Hacia 1612, entra en el taller de Agostino Tassi convirtiéndose en uno de sus ayudantes; aprendiendo de él, el lenguaje convencional de la pintura de paisaje del manierismo tardío. En la década de los veinte, pasa dos años en Nápoles cuyas costas influyen notablemente en su obra. Tras una breve estancia en Nancy donde trabaja con Claude Deruet, en 1627 regresa a Roma. Sus pinturas tempranas, quedan influidas por los paisajes de Bril y Elsheimer, pero su sensibilidad para los valores tonales de la luz y la atmósfera, confieren a sus pinturas una armonía clásica que madura con los años convirtiéndose en uno de los grandes del barroco. Entre 1640 y 1660, desarrolla la madurez estilística del tipo de paisaje poético sobre el que se fundamenta su prestigio: sus pinturas se convierten en expresión de un profundo sentimiento hacia la belleza del paisaje romano, utilizado para evocar el sentido de serenidad pastoril de una edad de oro. Su paisaje poético está representado en términos de luz y color, utiliza la luz por sí misma, buscando su incidencia en formas y en texturas. En sus últimos paisajes, todo está representado en términos lumínicos, utilizando un punto de vista bajo y una escena lo más abierta posible, diluye las formas y las figuras se hacen alargadas e intangibles. Inspira el cambio en el concepto paisajístico del jardín inglés de mediados del siglo XVIII y ejerce gran influencia en artistas como Turner o Wilson. El Museo del Prado de Madrid conserva un importante conjunto de sus obras.