Hace tres años diversas exposiciones conmemoraron el centenario del nacimiento en Valls (Tarragona) de Francesc Català-Roca, que fue figura fundacional de la fotografía documental española y formó parte de una familia que también lo era: su padre es Pere Català i Pic, a quien se considera uno de los introductores de esta disciplina en Cataluña, especialmente en su vertiente vanguardista.
Heredando ese interés por la imagen, abriría el artista estudio propio en 1947, realizando primero encargos editoriales para publicaciones como Destino, Gaceta Ilustrada o La Vanguardia; trabajos de estudio para libros, en colaboración con autores como Sert, Eduardo Chillida o Joan Miró (algunos de esos volúmenes se dedicaron a la historia del arte catalán; y de este último pintor elaboró además un documental) y, progresivamente, también reportajes sobre la realidad social de España a mediados del siglo pasado, urbana y rural, laboral o playera.
Podríamos encuadrar su estilo, por estas inquietudes, en un neorrealismo fotográfico que apostaba por adoptar puntos de vista casi inéditos, subrayar los contrastes entre luces y sombras y prestar siempre atención, como es característico de esa corriente, a las historias humanas, sin restar poder a la anécdota para encontrar en ella más que eso, significado. De hecho, a su evidente buen hacer técnico y sus virtuosos contrapicados se unió su especial talento para entrar en contacto, y en confianza, con quienes retrataba, testigos como él de la dureza de los años de posguerra y de los más benignos del desarrollismo; en el caso español, porque su trayectoria lo llevó fuera de nuestras fronteras.
Hasta el próximo abril, el Museo de América en Madrid acoge la muestra “La elocuencia de la imagen. Català-Roca en América”, que recoge una selección de más de doscientas imágenes entre las cerca de 7.000 que el fotógrafo llevó a cabo en ese continente en los años setenta y, en la mayoría de los casos, en color: su voluntad de reflejar la realidad de su tiempo y de su entorno fue más allá de consideraciones formales y estéticas y sería precisamente en Nueva York donde comenzó a emplearlo, consciente de que esa era el porvenir de la fotografía, como había sido su pasado (pictórico). Afirmó entonces: Hasta ahora hemos vivido una situación anómala: hemos visto el mundo en blanco y negro. Ahora estamos terminando el siglo XX, el único período acromático de la historia de la humanidad; anteriormente toda la iconografía era policroma. El blanco y el negro son dos colores que actualmente aún nos resultan familiares, pero que desaparecerán en un futuro, son dos colores falsos, no existen.
Como se recordó en su retrospectiva de 2022 en la Sala El Águila, la arquitectura de la propia Nueva York, a la que se refirió como fascinante y fascinadora, parece que lo impresionó mucho: los rascacielos le permitieron profundizar en sus juegos de formas, colores y efectos de luz y sombra, al servicio ahora de la potencia visual de los elementos estructurales, las texturas, los materiales y los detalles constructivos de los edificios.
Los trabajos que nos esperan en la capital proceden del archivo personal de Català-Roca, que se conserva en el Arxiu Nacional de Catalunya, y bajo el comisariado de Lia Colombino se exhiben compartiendo espacios con cerca de cuarenta piezas de los fondos del Museo de América con los que las culturas populares y las formas de vida tradicionales representados en las instantáneas guardan relación. Corresponden a sucesivos viajes: las obras más tempranas las llevó a cabo en México en 1973 y las últimas en Ecuador, en 1979; todas ellas obedecen a un encargo de la editorial Blume, centrada en libros de arte, fotografía y cultura, y estaban destinadas a ilustrar catálogos de arte popular americano.
Esta firma buscaba imágenes que captaran los métodos de producción de objetos artesanales, pero guiándose por su propio instinto el autor fue más allá con el fin de retratar otras costumbres y condiciones vitales ligadas a modos tradicionales de supervivencia que hace medio siglo ya se encontraban en vías de desaparición. Contemplaremos escenas rituales y de mercado, retratos de gentes diversas y paisajes, además de a esos artesanos en acción, junto a cuarenta piezas en diferentes formatos realizadas en esas mismas geografías en distintos momentos históricos: cerámicas (jarras, vasijas, platos), cestería (bolsa, peine, cestas y bateas), textiles (chaquetas, faldas o las tradicionales blusas o huipiles), adornos (tocados de cabeza y de cintura, pulseras, máscaras), herramientas de trabajo (riendas, estribos, espuelas) y objetos asociados a ritos (figuras, exvotos, láminas y pequeños altares).
Podremos ver, asimismo, las cámaras empleadas por Català-Roca y maquetas, planchas de grabados, contratos de edición y los mismos catálogos de Blume. La captación de lo cotidiano, junto a ese uso primero del color, fueron para el tarraconense una herramienta para encontrar la identidad de grupos sociales que aún se relacionaban con su entorno de una manera propia y muy cercana. Muchos de los productos artesanales de los que hacen uso contrastan con el empleo, entonces incipiente, de plásticos y telas industriales que sugerían modas por llegar, cambios de amplio espectro. Hay que recordar que, en esta década de los setenta, muchos de los países que el fotógrafo visitaba padecían dictaduras y conflictos violentos: el catalán no los refleja de manera directa, pero en ocasiones sí muestra sus efectos de forma sutil, en forma de trabajo duro y precariedad.
“La elocuencia de la imagen. Català-Roca en América”
Avenida Reyes Católicos, 6
Madrid
Del 21 de noviembre de 2024 al 13 de abril de 2025
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