Hace cuatro años, y justo en estas fechas, el Stedelijk Museum acogía en el marco de la Amsterdam Art Weekend la primera retrospectiva europea de Carlos Amorales, uno de los autores más relevantes del panorama artístico mexicano desde los noventa; contaba con instalaciones, pinturas, dibujos, vídeos, grabados, textiles, animaciones y obras sonoras, porque una de las bases de su producción es su lenguaje multiforme, e invitaba a los espectadores a trazar su propio recorrido en torno a proyectos, muchos a gran escala, que no se disponían conforme a un orden cronológico; también a alumbrar sus propias lecturas en torno a los asuntos más abordados por este artista, ligados al estudio de las las tensiones entre los individuos y las sociedades en las que tienen que desenvolverse.
No era casual que Ámsterdam fuera el escenario de esa primera antología suya en el continente: fue allí donde Amorales se formó, en la Academia Gerrit Rietveld y la Rijksakademie, y donde adoptó el nombre por el que ahora lo conocemos, en el marco de una investigación sobre los roles posibles de la creación en la vida cotidiana. Sería hace casi dos décadas, en 2004, cuando decidió regresar a su país, donde estableció un estudio al que llamó The Factory, en referencia tanto al taller de Andy Warhol como al primer laboratorio de animación que creara Walt Disney.
Entre los proyectos más significativos en los que Amorales y su equipo trabajaron en ese escenario se encuentra Liquid Archive, un compendio de miles de siluetas monocromas en formato vectorial que, paulatinamente, se convertiría en la base de la obra muy diversa de este autor en los últimos quince años; la mayoría de sus imágenes son de código abierto y en ellas apenas existen fronteras entre lo artístico y lo comercial: de hecho, pueden emplearse sin problemas en los ámbitos de la moda, los videoclips, las portadas de discos o los tatuajes. Tanto la fábrica del mexicano como todos los trabajos que de ella surgen pueden interpretarse, en el fondo, como un tributo casi constante al Pop Art, pero no evaden la crítica: contienen referencias a los excesos del consumo y la globalización o a problemáticas ligadas a minorías.
El que fue comisario de aquella antología holandesa, Martijn van Nieuwenhuyzen, ya subrayó que transita este artista por una delgada línea entre el cuidado estético y la inquietud por temas sociopolíticos, en realidad de cariz muy diverso: desde el mencionado papel posible del creador en la sociedad contemporánea (en cuanto a compromiso, actitud ante el poder o ante la represión y la violencia) hasta la experiencia de los desplazados que han de adaptarse a culturas que les son ajenas, pasando por lo maleable del lenguaje, y sus peligros, así como los que apareja la infinitud de imágenes que Internet nos ofrece. En ocasiones nos remite a estas cuestiones de forma muy explícita, y otras veces valiéndose de la metáfora, jugando con las expectativas de quien contempla.
En su primera muestra en la galería madrileña Albarrán Bourdais, que bajo el título de “Riots on the moon” inauguró el pasado 23 de noviembre, podremos contemplar una docena de pinturas de gran formato que ha llevado a cabo utilizando un programa de inteligencia artificial palabra-imagen: se trata de composiciones gráficas inspiradas en los recientes enfrentamientos entre manifestantes y antidisturbios en Francia con cuestiones raciales y económicas de fondo y que entroncan con los propósitos de Liquid Archive de permitir un fácil acceso a creaciones artísticas imposibles de categorizar y ligadas a la memoria, la identidad y la comunicación.
Aunque el diseño de estos trabajos se haya desarrollado con IA, su ejecución plástica se ha realizado con plantillas y barras de óleo, subrayando el contraste entre la sofisticación de la herramienta primera y la espontaneidad en la expresión emocional que permiten los segundos. Encontraremos además, en estas imágenes diluidas, referencias a las caligrafías que el desconcertante Henri Michaux alumbró en los sesenta, de ecos orientales. En ellas era imposible buscar sonidos y significados; las componían signos que él definía como poéticos y que son, ante todo, gestuales e impulsivos, rítmicos y vitales. Dieron lugar a una literatura personal y abstracta, tan íntima que solo podrá acercarse a ella quien no la contemple como desafío.
Se completa esta muestra con una colaboración: una performance en la que Amorales se codea con Juan Manuel Artero, compositor de melodías vanguardistas y armonías complejas; ha ideado cinco cuadernos con partituras experimentales que se han convertido en el fondo musical del recorrido.
Carlos Amorales. “Riots on the Moon”
c/ Barquillo, 13
Madrid
Desde el 23 de noviembre de 2023
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