Caleidoscopio Rivera

Leandro Navarro presenta su cuarta muestra dedicada al fundador de El Paso

Madrid,

Formado en la Escuela de Artes y Oficios de Granada, su ciudad natal, y en la de Bellas Artes de Sevilla, el pintor granadino Manuel Rivera estableció en 1951 su residencia en Madrid y comenzó entonces a interesarse por la abstracción, participando en el Congreso de Arte Abstracto de Santander en 1953 y viajando luego a París en 1955, donde conocería de primera mano el informalismo.

De regreso a España fundó en 1957 el grupo El Paso, pero lo abandonó al poco tiempo para centrarse en la creación de una obra muy personal, en la que prescindió de soportes y materiales tradicionales como el lienzo y el óleo. Utilizó como elemento esencial de su trabajo la tela metálica, además del alambre y el hierro, que tensaba en bastidores de madera que aumentaron de grosor a partir de 1958. De esa forma, profundizó en el estudio del espacio y los efectos de luz y color a través de las mallas, que no dejaría de emplear nunca. En la trayectoria pictórica de Rivera se observa así el paso de una gran influencia de la tradición local a un arte más cosmopolita, de un cromatismo austero y oscuro a un mayor colorido a partir de 1961, fecha en que comenzó a darse a conocer en América.

Manuel Rivera. Estorzuelo 24, 1993. Legado Manuel Rivera; Galería Rayuela, Madrid
Manuel Rivera. Estorzuelo 24, 1993. Legado Manuel Rivera; Galería Rayuela, Madrid

Hasta el próximo 7 de enero, la Galería Leandro Navarro, que representa su legado, le dedica la muestra “Caleidoscopio. Telas metálicas, Tiritañas y Estorzuelos”; es la cuarta del andaluz en esta sala, tras presentaciones en 2004, 2007 y 2011. Consta de piezas inéditas vinculadas justamente al políptico Caleidoscopio, ejemplo clave de su empleo de esa malla metálica como vehículo expresivo, al igual que las también presentes Tiritañas, donde superpuso dichas redes a bastidores metálicos entre los que generaba espacios, cambios lumínicos y vibraciones que otorgaban al espectador y a su capacidad perceptiva un papel clave. Contienen, además, algunas referencias oníricas: las telas, esta vez de seda y escasa resistencia y dispuestas en collage personal, dibujan en el aire formas depuradas, de completa desnudez. En cuanto a sus Estorzuelos, así se conoce a su producción tardía, la datada en los noventa: hablamos de collages sujetos al bastidor, pero también de vistas de interiores y de recuerdos o trazos de soleás. No hay Rivera sin metal; tampoco sin flamenco.

Manuel Rivera. Tiritaña X, 1975. Legado Manuel Rivera
Manuel Rivera. Tiritaña X, 1975. Legado Manuel Rivera

La tela metálica fue, en realidad, más que su soporte; también su forma y su contenido y encontró en ella una vía para explorar el misterio, porque era apta para metamorfosis y transformaciones en sus formas fragmentarias y entrelazadas. Por razones parecidas le interesaron los espejos, desde principios de los sesenta y hasta el final de su trayectoria: telas yuxtapuestas sobre tableros monócromos generan un despliegue de rechazos y retenciones de luz que, a su vez, alumbran figuras geométricas de posiciones cambiantes. Esos trabajos inspiraron a Alberti cuando escribió Pintor de espejos azules/ soñando siempre en Granada/ en los jardines tranquilos/ sobre el agua./ Va el agua diciendo su nombre:/ Manolo Rivera se llama.

Hablando de espejos azules, se detuvo asimismo este autor en las albercas, relacionando sus aguas y la luz y, a través de ellas, celebrando lo que cambia y lo que perdura. Para entonces (a finales de los sesenta y principios de los setenta), había abandonado ya toda palidez cromática, dando paso a ecos iridiscentes con tonos sorprendentes.

Manuel Rivera. Caleidoscopio, 1981. Legado Manuel Rivera
Manuel Rivera. Caleidoscopio, 1981. Legado Manuel Rivera

Podemos contemplar igualmente sus Estelas segalianas, iniciadas en el verano de 1974: se trata de piezas sobre papel, realizadas bajo la influencia oriental de la caligrafía china, en las que homenajeó al poeta francés Víctor Segalen y algunas Mutaciones de los ochenta, porque, amante siempre del cambio, nunca dejó Rivera de experimentar.

Varias de esas piezas serían coetáneas a sus Transparencias de los noventa, relacionadas con su voluntad de situarse al otro lado de donde la luz procede, allí donde esta enseña y nos hace ciegos.

Completa la exhibición un catálogo, con textos de Tomás Paredes y Guillermo Busutil; cuenta este último que nunca están quietas las pinturas de Rivera. Se escuchan respirar, gemir, moverse, crujir, replegarse entre costuras y oquedades y rebosar en plenitud. También que se puede trazar con alambre y magnetismo una escritura lumínica que propone asombros, musarañas, resonancias, vibraciones ópticas de naturaleza acuática.

 

 

Manuel Rivera. “Caleidoscopio. Telas metálicas, Tiritañas y Estorzuelos”

GALERÍA LEANDRO NAVARRO

c/ Amor de Dios, 1

Madrid

Del 10 de noviembre de 2021 al 7 de enero de 2022

 

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