludó, entre la calidez y la reticencia, como una de las artistas femeninas más importantes de los Países Bajos. La reina Guillermina llegó a concederle el título de caballero de la Orden de Orange-Nassau en 1935, pero, como decíamos, su fama decayó después de su fallecimiento en los sesenta.


Esta exhibición, además de recuperarla para el gran público -hacía setenta y cinco años que el Museo Frans Hals no le dedicaba una monográfica- quiere desmontar algunos mitos persistentes en torno a su carrera. El primero tiene que ver con sus referentes: se describió a Ritsema durante muchos años como alumna de George Hendrik Breitner, pero una nueva investigación ha confirmado -y en realidad así lo aseguró ella misma en una entrevista- que no fue su discípula. Aunque Breitner visitó su estudio y le ofreció consejos, al parecer sintió que ya era demasiado experta para brindarle sus enseñanzas.
La suposición de que debió haber estudiado con él, según argumenta la comisaria Maaike Rikhof, refleja tendencias historiográficas que solían relegar a las artistas a un segundo plano respecto a sus homólogos masculinos; si bien también hay que reseñar que es probable que Ritsema viera varias exposiciones de la obra de Breitner en Ámsterdam alrededor de 1900, y su serie Chicas en kimono inspiró algunas de sus pinturas de mujeres jóvenes representadas de espaldas o reclinadas en un diván.

Otro de los clichés a batir en la exposición, atendiendo a las tesis de Rikhof, es que esa marginación de Ritsema en el paso de las décadas tenía que ver con una calidad débil. Esta autora llevó a cabo fundamentalmente retratos y bodegones, géneros proclives al pequeño formato y considerados apropiados para las mujeres pintoras, una etiqueta que vino a opacar la buena recepción que en un principio cosecharon y también las redes profesionales que esta artista tejió.
En realidad, sus composiciones son todo menos modestas. Esos retratos —que a menudo captan a mujeres jóvenes vistas de espaldas o absortas en sus pensamientos— transmiten una carga psicológica discreta, aunque evidente, mientras que sus naturalezas muertas están realizadas con pinceladas sueltas y seguras que parecen espontáneas, pero están cuidadosamente estudiadas. Sutiles cambios de tonos verdes y azules dominan su paleta, generando una sensación de equilibrio y sobriedad que aún hoy resulta sorprendentemente moderna.
Gracias al material de archivo recientemente descubierto, para la exposición se han podido identificar, asimismo, varias de las modelos recurrentes de Ritsema, fundamentando estas obras en sus relaciones y en su vida cotidiana. Entre ellas figuraban su vecina de Ámsterdam Leentje van Bueren, su amiga de la infancia Marie van den Arend, y Elisabeth Berthold, quien aparece en La joven de blanco (hacia 1925).

En suma, “Coba Ritsema. Un ojo para el color” quiere llamar la atención sobre las voces artísticas, masculinas o femeninas, que fueron relegadas a un segundo plano por motivos ajenos a su buen hacer -pese a que en su tiempo llegaron a triunfar a veces, y bajo sus propios términos- y de cuánto más rica puede devenir la historia del arte cuando esas voces finalmente se escuchan.
El Museo Frans Hals no es sede casual de este proyecto: además de dedicarle ya aquella individual a mediados del siglo pasado, es sabido que Ritsema lo visitó con regularidad, que las pinturas de Hals también fueron para ella una fuente de inspiración y que, en una postal, se refirió a él como “el hombre más brillante de Haarlem”.
Esta afinidad es particularmente evidente en sus retratos: las vestimentas y los fondos están pintados con ligereza, los rostros con detalle. Las telas drapeadas, como las de Hals, también suelen formar parte de sus lienzos. Y la crítica reconoció estos paralelismos; Iohan Quirijn van Regteren Altena escribió en 1946: En su afán por la expresión más sobria, (Coba Ritsema) a veces se asemejaba repentinamente a Frans Hals.


Coba Ritsema. “An Eye for Colour”
Groot Heiligland 62
Haarlem
Del 19 de septiembre de 2025 al 1 de marzo de 2026
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