Este 2018 celebramos el Año Europeo del Patrimonio y también se cumple medio siglo del retiro de Balenciaga como maestro de la Alta Costura: sus salones y sus talleres en París, Madrid, Barcelona y San Sebastián cesaron su actividad prácticamente coincidiendo con las revueltas de mayo del 68, cuando ya superaba el medio siglo trabajando y, cansado, decía haber llevado la vida de un perro. Eran también los años en que se hizo evidente que los nuevos modos de vida no eran aptos para la moda lenta y se generalizó el diseño prêt-à-porter y democrático.
Una extensa muestra en el Museo Balenciaga de Guetaria repasa el recorrido crítico de los diseños del modisto vasco desde entonces y la evolución de la consideración social de estos: su transición desde las portadas de las revistas a las de los catálogos de los museos, de las calles y las pasarelas a las galerías y los archivos, y un radical cambio en sus funciones: del embellecimiento del cuerpo femenino a ser entendidos como epítome de la belleza por sí mismos.
Tomando ese año emblemático de 1968 como punto de partida, el centro rastrea las fechas y las razones de que hoy entendamos como patrimonio el legado de Balenciaga (razones que, en definitiva, tienen mucho que ver con su consolidación como museo), pero en esta exposición tampoco se pierde de vista una fecha muy anterior: la de 1917, año de la apertura en San Sebastián del primer atelier que llevó el nombre del diseñador. El discurso de la exposición y su montaje son fruto de extensas conversaciones entre los responsables del museo y la comisaria británica, especializada en moda, Judith Clark, y nos proponen un viaje diferente por los fondos del centro, completados con aportaciones de los Archives Balenciaga de París.
Abierta hasta enero de 2019, esta exposición aspira a convertirse en una referencia para las futuras muestras que se programen en el centro y fuera de él sobre su figura y también a responder a preguntas clave en relación con sus diseños, pero también con el tratamiento museístico de la moda en general: qué distinguió a Balenciaga, qué lo hizo revolucionario y atemporal, qué hay de funcional y qué de creativo en su trabajo.
Podemos repasar su trayectoria etapa a etapa, contemplando su obra en orden cronológico para comprobar de dónde partía y hacía dónde quería llegar, y es oportuno visitar la muestra en más de una ocasión, porque está previsto que se amplíe con nuevas capas de conocimiento, nuevos vínculos que nos inviten a reflexionar sobre las causas de que lo que fue moda (maestra) sea hoy legado artístico – al margen de que consideremos o no artistas, en un sentido estricto, a sus autores – y sobre las lecturas que podemos extraer de esa doble consideración.
Mediante indumentaria, documentación, bocetos, tejidos y patrones (la mitad de ellos, inéditos para el público), el Museo aborda cómo fueron los inicios de Balenciaga, por qué modistos se dejó influir entonces (la destacada huella de Lanvin, Vionnet o Chanel), en qué exploraciones formales indagó entre los treinta y los cincuenta (sus talles finos, sus faldas voluminosas o sus siluetas globo), cuál fue su (revolucionaria) evolución en esta última década y cómo en la de los sesenta, en sus años últimos, optó por caminar hacia una elaborada y muy sofisticada depuración rayana en la abstracción en la que las formas femeninas se habían divorciado ya de las telas. Su minimalismo conceptual y técnico, que se acentuó al final pero que mantuvo, en el fondo, a lo largo de su trayectoria, se hizo muy patente en el tratamiento envolvente de tejidos que presentan cierta rigidez, como el gazar, el zagar y la ciberlina, y en sus volúmenes geométricos, que partían del círculo y del cuadrado.
La presentación se completa con digitalizaciones que nos permiten observar en detalle algunas piezas, infografías que nos aproximan a sus procesos técnicos y una app que nos propone recorridos temáticos.
Para que nuestra visión de esa evolución de Balenciaga sea lo más completa posible, a lo largo de la muestra el centro alude a miradas sobre su obra de algunos de sus mejores conocedores, como Diane Vreeland, Mari Andrée Jouve, Pamela Goldwing, Miren Arzalluz (que fue comisaria de este espacio y ahora dirige el Palais Galliera de París) u Olivier Saillard, último responsable de ese museo francés.
Lo hace a partir de escenografías y espacios de contexto, en el marco de una estética dominada por el blanco que evoca a los espectadores el ambiente de los archivos y los laboratorios de restauración de moda, tan inaccesibles para la mayoría. Algunos de los materiales presentes en ellos, parte de su privacidad y de su clima de elegancia y misterio están presentes aquí.
El Museo Balenciaga es hoy el centro de referencia internacional para adentrarnos en su legado y en su modo de concebir la moda; pero las exposiciones en torno al modisto y las colecciones privadas de sus prendas comenzaron a gestarse ya en los sesenta. De la mano de uno de sus más estrechos colaboradores, el experto en tejidos Gustav Zumteg, el espacio Bellerive de Zurich le dedicó una monografía en 1970, solo un año después de su muerte; y en 1975 nada menos que el Metropolitan de Nueva York organizó una retrospectiva suya auspiciada por Vreeland (hay que recordar que el diseñador ya había legado a ese museo parte de sus creaciones). Después llegarían las del Musée Bourdelle francés o el Victoria & Albert de Londres, entre muchas otras.
“Cristóbal Balenciaga. Moda y patrimonio”
Parque Aldamar, 6
Guetaria
Del 24 de marzo de 2018 al 27 de enero de 2019
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