Puede que lo conozcáis por sus fotografías ambientadas en Tokio: en ese lugar, que César Ordóñez llama su ciudad laboratorio, ha desarrollado buena parte de su trabajo –y su fotolibro más célebre, Tokyo Blur– este autor barcelonés. Su fotografía contiene reflexiones personales y existenciales sobre cómo nuestros modos de pensar y sentir influyen en el entorno o sobre la intimidad o la prevalencia del individualismo en la sociedad, y, en lo estético, cultiva las metáforas visuales y el gusto por los territorios y las escenas que son reales pero podrían ser sueños.
De la mano de Fifty Dots, la galería barcelonesa especializada en foto contemporánea que recientemente ha llevado su trabajo a la feria MIA, en Milán, y que el próximo noviembre lo presentará en la cita parisina Fotofever, Ordóñez nos muestra en Barcelona su serie reciente No somos islas. Ha partido de una cita del escritor y teólogo Thomas Merton sobre nuestra supuesta sociabilidad intrínseca (Nada, absolutamente nada tiene sentido si no admitimos que las personas no son islas, independientes entre sí; toda persona es un pedazo del continente, una parte del todo) para fotografiar una veintena larga de paisajes abstractos, captados en tomas simples y dedicados a la belleza del mar y de las islas, con cierto sentido paradójico respecto al título del conjunto.
Les atribuye, además de una belleza evidente, un valor simbólico vinculado a un teórico lazo primitivo y básico entre todos los seres humanos, del que no podríamos desprendernos por más que la soledad nos tiente, y también a nuestro nexo, igualmente arcaico e irremediable, con la naturaleza. Más que relacionarnos con ella –quiere subrayar Ordóñez– somos sus hijos, parte del paisaje, de ahí que tenga todo el sentido servirse de islas (geográficas) para hablar de sentimientos (personales).
César Ordóñez. “No somos islas”
Sant Hermenegild, 24
Barcelona
Del 9 de mayo al 31 de julio de 2018
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