Beato Angelico, el gran tributo florentino

Palazzo Strozzi y Museo di San Marco repasan su obra

Florencia,

El Palazzo Strozzi y el Museo di San Marco acogen, desde el pasado 26 de septiembre, la gran muestra del otoño florentino y una de las más significativas entre las dedicadas recientemente a los maestros de la pintura italiana del siglo XV: “Beato Angelico”. Examina la producción, la evolución y la influencia de Fra Angelico, así como los parentescos que pueden establecerse entre su obra y la de pintores y escultores renacentistas como Lorenzo Monaco, Masaccio, Filippo Lippi, Lorenzo Ghiberti, Michelozzo y Luca della Robbia.

Bajo el triple comisariado de Carl Brandon Strehlke, conservador emérito del Philadelphia Museum of Art; Angelo Tartuferi, exdirector del Museo di San Marco; y Stefano Casciu, director regional de los Museos Nacionales de Toscana, ésta es la primera gran exhibición que Florencia brinda al artista desde 1955 y cuenta, entre sus dos sedes, con 140 trabajos: pinturas, dibujos, esculturas y miniaturas.

Proceden del Louvre, la Gemäldegalerie, el Metropolitan Museum, la National Gallery de Washington, los Museos Vaticanos, la Alte Pinakothek de Múnich o el Rijksmuseum de Ámsterdam, así como de bibliotecas y colecciones italianas e internacionales, iglesias e instituciones locales, y un número no menor de esas piezas han sido restauradas para la ocasión. La cita ha permitido, además, reunir composiciones dispersas que, en algún caso, integraron retablos desmembrados hace dos siglos.

El hombre que, inspirándose en los trazos del gótico tardío, contribuyó a sentar las bases del Renacimiento incipiente, nació con el nombre de Guido di Piero hacia 1395, en la localidad de Vicchio di Mugello, y murió sesenta años después en Roma. Siempre desde un hondo sentido religioso, desde la meditación sobre la conexión del ser humano con la divinidad, ideó composiciones caracterizadas por su dominio de la perspectiva, su manejo brillante de la luz y de la relación entre las figuras y el espacio.

Fra Angelico. Anunciación. Museo di San Marco
Fra Angelico. Anunciación. Museo di San Marco

Fra Angelico ingresó en los dominicos hacia 1417 o 1418 y algunos testimonios apuntan a que fue pintor incluso antes. Sin embargo, no contamos con documentos relativos a su obra artística hasta más tarde: en 1430, los dominicos de Fiesole le encargaron una tabla; en 1432, los Siervos de María de Brescia, una Anunciación; y, en 1433, los Linaioli (la cofradía de los Lenceros) un tabernáculo de cuyo marco se ocupó Ghiberti. Domenico Veneziano, en 1438, lo citaba ya como uno de los mejores maestros florentinos y algo antes, en 1436, Cosme de Médicis le encargó dos tablas para la reconstrucción de la Osservanza, el convento de san Marco, así como dirigir, celda a celda, su decoración.

Su paulatina fama como pintor corrió pareja a su ascenso en la carrera eclesiástica: cuenta Vasari que en 1445 el papa pensó en convertirlo en arzobispo de Florencia, pero él, por humildad, renunció a favor del futuro san Antonino. Eso sí, fue llamado a pintar en el Vaticano, en la capilla Niccolina, y también realizó frescos, hoy perdidos, en la capilla del Sacramento; además, decoró al fresco un studiolo para Nicolás V.

En 1447 fue contratado para decorar la capilla de san Brizio en la catedral de Orvieto, obra que completaría Signorelli; en 1448, Pedro de Médicis le encomendó decorar un armario para los objetos de plata de la Annunziata y, a mediados de los cincuenta, Fra Angelico volvió a Roma para trabajar en los frescos del claustro de la Minerva. Allí murió, como dijimos, y su tumba se encuentra en Santa María sopra Minerva.

Fra Angelico. Crucifixión y Santos, 1441-1442. Museo di San Marco
Fra Angelico. Crucifixión y Santos, 1441-1442. Museo di San Marco

De las ideas populares que circulan sobre este autor el principal responsable es Vasari. Según su biografía, era un santo y su pintura también podía entenderse como tal. Atendiendo a su testimonio, antes de pintar oraba y sollozaba, y podemos considerar su legado como el reflejo de esos arrebatos místicos, de ahí la belleza de sus figuras, la armonía de sus colores y la gracia de las formas. También contaba que se formó estudiando los frescos de la capilla Brancacci de Masaccio (reconociendo que conocía bien la pintura del Quattrocento), pero su obra tiene -explicaba- una orientación naturalista, aunque para Fra Angelico pintar la naturaleza fuese antes un motivo para admirar la bondad de Dios que un campo abierto a la investigación de su entorno.

