Este próximo verano se cumplirán cinco años de la muerte temprana de Chiara Fumai. Cuando se suicidó tenía solo 39, pero pudo gestar una producción multiforme, aunque siempre performativa, propensa a la generación de atmósferas y emociones y sobre todo a la reivindicación de figuras abandonadas por la historia, especialmente de mujeres que por razones de origen o personalidad rebelde, por su elección de libertad, quedaron relegadas en los relatos oficiales. De algún modo dejaba tomar su cuerpo por el de aquellas figuras singulares, en el contexto de instalaciones complejas con diversos elementos simbólicos, invocando sus fantasmas mientras también hacía frente a sus propios demonios.
En España, llevó a cabo en 2013 en el MUSAC uno de sus proyectos emblemáticos, Chiara Fumai reads Valerie Solanas, performance en la que la lectura del Manifiesto SCUM le servía para aludir irónicamente al primer discurso público de Berlusconi y su trabajo llegó también a ARCO, en 2017, y a la muestra “Punk, sus rastros en el arte contemporáneo”, que itineró por varios centros de nuestro país; internacionalmente, entre las grandes citas que acogieron su obra se encuentran la Documenta 13 de Kassel (2012) y la Bienal de Venecia de 2019; aquella participación fue póstuma.
Justamente en aquella Documenta expuso la romana The Moral Exhibition House, una suerte de cabaña de madera donde desarrolló sus performances en homenaje a Annie Jones, célebre mujer barbuda de la época victoriana, y Zaluma Agra, esclava que, en el siglo XIX, se convirtió en estrella circense. En torno a ella, objetos diversos en suelos y paredes hacían referencia al espiritismo, a un Hegel siempre cabeza abajo, a espectáculos pseudocientíficos decimonónicos o a las revueltas feministas de los setenta. Esa instalación es ahora parte esencial de “Poemas que nunca mostraré”, exhibición que La Casa Encendida dedica a esta autora en colaboración con el Centre d´Art Contemporain Genève (Ginebra), La Loge (Bruselas) y el Centro Luigi Pecci de Prato y bajo el comisariado de Milovan Farronato y Francesco Urbano, que mantuvieron relación personal y profesional con ella y hoy son miembros de un colectivo, que se hace llamar iglesia y se fundó en colaboración con su madre, con el objetivo de preservar su memoria.
Se nutre la exhibición de piezas que podemos considerar traducciones o fragmentos de las materializaciones de esas performances, porque Fumai se negó intencionadamente a documentarlas, como también a encargar a otros la realización de determinadas fases de sus procesos creativos o a dejarse circunscribir a su condición de artista femenina, tratando de esquivar victimizaciones y clichés.
Sus métodos para acercarse y acercarnos a estas mujeres en los márgenes (además de Jones, Solanas o Agra, la médium Eusapia Palladino, la escritora Carla Lonzi, la teósofa Madame Blavatsky, la ramera de Babilonia o la terrorista Ulrike Meinhof) tenían que ver con la psiquiatría, la contracultura, la oralidad y sus tradiciones, los freak shows o la hipnosis… e hipnótico era el efecto de muchas de esas acciones, en las que resultaba difícil dilucidar si nos encontramos ante la italiana o ante esos personajes, reflexionando sobre su historia, lo fragmentario de sus identidades o sobre lo que el lenguaje permite contar.
La retrospectiva que ahora llega a Madrid, un proyecto en el que Fumai pensó en sus últimos años, hace dialogar la recreación de The Moral Exhibition House con la de otra casa de la artista, aquella en la que residió en Milán: las instalaciones, collages, dibujos, vídeos y fotografías de una y otra establecen juegos de correspondencias, lazos, y en cualquier caso nos permiten adentrarnos en el mundo de una autora que fue capaz de aunar magia, reivindicación e historia y que se esforzó por contar a las demás a través de sí misma. El título de la exhibición procede de su último autorretrato, en el que un títere lleva una camiseta con ese lema, “Poemas que nunca publicaré”, que hoy podríamos entender como nostálgico dada la brevedad de su vida pero que tiene también que ver con el hecho de que nunca escribió poemas.
Contemplaremos en esa vivienda propia, recreada con cierta fidelidad, collages semejantes a tests de Roscharch en los que sumía en una misma nebulosa su rostro y otras caras, otros fragmentos de cuerpos; parte de su vestuario, en algunos casos vinculado a performances concretas; algunos de sus libros, relativos a ocultismo, religión, feminismo o política o su homenaje, a través de un molde corporal sobre tela, a una artista fallecida.
Farronato se refiere justamente a que, en la trayectoria de Fumai, es vital considerar su cuerpo como anfitrión de otros, siempre combativos, que en él se alternaban y multiplicaban: ella reanima sus historias con el objeto de recuperarlas para la admiración y el conocimiento de los espectadores. Se refiere a esta autora como agente y portavoz de una galería de personajes poderosos, unidos por una apremiante y atávica necesidad de justificación.
Una de sus primeras y más peculiares acciones, recogida en La Casa, fue la que le llevó a encarnar en 2011 al ilusionista Houdini y a Rosa Luxemburgo como a su ayudante, mientras recitaba un doble guion en forma de no diálogo empleando fragmentos tomados de la carta que la comunista polaca envió a Sophie Liebknecht desde la cárcel en 1917; dicho guion lo encontraremos en una vitrina junto a objetos ligados a esta performance.
En su variedad de registros, las mujeres (y algún hombre) por los que se dejó habitar la artista tienen notas en común: ciertas actitudes, perspectivas de vida y pensamiento y a veces, también, neurosis. Según el comisario, son hermanas de sangre. Algunas crecen dentro de la obra y la introspección de Fumai mientras que otras se quedan en puntos de partida, esbozos válidos para narraciones posteriores, vertebradas o no.
Chiara Fumai. “Poemas que nunca mostraré”
Ronda de Valencia, 2
Madrid
Del 4 de febrero al 1 de mayo de 2022
OTRAS NOTICIAS EN MASDEARTE: