Hermenegildo Anglada-Camarasa. Los enamorados de Jaca, 1910. Diputación de Barcelona
El Palacio de Sástago de Zaragoza acoge una retrospectiva del artista compuesta por medio centenar de obras y varios objetos personales
Zaragoza, 14/06/2013
“Anglada-Camarasa (1871-1959)”
PALACIO DE SÁSTAGO
c/ Coso, 44
50004 Zaragoza
Del 6 de junio al 1 de septiembre de 2013
De martes a sábado, de 11:00 a 14:00 y de 18:00 a 21:00 horas
Domingos y festivos, de 11:00 a 14:00 horas
Uno de los grandes pinceles catalanes de la primera mitad del s XX, Hermen Anglada-Camarasa, es la apuesta expositiva del Palacio de Sástago de Zaragoza para su muestra de este verano. Allí podemos ver cincuenta y cinco trabajos del artista barcelonés entre estampas, dibujos, óleos, litografías y esculturas, y una selección de objetos personales.
La exhibición se estructura en diversas secciones según criterios cronológicos: la primera nos introduce en la producción de Anglada-Camarasa a través de obras que llevó a cabo en Cataluña durante su juventud; la segunda y tercera se centran en su estancia en París y presenta retratos realistas y visiones nocturnas del lado más frívolo de la capital francesa en el cambio de siglo, también trabajos que testimonian sus primeras incursiones en los temas valenciano y gitano (de esta etapa datan Los enamorados de Jaca y numerosos retratos de mujeres recostadas o de pie); los dos siguientes apartados de la muestra se dedican a sendas etapas mallorquinas, una anterior a la Guerra Civil, que nos dejó una amplia selección de paisajes, y otra posterior, una fase en la que Anglada permanece primero refugiado en Montserrat ejecutando diversas vistas de la montaña, posteriormente se exilia durante diez años en Francia, en Pougues-les-Eaux, y finalmente regresa a Mallorca en 1948. Allí permaneció su última década de vida, recreando temas que ya había tratado anteriormente.
Anglada-Camarasa estudió en la Escuela de la Lonja de Barcelona y a finales del siglo XIX viajó a París para completar su formación. Las penurias de sus primeros meses allí contrastan con el éxito que obtuvo a partir de 1900, cuando se convirtió en un referente internacional. Su obra se expuso entonces en toda Europa, de Roma a Praga y de París a Moscú, y fue coleccionada por mecenas de Europa y Estados Unidos.
Sus telas, que destacan por su plasticidad radiante y su sensualidad, se han convertido en símbolo de la Belle Époque. Supo combinar la plasmación de escenas nocturnas de París y reflejos de la bohemia cosmopolita con trabajos que recuperan el gusto popular, de un estilo decorativo y colorista.
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