La vida interna, la memoria y las emociones son el eje temático de la producción de Christina Kimeze, joven artista británica, nacida en Londres en 1986, que presenta ahora su primera exhibición en Francia de la mano de la firma White Cube. En su sede en París podemos contemplar “Something other than the world might know”, un conjunto de pinturas y trabajos sobre papel protagonizados por figuras femeninas, a menudo representadas en un marco de follaje de colores vivos, que se encuentran inmersas en una quietud solo aparente: la autora describe su estado como activo y lleno de posibilidades; como una puerta de entrada, por tanto, hacia otros estados.
Ese concepto de apertura, no solo a una potencialidad de opciones sino a múltiples interpretaciones, tiene en el caso de Kimeze sus raíces en los escritos de Kevin Quashie reunidos en The Sovereignty of Quiet: Beyond Resistance in Black Culture, ensayo que exploraba una noción de calma, de serenidad, ligada a un tipo diferente de expresividad de nuestros deseos, ambiciones, vulnerabilidades y miedos, nunca a la ausencia de ellos, y la relacionaba con la resistencia pacífica en el contexto de la lucha por los derechos civiles de las personas de raza negra. De ese libro proceden los títulos de buena parte de las obras recogidas en esa muestra.
Emerjan o se retiren, las mujeres de la artista suelen situarse en umbrales o espacios de transición entre diferentes estancias (cortinas, tabiques, marquesinas o escaleras), que a la vez revelan y ocultan parte de su cuerpo, y poseen cierta cualidad etérea acentuada por lo resbaladizo de su identidad: sus rasgos remiten a los de familiares o amigas de Kimeze, pero nunca de forma fidedigna, sino tamizados por su subjetividad y sus recuerdos. Quizá las piezas fundamentales de la serie que podemos ver en París sean Quiet y Something other than the world might know, datadas ambas este mismo año: la primera presenta a una figura femenina serena, planteada como extensión dorada de las cortinas que quedan a cada lado de ella, y que transmite autosuficiencia y ensimismamiento; la segunda contiene otra mujer, vestida de regio púrpura, realizando una ofrenda o un acto de servicio, al portar una bandeja ligeramente en alto. Podemos interpretar ambas composiciones como dos facetas de la propia noción de ser humano, referentes a la necesidad de nutrir y proteger nuestro mundo interior y a la de estar a disposición, también, de los demás.
Elaboradas con medios secos y húmedos, como pintura al óleo, barra de aceite y pastel suave, aplicados sobre un tablero de gamuza, material suave cuya textura cede a la pintura y al pastel, estas composiciones luminosas presentan una superficie empolvada y un fuerte carácter táctil. En sus procesos, Kimeze frota y tritura los pigmentos en el suelo, complaciéndose en el movimiento intuitivo de sus manos, para después diseñar motivos y formas repetitivos en espacios que, más que a la representación, se dedican a la sugerencia.
Se sirve en ocasiones, como metáfora del paso de un estado personal a otro, del motivo de una escalera de caracol: lo vemos en cuatro imágenes de la exposición, autónomas pero relacionadas; la figura representada en cada una asciende o desciende por peldaños en disposición circular, y estas piezas, aquí unidas y resonando una en otra, parecen remitir a la emblemática Mirror (1964–1966) de Frank Bowling, en la que él mismo aparece simultáneamente en la parte superior y la inferior de una escalera también circular.
El dinamismo es, igualmente, otro sello de Kimeze y alguna de sus obras en White Cube parece evocar el Desnudo bajando una escalera duchampiano, pero también se recrea en su opuesto: en tres de sus pinturas a gran escala ha dispuesto una figura tumbada, recordando una tradición europea clásica de figuras literarias en esa posición, como Ofelia captada en el momento de la muerte. Aquietadas, en algún lugar entre mundos, estas figuras constituyen presencias fantasmales, coronadas y protegidas por un dosel de hojas.
Partiendo de un amplio arsenal literario, incluidos los escritores y poetas contemporáneos Elizabeth Alexander, Victoria Adukwei Bulley y Saidiya Hartman, la artista londinense también hace referencia a un rico linaje de escritoras negras y feministas del siglo XX, en particular a Toni Morrison, Marita Bonner y Gwendolyn Brooks. Justamente la novela seminal de Brooks, Maud Martha (1953), resulta de particular importancia para su ideación de una vida interior que a veces adquiere la forma de un interior botánico, un concepto igualmente rastreado en los poemas de Emily Dickinson.
Especialmente en sus pinturas de menor escala, Kimeze profundiza en estas ideas utilizando el árbol matoke y su distintivo dosel arqueado de hojas bajo un sol semitransparente y abrasador. Dominando casi toda la tela, esas hojas están esquematizadas, se aproximan a la abstracción, y apuntan tanto a narrativas coloniales como a las personales, estando vinculadas a los movimientos de la tribu Baganda de Uganda, a la que pertenece la familia de la artista: viajaron con misioneros cristianos por África plantándolas mientras se desplazaban, generando en su camino nuevos espacios emocionales.
Christina Kimeze. “Something other than the world might know”
10 Avenue Matignon
París
Del 9 de junio al 27 de julio de 2023
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