La trayectoria vital y creativa de la artista cubana Belkis Ayón fue breve: vivió 32 años, entre 1967 y 1999, dedicados a la creación los once últimos, antes incluso de finalizar su formación en el Instituto Superior de Arte de La Habana. Cuando, en los ochenta, predominaban las instalaciones y la creación postmedia, esta autora no tuvo miedo a ser considerada anacrónica al convertir en la técnica fundamental de su trabajo la colografía, un tipo de grabado consistente en la incorporación de diversos elementos texturados a una matriz a la que se adhieren antes de entintar. Cuando esta sí queda entintada, se procede a la impresión en relieve mediante la presión ejecutada manualmente o con prensa.
En sus primeros proyectos incorporaba color, pero muy pronto lo hizo desaparecer, concediendo una extraordinaria importancia a las siluetas y procurando que los mismos materiales constituyesen por sí mismos la piel de sus figuras, aparentemente a medio camino entre lo fantasmal y lo sagrado. Sus grabados oscilan, asimismo, entre lo monumental y lo íntimo, en este último caso sobre todo en las obras de cariz más personal, y nos hablan de dos formas de subalternidad: la de los afrodescendientes y la de la mujer; cuya matriz se vincula a veces con la de las mismas piezas. En la mayor parte de su producción dirige su mirada hacia la Sociedad Secreta Abakuá, exclusivamente masculina y en buena medida dedicada al apoyo mutuo, que surgió a comienzos del siglo XIX entre quienes acababan de llegar a Cuba desde Nigeria. Tuvo entre sus principales seguidores a negros y mulatos y en el eje de sus creencias se sitúa la princesa Sikán, aunque también apelan constantemente a los espíritus de sus antepasados a la hora de realizar sus ritos conforme a normas estrictas y leyendas oralmente transmitidas.
El Museo Reina Sofía presenta desde hoy “Colografías”, primera antología de Ayón en Europa, una selección amplía de su producción que consta de medio centenar de esos grabados y de una treintena de piezas ligadas a otras disciplinas, incluso mayólica. Comisaría el proyecto Cristina Vives, quien nos invita a contemplar estos trabajos yendo más allá de lecturas místicas o enigmáticas y recordando el contexto histórico, social y económico que conoció: desde su incorporación al citado Instituto Superior de Arte en 1988 a su suicidio en 1999, colapsó el socialismo europeo y la caída de la URSS tendría profundas consecuencias en Cuba, en forma de penurias materiales que se acompañaron del resquebrajamiento de un sistema de valores y prácticamente de fe. Aquel clima convulso también forma parte de su obra, que posee una dimensión cívica e implica una toma de postura, posición que adoptaron igualmente otros artistas de su generación, como Los Carpinteros o Tania Bruguera, bien conocidos aquí (Bruguera es justamente la última ganadora del Premio Velázquez).
No conviene, por tanto, que el misticismo tape el bosque de sus dedos en la llaga, según ha explicado Vives. Sus inquietudes tenían que ver con la censura, el control, las condiciones de la propia vida… y alberga su producción un discurso contra la frustración, la marginalidad, el miedo, la intolerancia, la violencia o la falta de libertad, un trasfondo con gran capacidad de vigencia que no desdice, pero sí completa, sus visiones del misterio y de las creencias de esa Sociedad Abakuá, fundidas a menudo con iconografías de origen cristiano. La transición de Ayón hacia el blanco y negro, por esa razón, no puede leerse solo como una decisión estética, sino también como el vehículo expresivo de dramas existenciales e históricos.
Pero regresemos a Sikán y a la espiritualidad de los descendientes de los llegados de Calabar. Podemos considerar que la artista dotó a las creencias Abakuá de una iconografía conmovedora que las interpretaba desde una perspectiva propia, cubana, negra y femenina, en la que esa diosa (sacrificada, según los relatos, por los hombres de la comunidad), deviene alter ego de Ayón y emblema de conflictos atemporales relativos a la culpa, el miedo, la salvación…
Aún cursaba esta autora tercero de grabado cuando aquella Sociedad Secreta se introdujo en su trabajo, en un primer momento en composiciones austeras y geométricas que expresaban sus tempranas lecturas sobre este asunto. Tres años después desarrollaría por vez primera colografías de gran tamaño a partir del ensamblaje de hasta nueve secciones; estas imágenes fueron a fines de los ochenta una novedad en Cuba, por sus dimensiones y por el empleo de los planos de color, que remitían a los carteles cubanos de aire pop y a los grabados de Rafael Zarza y Umberto Peña, pero sobre todo por su reenfoque de los mitos Abakuá, traídos a nuestro tiempo. Destacan, en ese sentido, sus interpretaciones de La Cena, con tantos ecos católicos, y del Nlloro, rito funerario que culminaba el enterramiento de los miembros de ese colectivo; la artista lo alteraba en su orden en estas imágenes. Fijaos en la matriz de Nlloro, que puede verse ahora por primera vez fuera de Cuba y data de 1991, año decisivo para Ayón.
También entonces realizó su tríptico de La consagración, en el que representó los niveles fundacionales de la Sociedad Secreta Abakuá: la iniciación de sus aspirantes, el juramento de sus líderes espirituales y el surgimiento de una agrupación nueva, o Potencia, como núcleo organizativo básico. Teniendo en cuenta que las ceremonias de consagración son para ellos el símbolo de la legitimación de su poder en el tiempo, este trabajo escenifica sus rituales y el carácter piramidal de la organización de la Sociedad.
Otro de los años a subrayar en la carrera breve de Ayón fue 1993, cuando comenzó a ir más allá de ese sistema de creencias para aproximarse a una espiritualidad sin fronteras y fecha en que se unió al grupo de artistas cubanos emergido de la crisis. No fue casual que dos años después llevara a la iglesia de Santa Bárbara de Breinig, en Alemania, la serie Sostenme en el dolor: catorce de sus imágenes de temática Abakuá sustituyeron en su nave central plasmaciones del via crucis.
Sus escenas de los noventa, como anticipábamos, se articulaban a menudo como ensamblajes de múltiples secciones cuya presentación se aproximaba a lo instalativo, acercándose físicamente al espectador. A veces ofrecen formatos irregulares, evocan arquitecturas religiosas cristianas, o bien es su mismo montaje el que se adapta a los espacios donde se exponen, y aparecen paulatinamente imágenes de tono cercano a la epopeya o lo apocalíptico y finalmente tondos en los que se diluían ya las referencias a la Sociedad Secreta para aparecer otras asociadas a experiencias personales.
Cierra la exposición la serie My Vernicle, que habla de emociones vinculadas a la angustia, la soledad o la pérdida manifestadas por un único rostro femenino: el de Sikán-Belkis.
La relevancia de esta muestra no reside solo en lo que tendrá de hallazgo en nuestro país y en Europa: las ediciones de Ayón son limitadas dada la fragilidad de las matrices colográficas; empleaba cartón, papel, a veces también papel de lija… que en el contacto con el agua y la tinta dificultan la conservación de las piezas. Todas las obras expuestas en el Reina Sofía proceden del Estate de la autora, que vela por dicha preservación en una labor especialmente ardua teniendo en cuenta el clima caribeño.
Belkis Ayón. “Colografías”
MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA. MNCARS
c/ Santa Isabel, 52
Madrid
Del 16 de noviembre de 2021 al 18 de abril de 2022
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