Una crónica visual de nuestro país en las primeras décadas del siglo XX, con Madrid como base de operaciones. Es el fruto de la labor ingente de Alfonso, el estudio fotográfico familiar que abrió sus puertas en 1905 en la capital, luciendo un bello logotipo modernista, y que permaneció operativo hasta los noventa, aunque desde los sesenta, a raíz de las transformaciones sociales, ya nada fuera lo mismo. Repasa parte de su legado la Sala Canal de Isabel II de la Comunidad de Madrid, en la muestra “Alfonso. Cuidado con la memoria”, que han comisariado Chema Conesa y Ana Berruguete y que se nutre de imágenes procedentes del Archivo General de la Administración (que atesora decenas de miles de sus fotografías desde 1992) y de algunas colecciones privadas.
Inició la andadura de esta firma Alfonso Sánchez García, en el ámbito del fotorreporterismo pero yendo más allá de la noticia, excediéndose en su cometido, dice Joan Fontcuberta, en un exceso que justamente marcaba estilo y que lo convertía en autor. No tiene nada de casual que, cuando los avances técnicos permitían el trabajo con cámaras ligeras, él continuará sacando a la calle las de gran formato: buscaba la belleza, la entendía como herramienta comunicativa y le interesaban las posibilidades estéticas del desenfoque. El éxito en la empresa le llevó a crear en 1915 la Agencia de Información Gráfica de Prensa, germen de su proyecto familiar, y continuarían su estela, en un raro caso de vigencia del espíritu observador, sus tres hijos, en especial Alfonsito (Alfonso Sánchez Portela), dándonos hoy sus trabajos testimonio de la honda brecha que separa sus tiempos de los nuestros, aunque sean cronológicamente cercanos: hoy encontramos en sus instantáneas de sucesos, guerras y escenas callejeras y en sus retratos, no vanguardistas sino sociales, restos del pasado. Atrás quedaron las vendedoras de pavos, las masivas y elegantes verbenas populares, la actualidad anunciada en altavoz en la Plaza del Cascorro.
El primer gran acontecimiento cubierto por Sánchez Portela fue la guerra del Rif, en la que consiguió fotografiar, pese a muchos obstáculos y con solo diecinueve años, a Abd el-Krim (rastro de culata incorporado). Su padre se encargaba, sobre todo, de la ingeniería de la empresa y de la difusión de sus imágenes a la prensa -cuando esta no contaba apenas con sus propios fotógrafos- y Alfonsito heredaría de él su excelencia técnica, a la que sumó audacia en los contenidos y elegancia en las composiciones. Su hermano Luis, por su parte, se especializaría en eventos, espectáculos y deportes y unos y otros nos proporcionaron estampas de la vida cotidiana en Madrid, de su ocio y de sus arrabales, y de la reacción de la capital al advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera y la II República y a la entrada de las tropas nacionales que pondría fin a la Guerra Civil.
Tras documentar actos de mandatarios republicanos y dada la amistad de Sánchez Portela con Alcalá Zamora, en la dictadura y desde 1942 se les negaría la actividad como reporteros, centrándose el estudio en la realización de retratos, de Franco entre ellos; caricaturas, imágenes del Madrid nocturno e incluso pinturas. Supuso un cambio esencial en su actividad y un primer paso hacia el declive: Sánchez padre tenía la convicción clara, que se demostró cierta, de que el público deseaba ver imágenes de actualidad, especialmente teniendo en cuenta las tasas altas de analfabetismo en los inicios de la firma.
Padre e hijos tendrían, además, en común su don de gentes y su pericia a la hora de romper normas y acercarse donde nadie podía: por ejemplo, a las víctimas del incendio de 1928 en el Teatro Novedades madrileño, que costó la vida a ochenta personas. El Ministro de Gracia y Justicia hubo de aclarar un supuesto trato de favor a Alfonso tras la demanda del resto de la prensa y disfrazar de encargo las imágenes resultantes. En su mejor época la marca llegó a contar con más de una veintena de empleados, se hacían de sus obras infinitas copias y estas se enviaban al número, paulatinamente creciente, de periódicos publicados en Madrid. La autoría de cada una de las imágenes quedaba diluida, en favor de la enseña comercial, y probablemente cobraran entre diez y doce pesetas por cada una. ABC, por cierto, trató de contratar a Sánchez padre, pero manteniendo otro fotógrafo a su cargo de cuyo sueldo se hacía responsable: el trato no fructificó.
Decíamos que la belleza fue una de sus máximas, la vía para introducir en las fotografías su subjetividad. Lo manifestó Sánchez hijo en el discurso que preparó para su ingreso en la Real Academia de San Fernando (La fotografía es la memoria gráfica de mis recuerdos y el medio expresivo de mi sensibilidad. Entran en ella en juego la libertad, el atrevimiento, nuestra íntima sinceridad, desde el más puro clasicismo a las formas de vanguardia de hoy. Así se forma el estilo de un autor al transcurrir el tiempo). Pero esa estetización, que tiene mucho que ver con el planteamiento de su taller como estudio-museo y con su participación en exposiciones, quedó muy evidentemente a un lado en las imágenes de la familia tomadas durante la Guerra Civil: a diferencia de los grandes fotógrafos internacionales aterrizados en España, el horror les impidió a ellos la cercanía y la grandilocuencia. Conesa cree que, involucrados necesariamente en la contienda, se vieron superados por su crudeza y trataron de encontrar, a menudo, escenas liberadas de la tensión violenta: tipos populares, una boda entre milicianos…
La paz, lo decíamos, acabó con su dedicación al suceso, pero llevo a la sede de Alfonso en Gran Vía a quienes deseaban un retrato formal, desde la alcurnia franquista a los anónimos de a pie. Por sus objetivos pasaron de Vázquez Díaz a Antonio Ordóñez y de La Chelito a Azorín, Cela, Baroja o Sorolla y desde los sesenta, además, se comenzaron a comprar aquí fotos históricas o de rincones castizos: el fin de la autarquía trajo a los turistas como nuevos clientes.
El título de la muestra, “Cuidado con la memoria”, procede tanto de un texto publicado en el diario Alcázar en 1942, en el que se pedía a todos andar con pies de plomo tras la guerra para no herir susceptibilidades e incentivar agravios (con ese cuidado hubieron de fotografiar nuestros protagonistas), como a la necesidad de preservar, y poner en conocimiento del público, colecciones fotográficas como la de Alfonso. La falta de proyectos al respecto viene originando, hay explicado hoy Conesa, la pérdida de numerosísimos negativos; ha recalcado este autor que España es (junto a Chipre, Malta y Rumanía) el único país europeo que no cuenta con un centro nacional de la fotografía.
“Alfonso. Cuidado con la memoria”
SALA DE EXPOSICIONES CANAL DE ISABEL II
c/ Santa Engracia, 125
Madrid
Del 5 de noviembre de 2021 al 23 de enero de 2022
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