Alcain, el humor y los escaparates

El MARCO de Vigo dedica una antología al pintor madrileño

Vigo,

Inició su trayectoria en el entorno de la escena figurativa madrileña en los sesenta y en esa esfera hizo germinar un estilo propio, que tiene que ver con el humor, tan sutil como exigente el suyo, y también con un cultivado equilibrio entre la tradición y la novedad contemporánea, pues siempre ha permanecido atento a las tendencias incipientes por más que las contemple con sano escepticismo. En ese espacio, y fiel siempre a la pintura, se ha mantenido Alfredo Alcain, que concibe asimismo su actividad como un ejercicio de ilusionismo, aunque sin trucos, en el que desplegar sus intereses.

Bajo el comisariado de Miguel Fernández-Cid y hasta el próximo julio, el Museo de Arte Contemporáneo de Vigo dedica al madrileño una antología que cuenta con más de ochenta trabajos datados entre 1965 y el año pasado, incluyendo pinturas y dibujos pero también esculturas. Articulándolas conforme a las etapas que han vertebrado su trayectoria, en un itinerario circular por las salas frontales de la primera planta del centro, la muestra se abre con el guiño irónico de El chuletón (1978) y continúa con tres piezas que pueden condensar las constantes de la obra de Alcain: Autorretrato en el curso del tiempo, Autorretrato del 44 y Lugar para descansar.

Alfredo Alcain. Autorretrato del 44, 1990
Alfredo Alcain. Autorretrato del 44, 1990

El primer trabajo incorpora numerosas referencias autobiográficas del artista, incluida la placa funeraria el día de su nacimiento; el segundo, con claros toques pop, lo retrata como estudiante de colegio en la etapa de la posguerra y el último reproduce la lápida de una persona fallecida el día que él nació. Las notas comunes entre estas imágenes son aquel evidente humor del que hablábamos, a veces más ácido y otras más ingenuo; una presencia importante de motivos iconográficos populares, referencias al transcurso del tiempo y el recurso a sistemas de composición muy distintos entre sí, como el que convierte el lienzo en un escaparate en el que se nos muestran objetos que, en el caso de este autor, contienen emociones.

A continuación se estructura la exhibición en dos espacios, el primero dedicado a sus variaciones en torno al género del bodegón, donde prueba su buen conocimiento de Cézanne, Morandi o el citado arte pop, pintando o construyendo en tres dimensiones naturalezas muertas, y al despliegue en varias piezas de los papeles de vasar, aquellas tiras decoradas que adornaban las alacenas de madera en los hogares de las clases medias. Hay que recordar que desde finales de los sesenta se interesó a fondo Alcain por las fachadas y vitrinas de los comercios castizos; de algún modo, si el pop anglosajón llevó nuestra mirada hacia los objetos considerados propios de las sociedades de consumo tras la II Guerra Mundial, este autor eligió atender a la iconografía ligada a la sociedad española tradicional, en vías de extinción desde el desarrollismo.

Ya a principios de los ochenta, descubriría en una mercería un cañamazo para petit-point que reproducía un bodegón del propio Cézanne, tela que sería inspiración de buena parte de sus trabajos, en el detalle o en su conjunto, mediante tratamientos gráficos o versiones cromáticas diferentes. En estas piezas dibujo y color se estilizan, atendiendo a las pautas marcadas por las áreas coloreadas del petit-point, desde las versiones más monocordes hasta aquellas en las que el color reclamaba protagonismo.

Alfredo Alcain. Cézanne petit-point XXXVII, 1985
Alfredo Alcain. Cézanne petit-point XXXVII, 1985

Mientras avanzaba la década, comenzó Alcain a desarrollar en paralelo a esas obras otro tipo de bodegones, de formato ovalado y ecos cubistas, quizá como evolución natural de los mismos bodegones cezannianos. Y en la última década del siglo pasado, buscaría desarrollar una nueva concepción de la naturaleza muerta específicamente cubista, más esquemática que las de formato ovalado: trazaría en estas imágenes bodegones y fruteros con múltiples variables, en el tratamiento de la imagen y en la técnica gráfica empleada. En estos casos, dibujo y color se disocian: mientras la urdimbre lineal construye el primero, ocasionalmente subrayado por una línea de sombreado, el segundo se expande de manera monocorde en grandes superficies, delimitadas por aquel dibujo en su geometría, o se divide en bloques cromáticos diferenciados en muy diversas combinaciones.

Avanzando en ese camino, llegó Alcain a esquematizar las formas hasta casi hacerlas desaparecer, acercándose a la abstracción. Solo manejaría ya líneas y manchas, componiendo marañas o entrecruzados lineales en un aparente horror vacui interminable.

La segunda sala de la que hablábamos la ocupan trabajos de los últimos veinte años junto a esculturas de pequeño formato en bronce y madera (bodegones y arquitecturas en pequeño formato, que él llama maderitas, por haber sido ejecutadas con trozos de listones y marcos). Ponen de relieve la vertiente casi manual de la obra de Alcain, que suma y añade pincelada a pincelada, objeto a objeto.

En los corredores y salas intermedias nos esperan, por su parte, otros ejemplos de la pintura y obra en papel de este autor, como los dibujos de teléfono, que responden al hábito, común entre muchos pintores, de garabatear un papel hasta cubrirlo por completo mientras están al aparato. No todos los ejemplos que podemos ver son igualmente espontáneos, pues algunas cartulinas de mayor tamaño que Alcain colocaba al lado del teléfono indican cierta intencionalidad y otros dibujos fueron intervenidos y coloreados a posteriori.

Alfredo Alcain. Entrecruzados con trazo en forma de ese, 2005
Alfredo Alcain. Entrecruzados con trazo en forma de ese, 2005
Alfredo Alcain. Círculos rojos y cuadrados azules, 2018
Alfredo Alcain. Círculos rojos y cuadrados azules, 2018

 

Alfredo Alcain

MUSEO DE ARTE CONTEMPORÁNEO DE VIGO. MARCO

c/ Príncipe, 54

Vigo

Del 28 de enero al 17 de julio de 2022

 

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