Refiriéndose a esa influencia de Masaccio en el florentino, Roberto Longhi fue más allá, afirmando que sin aquel la pintura de Fra Angelico no existiría. No conocemos trabajos suyos anteriores a 1425 y esa dependencia directa puede discutirse, pero es claro que la obra de Fra Angelico nació por oposición o afianzamiento hacia las corrientes que renovaron la pintura en Florencia y se basó en su propio conocimiento de la doctrina religiosa, de ahí su carácter programático y su inicio tardío.

Posee un tono suavemente enfático: busca atraer a las almas ingenuas con la evidencia visual del encanto de sus imágenes, y también apela a los doctos a través de sus alegorías. Hay en su obra mucho de predicación, de ahí que la imagen que ofrezca de Dios y los Bienaventurados sea la que se puede ofrecer al hombre, inscribiéndola en el ámbito de la experiencia sensorial.

Y, no obstante, no estamos únicamente ante un pintor de doctrina: al igual que participó en las discusiones religiosas de su Orden, tomó partido en las artísticas, pretendiendo demostrar que la pintura moderna no tenía que ser necesariamente laica y que una pintura religiosa puede serlo sin mostrar la vida de Cristo y de los santos. Sus esfuerzos se encaminaban a dar a la pintura religiosa un cariz intelectual y un fundamento teórico.

Fra Angelico. Deposición, 1432-1434. Museo di San Marco
Fra Angelico. Deposición, 1432-1434. Museo di San Marco

Si, en la pintura gótica, el ideal de lo bello residía en la armonía de las proporciones y en la continuidad rítmica, Fra Angelico halló esa belleza en cada una de las cosas, que aspiran a su propia perfección (debita proportio, aquello en lo que la vista se complace). Pero es cierto también que, para él, lo bello es un valor al que se accede a través del arte y el concepto de belleza se asocia al de forma, entendiendo como tal la transformación de la materia informe en cosa perfecta y distinta al resto.

Como buen conocedor de los artistas de su tiempo, no fue Fra Angelico tampoco ajeno a los debates en torno a la representación del espacio. No ignoró las reglas nuevas de la perspectiva, ni se negó a aplicarlas, pero no las adoptó como ley racional desde la que aprehender la realidad sensible. Escapó al empirismo óptico y entendió el espacio como mero lugar, y la perspectiva como medio para designar un lugar perfecto para las cosas perfectas.

Por ejemplo, en su Coronación del Louvre, la escalinata se ve en perspectiva desde abajo, pero ese ángulo de visión responde simplemente a la necesidad de disponer jerárquicamente los órdenes de figuras.

Y, aún así… él, que no entendió el espacio como abstracción geométrica, sino como lugar poblado de figuras, árboles o edificios, fue uno de los primeros en concebir la profundidad y la distancia como paisaje y en valerse de la perspectiva para poner cada elemento en su lugar. Lo hacía con un propósito: producir una emoción mediante representaciones de los instantes más patéticos del drama divino, señalando a través de los paisajes desviaciones al acontecimiento doloroso, aperturas a la meditación. Su naturaleza es tanto escenario como comentario, una invitación hermosa y consoladora a la reflexión.

Si nos detenemos ante sus frescos de la capilla de Nicolás V en el Vaticano, los espacios se ensanchan abriendo vacíos para expresar el sentimiento del tiempo remoto, de la distancia histórica de los hechos evocados, y la perspectiva se convierte en un medio para separar dos tiempos sucesivos o dos capítulos de un relato.

En cambio, la luz sí tiene en la obra de Fra Angelico una existencia real: no nace de origen terreno, brota de los cuerpos celestes y carece de cantidad, así que no puede medirse ni propagarse. Influye, como hará en Piero della Francesca, en los colores, que se modulan del claro al oscuro, modificándolos y transformándolos en otros.

Fra Angelico. Madonna delle ombre, 1440-1450. Museo di San Marco
Fra Angelico. Madonna delle ombre, 1440-1450. Museo di San Marco

Para el monje florentino, la presencia de la luz en la tierra obedece a una razón providencial: nos permite ver la naturaleza a la vez que purifica nuestra experiencia sensorial, restituyendo a las cosas creadas su perfección originaria y restableciendo la armonía entre lo terreno y lo celestial. Esa armonía se sitúa en el fondo del conjunto de su obra.

Para él, el proceso de creación servía para eliminar las falsas apreciaciones terrenas de la realidad, la sensualidad: es un proceso tan intelectual como moral. Su canon de belleza no responde a normas proporcionales aceptadas a priori: busca la pureza, eliminando cualquier trazo sensual o sensorial y sometiendo la pintura a una decantación interior. Su ideal es que cada uno de los elementos representados inciten al deseo del bien.

Sala del Beato Angelico. Museo di San Marco
Sala del Beato Angelico. Museo di San Marco

 

 

“Beato Angelico”

Del 26 de septiembre de 2025 al 25 de enero de 2026

 

PALAZZO STROZZI

Piazza Strozzi

Florencia

 

MUSEO DI SAN MARCO

 Piazza San Marco, 3

Florencia

 

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