En una serie de charlas sobre el arte contemporáneo que organizó el Museo del Prado hace algunos años, Bill Viola (Nueva York, 1951) -reconocido internacionalmente como uno de los artistas más importantes de nuestro tiempo y figura crucial en el desarrollo del vídeo como forma de expresión artística-, compartió en su discurso una experiencia vital que cambiaría su concepción del arte para siempre. Concretamente tendría lugar al visitar el Instituto de Arte de Chicago en 1999, año en el que su padre estaba gravemente enfermo. Según relataba, en una sala vacía, pudo encontrar un cuadro muy pequeño, en madera, del artista flamenco Dieric Bouts. Se trataba de la imagen de una Madonna que estaba llorando y en la que, gracias a la técnica del óleo, se podía apreciar cada reflejo, cada brillo y cada lágrima que se deslizaba sobre su rostro. Ante su encuentro, Viola comenzó a llorar. “No me podía controlar. Era abrumador. Ese brote de emoción tenía que ver con mi padre pero también con la imagen. Había una mujer llorando delante de mí, que lloraba por mí, por nosotros”, reflexionaba el artista.
“La línea entre el arte y la vida desapareció para siempre”, sostuvo Viola
Fruto de la experiencia, Viola rompió definitivamente las barreras obra-espectador: “Yo lloraba y la imagen también. Nos retroalimentábamos. De este modo, y por primera vez en mi vida como artista, estaba haciendo uso de la obra de arte. No estaba viéndola como mero espectador, no la estaba analizando como profesional, estaba utilizándola (…). Nunca había tenido antes esa experiencia, que fue triste pero también muy iluminadora. La línea entre el arte y la vida desapareció para siempre. Fue el último muro que tuve que destruir”. Pero esta no es la única barrera que el artista ha derribado a lo largo de su carrera. Hace una semana tuve la ocasión de disfrutar de ‘Mártires (Tierra, Aire, Fuego, Agua)’, una obra de Bill Viola y Kira Perov -su pareja profesional y personal- que ocupa, de forma indefinida, un lugar destacado en la londinense Catedral de San Pablo. Sí, han leído bien, fuera de nuestras fronteras los artistas contemporáneos exponen en los templos sacros y sus obras logran convivir con otras más clásicas en perfecta armonía. De este modo, si visitamos el templo anglicano, podremos observar, detrás del altar mayor y al lado de la capilla en memoria de los soldados estadounidenses caídos en la Segunda Guerra Mundial, la primera obra de arte de imagen en movimiento instalada de forma permanente en una catedral británica.
La obra, que tardó 11 años en hacerse realidad, fue definida como un “Caravaggio de alta tecnología”
Dividida en cuatro pantallas verticales de gran formato -sujetas por un atril diseñado por Norman Foster y que recuerda a un altar-, ‘Mártires (Tierra, Aire, Fuego, Agua)’ explora los cuatro elementos a través del efecto de los mismos en cuatro individuos. Así, durante algo más de 7 minutos, los protagonistas experimentan las consecuencias de la arena que entierra primero y se desvanece después, del viento que azota, de una lluvia de llamas o de agua cayendo violentamente. Y así, durante algo más de 7 minutos, el inmenso público que visita el templo puede deleitarse con esta conmovedora obra que invita a la reflexión, independientemente de la fe que se profese. En consecuencia, Bill Viola consigue dar respuesta a otra de las inquietudes que le preocupaban en el pasado -“¿Por qué se veía mi obra en esas salas estériles, aisladas de lo que estaba pasando en el mundo real? ¿Por qué estos espacios eran tan distintos de las iglesias, los templos, las capillas que yo veía en mis viajes y que estaban llenos de gente?”, y sale al encuentro con el público. La obra, que ha sido definida por los críticos como un “Caravaggio de alta tecnología” y que tardó 11 años en hacerse realidad, se suma a la lista de otras que el artista ha logrado exhibir en templos sacros como en la catedral de Durham, también en Inglaterra.
Se espera, durante 2015, la llegada de una segunda obra con el nombre de ‘María’
‘Mártires (Tierra, Aire, Fuego, Agua)’ espera la llegada en 2015 –la fecha concreta todavía no está definida- de una segunda obra titulada ‘María”. “Ambas piezas simbolizan algunos de los profundos misterios de la existencia humana. Una se preocupa del nacimiento y la otra de la muerte, una del confort y de la creación, y la otra del sufrimiento y del sacrificio. Si tengo éxito, la pieza final funcionará como un conjunto de estéticos objetos de arte contemporáneo y como prácticos objetos de contemplación tradicional y devoción”. De este modo, conseguirá una vez más aunar elementos antagónicos, una dualidad que, con un poco más de éxito, conseguirá hacer vibrar a todo aquel que la contemple, como le ocurriera antaño al propio artista ante la Madonna de Bouts.