Con motivo del Día Mundial del Arte, que se celebra cada 15 de abril, el Museo Reina Sofía presenta en su página web la muestra “Ante el umbral”, compuesta por una treintena de imágenes que el fotógrafo Clemente Bernad ha tomado en Madrid a lo largo del mes que su población lleva recluida en casa desde que se decretara el estado de alarma a raíz de la expansión del COVID-19.
A diario, Bernad ha cruzado el umbral de su puerta y recorrido las calles de la capital para fotografiar inéditas estampas: esa práctica, que en circunstancias normales no nos resultaría excepcional y que es práctica de trabajo habitual de muchos artistas de la cámara, ha adquirido ahora el carácter de viaje extraño a una ciudad que es otra. La ausencia de paseantes y vehículos y el cierre de establecimientos han convertido en distintos, a veces inquietantes, los lugares de Madrid que antes nos eran familiares.
Bernad confiesa haber caminado por paisajes que le eran conocidos como si se tratara de callejones oscuros, de territorios en los que las distancias y los límites antes claramente definidos quedan ahora desdibujados e incluso adquieren tintes amenazantes. La puerta de nuestra casa, subraya la exposición, ha quedado convertida en esa suerte de umbral y al cruzarnos con alguien en la calle marcamos distancias, nos replegamos por sospecha o por miedo al contagio.
Los pocos ciudadanos que aparecen en las imágenes de esta serie esperan en las habituales colas de supermercados o parecen deambular o huir, en el caso de quienes habitan entre cartones y duermen a pie de calle, pero nunca pasean. Las figuras de esas personas sin techo, solitarias, en entornos ahora inhóspitos, recuerdan en los trabajos de Bernad a los restos de un naufragio. El fotógrafo se ha fijado también en los guantes que en algún momento ansiamos conseguir para protegernos y que después quedaron tirados en la calle tras su uso; podemos contemplarlos como símbolo del dolor y de las crecientes víctimas de la pandemia.
En lo básico, puede parecernos que la tarea de Bernad en el Madrid confinado no difiere demasiado del propósito habitual de un fotógrafo urbano: interrogarse sobre las apariencias en cada encuadre o divisar lo que acontece y nos rodea pero suele escapar a nuestra atención, más que nunca ahora que no podemos salir de casa. Sin embargo, esta vez, el proceso de toma de imágenes se ha convertido en labor dolorosa: esas escenas tienen algo de inframundo; nadie devolvía al autor la mirada cuando volvía a casa y seguramente se sintió tentado de mirarse en los escaparates, ese hábito antes narcisista, para confirmar su propia presencia en la calle y reafirmarse en que no es un espectro más.
Las fotografías que ahora presenta el Reina Sofía, al margen de su valor como testimonio de un episodio que será histórico, nos invitan a cuestionarnos qué versión de nosotros mismos nos devuelve el vacío, la ausencia de comunidad y de los ojos ajenos.
Comisaría este proyecto el antropólogo, y también fotógrafo y cineasta, José Moreno Andrés.
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